La epidemia actual de obesidad es un fenómeno complejo con varias causas subyacentes, como el sedentarismo y la dieta occidental moderna, pero hay una razón social que no podemos ignorar.
Las fiestas navideñas han terminado y poca gente se salvó de comer en exceso. La tradición del festín es tan antigua como la humanidad, tan antigua como el ayuno; nuestros ancestros más lejanos vivían atrapados en el ciclo de temporadas, en un vaivén entre el festín y el ayuno. Hoy en día, sin embargo, podemos encontrar los manjares más elaborados en cualquier ciudad del mundo, en cualquier cantidad, y el ayuno está restringido a periodos cada vez más escasos en la práctica de ciertas religiones. Tal vez la última era reciente de escasez global abarcó del inicio de la Gran Depresión (la llamada Crisis de 1929) al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la mayoría de los países de Asia, Europa y algunos de América sufrieron hambre o hambrunas.
Uno de los resultados menos visibles de esa escasez se ha convertido en uno de los factores en la epidemia contemporánea de obesidad: dejar el plato limpio. Las privaciones sufridas por una generación sembraron la convicción moral de que no comerse absolutamente todo el alimento servido es una falta grave. Por sí sola, esta costumbre no es dañina pero aunada a la ubicuidad del festín, y a la infatigable propaganda de la industria alimenticia de comer comer comer, ha llevado a porciones cada vez más grandes, que siempre terminan en un plato limpio para no insultar a los antepasados y a los que tienen menos.
Un estudio de la Universidad de Vandervilt, dirigido por Kelly Haws y publicado por la revista Appetite, explora nuestra tendencia de comer de más cuando nos queda poca comida en el plato. Haws y sus coautores encontraron que el fenómeno del “plato limpio”, llamado cierre de consumo, afecta nuestro deseo de seguir comiendo más de lo que queremos o debemos cuando el plato está casi vacío. El mismo comportamiento se extiende a toda la alimentación, de particular importancia al consumo de botanas o snacks. Los investigadores descubrieron, por ejemplo, que la última galleta del paquete siempre es la más codiciada, independientemente del apetito que se tenga en ese momento. Cabe recordar el fenómeno que exacerba el problema: el tamaño de las porciones, el contenido calóric, el tamaño mismo de los platos, los vasos y los paquetes han ido aumentando a lo largo de las últimas décadas.
El experimento con almendras cubiertas de chocolate dio resultados similares: los sujetos se acabaron todo y se excusaron de la cantidad ingerida alegando las propiedades nutritivas de la almendra mientras ignoraban el impacto de la azúcar y la grasa que contiene el producto. Durante un cuestionario final, los participantes de estas pruebas afirmaron haber tenido la sensación más placentera al consumir precisamente la última galleta o la última almendra a pesar de ya no tener hambre. La necesidad de dejar el plato limpio, al parecer, va de la mano con subestimar el daño de comer más de la cuenta. El cierre de consumo puede, de cualquier manera, ser satisfecho cambiando el tamaño de la porción o del plato. Si la norma social de dejar el plato vacío no se relaja, la solución quedará en manos de la industria alimenticia y, acaso más difícil, será una responsabilidad personal.
Autor: IIEH
Fuentes: