LA REALIDAD DE LA FICCIÓN
Graciela Agudelo
Hay utopía en
una brizna de hierba.
Eugène Guillevic
I
Cuando se dice “Pinocho”, casi todos nos remitimos a ese lindo y simpático muñeco de madera al que le crece la nariz, protagonista de la película musical de fantasía que lleva su nombre y fue realizada por Walt Disney. Algunos más recordarán que esta historia está basada en un cuento infantil del italiano Carlo Collodi. Y los menos sabrán que el análisis crítico define el cuento como una historia moralista que trata de enseñar a los niños los conceptos de la veracidad, la fuerza de voluntad y la valentía, como herramientas para pulimentarse y crecer en esos valores ante cada reto de la existencia, con el objeto de llegar a tener -final y realmente- vida.
Como un escritor profundamente humanista, Collodi crea una trama llena de sustratosideológicos, símbolos y alegorías que atañen conceptos mucho más profundos, como laconciencia, la fe, el libre albedrío, el raciocinio, el sufrimiento, la voluntad, el amor y la liberación.
Collodi fue un hombre de convicciones políticas. Su imaginario niño de maderasimboliza al hombre común cual una marioneta, sin libertad de movimiento ymanipulado por la sociedad, los medios, el gobierno y otros estamentos. No obstante que la obra está rebosante de simbología masónica, echando una mirada a la propia fe que profesaba, pudiera captarse el mensaje de una cosmogonía religiosa y profundamente humanista: el hombre que nace en un estado básico y elemental, y a través del amor y la entrega desinteresada logra la transformación interna, la purificación, y con ella, liberación.
En “Las aventuras de Pinocho” suelen encontrarse importantes referentes literarios, como el Oliver Twist, de Charles Dickens, que versa sobre un pequeño que a base de engaños llega a formar parte de una banda de ladrones liderada por un viejo judío sin escrúpulos. Capítulos adelante, el autor parece hacer alusión al joven Lucio, de Apuleyo, quien por maleficios es transformado en asno y padece las crueldades de sus amos. Esta transformación de humano a burro, de algún modo también nos remite a la Odisea, cuando la maga Circe invita a la mitad de los marinos de Ulises a un banquete, donde, después de hartarlos, los convierte en cerdos.
Otra fuente literaria a la que con insistencia nos remite Collodi es la Biblia; especialmente en el desenlace de la historia, donde hechos y personajes suelen mostrarse con mayor intensidad. Encontramos alusiones al Antiguo Testamento en Génesis 8:11; al Libro de Jonás; a los evangelios sinópticos, y de manera muy sutil pero absolutamente definitoria, al evangelio de Juan.
Iniciada en 1848, la unificación nacional italiana fue un proceso largo y difícil. Los grandes próceres de esta causa fueron Giuseppe Garibaldi y Giuseppe Mazzini, ambos masones, por lo que el papel de la masonería habría de ser muy importante para la causa de Il Risorgimento, como también se le llama a la unificación de Italia, ese país que desde el Imperio Romano hasta comienzos del siglo XIX había estado dividido en reinos, ducados, repúblicas y estados pontificios. En 1861 la nueva Italia unificada bajo el nombre de Regno d'Italia, corona rey a uno de sus adalides: Víctor Manuel II, un noble de la casa de Saboya. Y es hasta junio de 1946 que se proclama la República Italiana que conocemos hoy día.
Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini nació en Florencia en 1826, y es a la edad de 30 años que adopta el seudónimo de Carlo Collodi, en alusión al pueblo natal de su madre. Cursó sus estudios en el seminario de Colle Val d’Elsa, y posteriormente, durante dos años se dedicó al estudio de la filosofía y la retórica. Su primer trabajo lo consigue a los 18 años, en una librería. Estamos en 1844.
Como hombre de acciones políticas y asiduo a los ambientes revolucionarios contra el dominio austriaco entonces presente en gran parte de la Italia del norte, no solo decide enrolarse a los 22 años en el ejército de Toscana para luchar en la Primera Guerra de la Independencia Italiana, sino que publica continuamente obras literarias en diversos periódicos. Activo escritor y periodista ya con cierta fama, en 1859 ingresa al ejército piamontés para participar, ahora, en la Segunda Guerra de la Independencia Italiana. Al término de esta, regresa a Florencia y trabaja en la Comisión para la Censura del Teatro, lo que le concede tiempo para seguir escribiendo novelas y cuentos, y recopilar y organizar sus artículos y relatos satíricos.
En 1875 incursiona en la literatura infantil con la traducción de algunos cuentos de hadas del francés Charles Perrault, autor de Pulgarcito, Barba Azul, El gato con botas, La cenicienta, La bella durmiente y Caperucita roja, entre otros, haciéndolo tan bien que los editores le sugieren escribir algo de su autoría. Es así que en 1876 surge su primer gran éxito: Giannettino, un cuento de hadas de carácter educativo. Collodi está fascinado de escribir para niños, ya que, como él mismo dice, “Los adultos son difíciles de complacer”.
Habiendo usado el recurso de la sátira en sus escritos políticos de postura liberal, ahora está convencido de que sus textos para niños deben mostrar un carácter más suave y dulce, y literariamente elige emplear la alegoría para dar expresión a sus convicciones. Y es en esta atribulada Italia de guerras y entreguerras y de intentos conciliatorios entre la masonería y la iglesia católica, que Carlo Collodi escribe su cuento Le avventure de Pinocchio.
De publicación semanal, Il Giornale dei Bambini fue el primer periódico italiano para niños, y es ahí donde, en 1881, Collodi comienza a escribir su Storia di un burattino (Historia de una marioneta), y en 1883 se publica la primera edición de “Las aventuras de Pinocho”. (Pinocchio, palabra en italiano, conjunción de pino y occhio; es decir, ojo de pino).
Mas allá de simbolismos masónicos o moralismos católicos, el valor del cuento de Pinocho es el modo que muestra su autor de percibir, capturar y comunicar la permanencia de un sentido axiológico en la psique del individuo, dentro de una sociedad tan deleznable como activa y tan falsa como avasallante. Una pintura al fresco de dos mundos paralelos: el real y el ideal, el individual y el social, en el devenir continuo de lo humano.
II
Otro masón, Walt Disney, produce una segunda película animada después de Blanca Nieves y los siete enanos: Pinocchio, basada en el cuento de Collodi. Estrenada el 7 de febrero de 1940 en el Central Theatre de Nueva York, es recibida con entusiasmo por la crítica, y actualmente se cuenta entre las 10 mejores películas animadas de todos los tiempos y entre las 1000 mejores películas de la historia del cine.
Cincuenta y siete años después de la publicación del cuento, Disney registra de manera magistral el valor de los símbolos del texto original y la actualidad de sus significados. De los 36 capítulos que completan la narración original, sabiamente recoge los más significativos y expresivos de las intenciones del autor, recreando un discurso íntegro, que casi ha opacado la versión primigenia. El haber resumido de manera experta los más representativos acontecimientos y personajes de una historia llena de contenidos filosóficos y humanistas en una caricatura bella, colorida y atrayente para niños y mayores, no le merece un Oscar al “mejor guión adaptado” o al “mejor director”. Solo obtiene dos premios de la Academia de Artes Cinematográficas: en las categorías de mejor banda sonora y de mejor canción original. Esta última, When you wish upon a star, se convirtió en un icono para la Walt Disney Company. Es una canción que no pasa de ser bonita, como muchas otras, y -extrañamente sin relación con las aventuras de Pinocho-, su mensaje incita a conservar la fe en el cumplimiento de los deseos.
III
Pinocho es una entidad no humana. Es una marioneta, un hermoso niño, básico y simple; sin libre albedrío, voluntad ni conciencia; preso en un estado de vida primario. En el ideal de su creador, un sencillo carpintero, vive latente la semilla de que esa hermosa creación suya, esculpida en un leño de pino, llegue un día a convertirse en una criatura humana. Y con ardiente y humilde fe, expresa su deseo a las estrellas del cielo.
Como muñeco que es, Pinocho no tiene padre ni madre; sin embargo, los principios masculino y femenino están presentes en su concepción: Geppetto, el carpintero que lo talló y esculpió con gran amor, y el Hada Azul, que una noche, mientras Geppetto duerme, desciende de su estrella y, también movida por el amor, le da el toque de vida.
El color azul que porta el hada materna del muñeco es importante. Hacia mediados del siglo XIX, Collodi ingresa a esa orden iniciática bajo cuya filosofía los miembros se comprometen a bregar por el bienestar y mejoramiento de ellos mismos y de la humanidad: la masonería, que preserva celosamente los ritos de iniciación y los símbolos. Especialmente a la francmasonería simbólica, se le denomina “azul”; y en ella, este color se vincula con el orden, la lealtad, la honestidad, la espiritualidad. Parece innegable que la pertenencia a esta sociedad discreta (secreta en aquel entonces), representó para Collodi una importante influencia. No en vano la obra de este estudio ha tenido múltiples interpretaciones en cuanto a simbolismos iniciáticos.
Inmediatamente después de que el Hada Azul le ha dado vida al títere, Collodi propone que un aspirante a humano no podría sostenerse y florecer sin esa capacidad de autoreconocimiento y auto-juicio que es la conciencia; y elige a un grillo para que funja como su lugarteniente. Este escurridizo insecto de color marrón y hábitos nocturnos, tiene un canto cuya longitud de onda es equiparable a la distancia que hay entre los dos oídos humanos, por lo que resulta difícil establecer de dónde proviene su suave voz; amén de que, siendo tan pequeño, es fácil ignorar su presencia o de un manotazo desaparecerlo. El Hada Azul nombra “Pepe” al grillo, y con honores lo inviste como la conciencia de Pinocho. Collodi sabe perfectamente que la crisis del mundo moderno en que vive es, en pocas palabras, la falta de conciencia. Conciencia, esa moción psíquica que nos permite discernir entre lo humanamente correcto o incorrecto, y trascender ese conocimiento de lo individual a lo familiar, y de ahí a lo nacional, lo continental, lo planetario, lo universal. Así pues, acuerdan que la conciencia “Pepe Grillo” emitirá un silbidito cuando Pinocho dude sobre la calidad correcta o incorrecta de sus acciones.
El buen Geppetto, quien vive en una casita tapizada de relojes de cucú -símbolos del tiempo- que él mismo ha construido, y cuyas mascotas son Cleo, una pececita dorada en su pecera de agua dulce y Fígaro, un blanquinegro cachorro de gato juguetón y antojadizo, se sorprende dichoso una mañana al encontrar que su creación habla, piensa, pregunta, canta y ¡hasta baila! Ahora sólo aspira a que su querido Pinocho se convierta en un niño de verdad y, para el caso, envía al chico a la escuela, que representa conocimiento y aprendizaje constante. Y así, una mañana, lleno de anhelos lo despide amoroso en el pórtico del hogar.
Ahora Pinocho camina con su libre albedrío por la calle y es ahí donde el mundo le presenta su primera amenaza: Juan Honrado y su socio Gedeón: un zorro tramposo y un gato torpe y mudo que se estremecen de ambición cuando descubren que un muñeco de madera camina solo y va cantando hacia la escuela con sus libros bajo el brazo. Un mamífero silvestre y otro doméstico; pero ambos depredadores y tenidos en la cultura popular, uno como astuto y otro como huraño, serán los primeros victimarios del inocente y feliz muñeco. Estos dos personajes, especialmente el gato con su mudez, nos mueven a la reflexión de que la trapaza y el engaño pueden encontrarse tanto fuera de casa, como dentro de ella. El episodio nos trae a la memoria la obra de Dickens, Oliver Twist, publicada entre 1837 y 1838.
Pensando en explotar comercialmente el portento que han encontrado, con marrullerías lo convencen de que no vaya a la escuela, pues lo que más le conviene es convertirse en artista de teatro, ya que ahí es donde encontrará luces, aplausos, dinero y fama.
Pinocho parece no tener memoria de quién es ni hacia dónde lo había enviado su padre; pues cede a la tentación y se va inocente y feliz con los dos truhanes… ¡a ser artista de teatro! Tal vez Collodi elige esta profesión como ejemplo de una actividad laxa, de poca exigencia moral; pues por tal se tuvo en los conceptos del Romanticismo.
Pepe Grillo lo alcanza y lo aconseja, recordándole que anteriormente ya habían hablado sobre “la tentación”. Pero los malhechores lo vuelven a embaucar y Pinocho, desoyendo a su conciencia, prosigue alegre con sus captores ante la seducción de la vanidad, tomada esta como error, ceguera o estupidez respecto a la apreciación de la propia valía. Collodi nos presenta la ambición de vanagloria como el primer gran error de Pinocho, y el catolicismo nos presenta la soberbia como el primero de los pecados capitales, el mismo que en algunos mitos de origen hebreo, movió al querubín Luzbel a revelarse contra Dios.
