En 2001 escribimos un artículo titulado “El Agua: Factor de Vida y Muerte para una Ciudad", en el cual se advertía de las graves consecuencias que tendría el seguir la política de no utilizar el agua de lluvia y dar tratamiento para reciclar el agua, en vez de seguir trayendo agua de fuentes lejanas para luego drenarlas del Valle de México. En febrero 25 de 2017 apareció un artículo en la sección The New York Times del diario Reforma titulado “Se seca y se hunde la CDMX”.
Reproducimos parcialmente aquí el artículo que confirma que lo que se predijo en 2001 ya es una realidad.
Se seca y se hunde la CDMX
Por Michael Kimmelman
The New York Times, Reforma, México
25 febrero de 2017
CIUDAD DE MÉXICO
En días malos, se puede percibir el hedor a más de un kilómetro de distancia, transportado por el aire sobre una jungla de autopistas y parques empresariales.
Cuando el Gran Canal fue terminado, a fines del siglo 19, fue una gran hazaña de ingeniería y un símbolo de orgullo cívico: de 47 kilómetros de longitud, con capacidad para mover decenas de miles de litros de aguas residuales por segundo. Prometía resolver los problemas de drenaje e inundaciones que habían plagado a la Ciudad durante siglos.
Sólo que no fue así, casi desde el principio. El canal estaba basado en la gravedad. Y la Ciudad de México, a 2 mil 500 metros sobre el nivel del mar, se hundía, colapsándose sobre sí misma.
Se sigue hundiendo, cada vez más rápido, y el canal es sólo una víctima de lo que se ha vuelto un círculo vicioso. Siempre escasa de agua, la capital mexicana hace perforaciones cada vez más profundas, debilitando los antiguos lechos de lagos de arcilla sobre los que los aztecas construyeron gran parte de la Ciudad, lo que causa que se desmorone aún más. Es un ciclo empeorado por el cambio climático. Más calor y sequía significan más evaporación y aún más demanda de agua, lo que añade presión para aprovechar embalses distantes a costos exorbitantes o vaciar más los mantos acuíferos subterráneos y acelerar el colapso de la metrópoli.
En el enorme barrio de Iztapalapa -hogar de casi 2 millones de personas, muchas de quienes no pueden contar con agua de sus llaves- un adolescente fue tragado donde una grieta en el quebradizo suelo abrió una calle. Las banquetas parecen porcelana rota y 15 escuelas primarias se han derrumbado.
Se escribe mucho sobre el cambio climático y el impacto del creciente nivel del agua en poblaciones frente al mar. Pero las costas no son los únicos lugares afectados. La Ciudad de México es un ejemplo patente. El mundo ha invertido mucho en capitales muy pobladas como ésta, con enormes economías y la estabilidad de un continente en riesgo.
Un estudio pronostica que el 10 por ciento de los mexicanos de 15 a 65 años podrían con el tiempo emigrar al norte como resultado de las crecientes temperaturas, la sequía y las inundaciones, potencialmente diseminando a millones de personas e intensificando las tensiones políticas ya extremas en cuanto a inmigración.
A diferencia de los congestionamientos de tráfico o la delincuencia, el cambio climático no es algo que la mayoría de la gente sienta o vea fácilmente. Pero es como una tormenta que se avecina, tensionando un tejido social ya precario y amenazando con empujar a una gran ciudad hacia un punto álgido.
Como dice Arnoldo Kramer, Director de Resiliencia de la Ciudad de México: "el cambio climático se ha convertido en la amenaza más grande a largo plazo para el futuro de esta Ciudad. Y eso es porque está vinculado al agua, la salud, la contaminación del aire, los trastornos del tráfico por las inundaciones, la vulnerabilidad de las viviendas a los deslaves -lo que significa que no podemos empezar a abordar ninguno de los problemas reales de la metrópoli sin enfrentar la cuestión del clima".
Hay mucho más en juego que el bienestar de esta metrópoli. En el extremo, si el cambio climático causa estragos en el tejido social y económico de ejes globales como la Ciudad de México, advierte el escritor Christian Parenti, "ningún muro, arma, alambre de púas, dron aéreo armado o mercenario permanentemente desplegado podrá salvar a una mitad del planeta de la otra".
Expansión y subsidencia
Un elemento de realismo mágico entra en juego en el hundimiento de la Ciudad de México. En una glorieta en el Paseo de la Reforma, el amplio boulevard del Centro de la metrópoli, el dorado Ángel de la Independencia, símbolo de orgullo mexicano, observa un mar de tráfico desde lo alto de una columna estilo corintio.
