Un mamífero que posee un lenguaje útil de gran exactitud.
Estos pequeños mamíferos emparentados con las marmotas habitan en Norteamérica. El género que los incluye se llama Cynomis (perro roedor en griego) y consta de cinco especies, cuyo hábitat abarca desde Saskatchewan hasta Zacatecas. Cynomis está muy bien adaptado para protegerse de los depredadores: ha desarrollado un sistema sofisticado de comunicación vocal para describir amenazas específicas. Constantine Slobodchikoff, biólogo experto en comunicación animal en la Universidad del Norte de Arizona, ha estudiado el lenguaje y comportamiento de estos animales durante los últimos 30 años.
Los perritos de las praderas viven en pequeñas ciudades o aldeas compuestas por colonias de varias familias, cada una en su madriguera. La ciudad más grande registrada en la actualidad cuenta con más de un millón de individuos, pues son criaturas muy sociales. Cuando un depredador es avistado en los alrededores de la aldea, por lo general un coyote, un halcón, un perro o una persona, lanzan un llamado para alertar a sus vecinos. Slobodchikoff describe este sonido como una especie de “chi chi chi chi”, similar a los chirridos que produce, al ser estrujado, el juguete de un perro.
Cuando Slobodchikoff comenzó a estudiar a los perritos de las praderas, a mediados de los 80s, no distinguió ninguna diferencia entre los llamados de alarma cuando se aproximaban, digamos, un coyote o un halcón. Para sus oídos se trataba del mismo ruido pero los perritos respondieron con comportamientos específicos y diferentes en cada caso; por ejemplo, corriendo a refugiarse en sus madrigueras o irguiéndose sobre sus patas traseras para atisbar mejor el peligro que se aproximaba. Así, Slobodchikoff se percató de que debía existir algo más en esos “chi chi”, algo más allá de sus oídos; y se decidió a investigar.
Con sus alumnos, Slobodchikoff se introdujo a las aldeas de los perritos de praderas, escondido tras los arbustos, y utilizó una serie de micrófonos para grabar los sonidos que producían cada vez que se acercaba un ser humano, un perro, un coyote o un halcón. Trasladó este registro en respuesta a distintos depredadores hasta su laboratorio y analizó los sonidos mediante un programa de computadora. Cada sonido está compuesto de varias frecuencias y varios sobretonos uno encima de otro y la computadora midió las distintas frecuencias y separó los tonos y sobretonos.
Lo que descubrió es que los llamados se juntaban en diferentes grupos y cada grupo poseía su propio patrón de frecuencias y tonos. En otras palabras, los perritos de las praderas emiten una alarma de “peligro”, también tienen una para especificar “humano, otra para “halcón” y una tercera para “coyote”. Incluso pueden distinguir entre un coyote y un perro doméstico. Hoy en día, 35 años después, Slobodchikoff puede reconocer los diferentes llamados con su propio oído, sin requerir de una computadora. Pero la sofisticación de los “chis” va más allá de lo que descubrió en un principio.
Porque Slobodchikoff se dio cuenta de una cosa más: Aunque la llamada de alerta sobre seres humanos era consistentemente diferente de otros llamados, existía una variabilidad importante entre las llamadas individuales sobre seres humanos. Es decir, los roedores estaban describiendo a sus depredadores con mayor precisión. Así que diseñó una prueba. Reclutó a cuatro voluntarios entre sus alumnos para caminar a través de la aldea, vestidos de igual manera, con la excepción de sus camisas. Cada voluntario atravesó la aldea cuatro veces: una de camisa azul, una de amarillo, otra de verde y, finalmente, de gris.
Slobodchikoff se percató, fascinado, de que los llamados se dividían según el color de la camisa del voluntario. Y todavía más, una análisis más profundo reveló que había otras divisiones según características físicas del voluntario, como la altura. “Básicamente”, explica, “gritaban ¡aquí viene el humano alto de azul!, comparado con ¡aquí viene el humano bajo de amarillo!”.
Slobodchikoff diseñó otra prueba a fin de comprobar si los perritos podían diferenciar entre formas abstractas. Construyó, con sus alumnos, dos torres de madera a cada lado de la aldea. Luego recortaron pedazos de cartón en forma de círculos, cuadrados y triángulos, y los movieron de torre a torre ayudados por un cable, de manera que flotaran a un metro de altura sobre el suelo. Los perritos de las praderas lograron marcar la diferencia entre el triángulo y el círculo, aunque no entre el cuadrado y el círculo.
Aunque hay investigadores que ponen en duda la sofisticación del lenguaje de los animales, Slobodchikoff cree que, en animales muy sociables, se trata de sistemas incluso más avanzados. “Los perritos de las praderas charlotean todo el día entre ellos, en su interacción normal sin depredadores,” se cuestiona, “¿pero qué significa todo eso? No tenemos forma de comenzar a entenderlo”.
Fuentes:
Nuevo lenguaje descubierto: el perropraderense
Traducción y paráfrasis: IIEH