Los turistas toman fotos sin saber que cuando el Presidente de México inauguró la columna en 1910, el monumento se levantaba sobre una base esculpida a la que se llegaba subiendo nueve pequeños escalones. Pero a través de las décadas, todo el vecindario alrededor del monumento se hundió, aislando poco a poco al Ángel. Con el tiempo, se tuvieron que agregar 14 grandes escalones a la base para que el monumento aún se conectara con la calle.
Más al interior del Centro Histórico de la Ciudad, la parte posterior del Palacio Nacional ahora se inclina sobre la acera. Los edificios aquí pueden parecer dibujos cubistas, con ventanas inclinadas, cornisas onduladas y puertas que ya no están alineadas con sus marcos. Los peatones suben fatigosamente las colinas donde el otrora lecho plano del lago ha cedido. La catedral en la plaza central de la urbe, conocida como el Zócalo, es como una especie de casa de la risa de una feria, con una capilla inclinada y un campanario reforzado con calzas de piedra.
Loreta Castro Reguera es una joven arquitecta con maestría en Harvard que se ha especializado en el hundimiento del suelo de la Ciudad de México, fenómeno conocido como subsidencia. Apuntó hacia una calle principal que se extiende desde el Zócalo y divide al oriente del poniente, siguiendo la ruta de un antiguo dique azteca.
La Ciudad entera ocupa lo que alguna vez fue un sistema de lagos. En 1325, los aztecas establecieron su capital, Tenochtitlán, en una isla. Con el tiempo, expandieron la Ciudad con rellenos y sembraron cultivos en jardines flotantes llamados chinampas. Los lagos ofrecieron a los aztecas una línea de defensa y las chinampas, sustento.
Luego los conquistadores españoles libraron una guerra contra el agua, decididos a someterla. El sistema azteca les era desconocido. Reemplazaron los diques y canales con calles y plazas. Drenaron los lagos y despejaron la tierra forestal, sufriendo una inundación tras otra, incluyendo una que ahogó a la Ciudad durante cinco años seguidos.
"Los aztecas se las arreglaron", dijo Castro. "Pero tenían 300 mil habitantes. Ahora tenemos 21 millones".
El crecimiento de la Ciudad, de 78 kilómetros cuadrados en 1950 a un área metropolitana de casi 7 mil 800 kilómetros cuadrados 50 años después, ha producido una megalópolis vibrante, pero caótica, de urbanización rápida y en gran medida sin planeación. Esta urbanización ha exterminado casi todo vestigio de los lagos originales, agobiando a los acuíferos subterráneos y obligando a lo que alguna vez fue un valle abundante en agua a importar miles de millones de litros desde lejos.
El sistema de obtención de agua de allá a aquí es un milagro de la hidroingeniería moderna. Pero también es una hazaña de locura, en parte consecuencia de que la Ciudad no cuente con una operación a gran escala para reciclar aguas residuales o captar precipitaciones pluviales, lo que la obliga a expulsar la impresionante cantidad de 750 mil millones de litros de agua por un sistema de alcantarillado deteriorado, como el Gran Canal.
La capital mexicana ahora importa hasta el 40 por ciento de su agua de fuentes remotas -luego desperdicia más del 40 por ciento de lo que corre a través de sus 13 mil kilómetros de tuberías gracias a fugas y robo. Esto sin mencionar que bombear toda este líquido por más de 1.5 kilómetros hacia las montañas consume casi tanta energía como la de toda la ciudad de Puebla, capital del Estado del mismo nombre, con 3 millones de habitantes.
El Gobierno reconoce que casi el 20 por ciento de los capitalinos aún no puede contar con agua de sus llaves todos los días. Para algunos, el vital líquido llega sólo una vez a la semana, o una vez cada varias semanas. Esas personas tienen que contratar camiones para el reparto de agua potable, a costos a veces exponencialmente más altos que lo que pagan los residentes adinerados de colonias con mejor servicio.
El problema no es sólo que los acuíferos se están agotando. La Ciudad de México descansa sobre una mezcla de lechos de lagos de arcilla y suelo volcánico. Zonas como el Centro de la Ciudad se ubican sobre arcilla. Otros distritos fueron construidos sobre campos volcánicos.
El suelo volcánico absorbe agua y la libera en los acuíferos. Durante siglos, antes de la explosión poblacional, el suelo volcánico garantizaba que la Ciudad tenía agua subterránea.
Hoy, la crisis del agua de la Ciudad de México se debe en parte a que una gran extensión de esta tierra porosa ha sido urbanizada. Así que está sepultada bajo concreto y asfalto, lo que impide que la lluvia se filtre a los acuíferos, causando inundaciones y creando "islas de calor" que elevan las temperaturas aún más y sólo incrementan la demanda de agua.
'Centro de vida de mujeres'
Muy abajo del Centro Histórico, el agua extraída de los acuíferos ahora puede terminar más allá de los límites de la Ciudad, en Ecatepec, en una de las estaciones de bombeo más grandes a lo largo del Gran Canal. La bomba, terminada en el 2007, fue construida para mover 42 mil litros por segundo -agua que ahora necesita ser levantada de un punto donde el canal se colapsó, para que pueda continuar su camino.
El Gran Canal opera hoy a sólo el 30 por ciento de su capacidad debido a la subsidencia. Partes del canal alrededor de Ecatepec se han hundido 2 metros más desde que la planta fue construida. Mientras tanto, el Pozo 30 ayuda a suministrar agua potable a Tlalpan, del lado opuesto de la Ciudad de México. Una mañana reciente, grandes camiones llamados "pipas" estaban a la espera de ser llenados de agua.
Es de estas pipas que los residentes de Tlalpan obtienen agua cuando no pueden recibirla de sus grifos. Se requieren más de 500 viajes diarios para satisfacer a los sedientos ciudadanos.
Hacia el Este, en Iztapalapa, algunos pozos conectan a una mezcla nociva contaminada por minerales y químicos. Enojados residentes esperan en filas toda la noche para suplicar a los choferes de las pipas que en ocasiones oponen a unas familias contra otras para ver quién paga el mayor soborno.
A veces se promete que las entregas se harán en un lapso de 3 a 30 días, lo que obliga a los residentes a permanecer en casa todo el tiempo, porque los pedidos son cancelados si no hay nadie cuando lleguen los camiones.
"El agua se convierte en el centro de la vida de las mujeres en lugares donde hay un serio problema", dijo Mireya Imaz, directora de programas en la Universidad Nacional Autónoma de México. "Las mujeres en Iztapalapa pueden pasar toda la noche esperando las pipas, luego tienen que estar en casa aguardando los camiones, y a veces viajarán con los choferes para asegurarse de que entreguen el agua, cosa que no siempre está libre de peligro".
Una pipa, dos burros
Hay zonas de la Ciudad de México a las que ni siquiera las pipas pueden acceder.
Diana Contreras Guzmán vive en las tierras altas del distrito de Xochimilco, donde las calles se levantan casi verticalmente y caminos de terracería llevan a chozas hechas de lámina corrugada, blocks y cartón. Esta joven madre soltera vive con nueve familiares en una choza de una sola habitación. Su padre y tres hermanos son conserjes. Su hermana trabaja en una oficina. Para tomar un autobús para ir al trabajo, a más de un kilómetro y medio camino abajo, tienen que salir a las 4:30 horas, por lo que la mayoría de los días Contreras Guzmán se queda cuidando a cuatro niños pequeños -y se encarga del agua.
Una vez a la semana, una pipa entrega agua más arriba del cerro, donde el camino está pavimentado. Cuando eso sucede, Contreras Guzmán, mujer delgada y menuda, pasa dos horas subiendo y bajando del cerro, siete veces en total, cargando 40 kilos de agua en cada viaje de regreso. La mujer no puede dejar la casa mucho tiempo, dijo, no sea que alguien robe agua de su cisterna.
Por unos 380 litros de agua de la pipa, paga 25 centavos de dólar. Pero esto no provee suficiente agua para su familia. Así que todos los días también le paga a Ángel, un vecino septuagenario que tiene un par de burros. Los animales caminan a paso lento con recipientes llenos de agua, cuatro a la vez, desde un pozo cerro abajo.
La familia de Contreras Guzmán gana 600 dólares al mes. A final de cuentas tienen que gastar más del 10 por ciento de ese ingreso en agua -suficiente para rendir unos 38 litros diarios por persona.
El residente promedio de una colonia de clase alta en el oeste de la Ciudad de México, cerca de las presas, consume 380 litros diarios, señalan los expertos.
El artículo termina diciendo
[…]
David Vargas, cuya compañía, Isla Urbana, produce un sistema de bajo costo de captación de agua de lluvias, dijo: "¿hay indicio más claro de que todo respecto al agua en esta Ciudad se reduce a la desigualdad?
Nosotros pensamos que la conclusión es errónea, pues confunde la causa con la consecuencia. La desigualdad económica siempre ha existido y existirá, lo que se trata es de cerrar la brecha, pero el no aprovechar el agua como se ha propuesto, es lo que ha provocado que la desigualdad económica se ahonde, por lo que no es esta desigualdad la que causa la escases de agua como el artículo sugiere.