Pepe Grillo se decepciona y piensa en ir a contar todo a Gepetto, pero reflexionando, prefiere correr a alcanzar a Pinocho a donde pudieron haberlo llevado sus victimarios. Lo encuentra en el escenario de El gran Strómboli, un titiritero ambulante que ha tendido su carpa en la ciudad, y hoy presenta como atracción mayor “al único títere que puede bailar y cantar absolutamente sin manipulación de hilos: el grande y único Pinocho”. En el escenario, la inexperiencia y simpleza del muñeco lo llevan a cometer errores y torpezas que divierten y hacen reír a carcajadas al público y a aventarle monedas, lo cual aumenta la avaricia de su comprador.
Por la noche, el titiritero, contando y recontando sus ganancias, se sorprende aún más sobre el tesoro que ha adquirido y toda la riqueza que está por ganar. Después de escucharlo, Pinocho pregunta si ya puede regresar a casa a contárselo a su padre. Por toda respuesta, Strómboli lo encierra en una jaula, diciéndole que ahora le pertenece y viajarán por el mundo… París, Londres, Montecarlo, Constantinopla. Y de una buena vez le hace saber que cuando se ponga viejo, su madera servirá para alimentar la chimenea. Collodi pone de manifiesto la ambición y la impiedad humanas, capaces de crear la servidumbre, la esclavitud, la explotación al servicio de la avaricia. Pero también, y con acento, el trato que muchas veces el empleador da a su trabajador: valerse de él y explotarlo mientras es joven y está en plenitud de su rendimiento, y desecharlo -o simplemente no contratarlo- cuando envejece. Sin duda, Collodi esboza una crítica al incumplimiento de los derechos laborales, cuyas diversas corrientes nacían ya en el siglo XIX. No hay que olvidar que La Primera Internacional de los Trabajadores fue fundada en Londres en 1864, agrupando principalmente a los sindicalistas ingleses, a los socialistas franceses y a los italianos republicanos.
La jaula está dentro del carromato, y esa misma noche emprenden el viaje. Pinocho por primera vez se siente desgraciado y llama a gritos a Pepe Grillo pero, por el momento, este está tan enojado que no responde. Sin embargo, cuando ve pasar el carromato, decide al menos subir a desearle suerte. Adentro, el títere le cuenta qué tan malo ha sido Strómboli con él, y Pepe Grillo decide salvarlo… infructuosamente. Mientras tanto, Geppetto, que lleva horas esperando su regreso, bajo una noche tormentosa decide salir a buscarlo.
Frente a Pepe Grillo, Pinocho llora arrepentido todos sus errores, y ante este sincero dolor, el Hada Azul baja de nuevo en su auxilio. Le pregunta qué ha pasado y Pinocho le responde una y otra vez con mentiras, pero cada una que dice le hace crecer y crecer más la nariz. Cuando Pinocho se da cuenta de esto, el Hada Azul le hace ver que, de la misma manera, las mentiras siempre crecen y crecen.
Y, ¿por qué es la nariz lo que le crece a Pinocho al decir mentiras? Collodi parece decirnos en esta figura que la mentira no es fácil de ocultar; y, lo más importante, que transforma todo el ser de quienes la emiten. En efecto, la nariz, el órgano principal del aparato respiratorio y a la vez un apéndice de nuestra cara donde se alberga el sentido del olfato, se encuentra a la misma altura de la región más importante del cerebro, el hipotálamo, que regula conductas básicas y autónomas para la conservación de la especie.
Al ver su nariz transformada de tal manera, Pinocho se asusta. Arrepentido pide perdón y promete jamás volver a decir mentiras. Pepe Grillo intercede por él, y la benévola Hada Azul lo perdona esta vez, dándole otra oportunidad; y abre la pequeña puerta de la jaula, por la que sale Pinocho y, junto con Pepe Grillo, de un salto abandonan el carromato. ¡Adiós Strómboli!
Comienza aquí el nudo de la trama, y la flecha en el blanco en la historia de Collodi. Juan Honrado y Gedeón están reunidos en un bar con un siniestro -pero amistosopersonaje, vanagloriándose y derrochando el dinero que ganaron con la venta del muñeco a Strómboli. El personaje, perfectamente vestido como todo un magnate de los negocios, les ofrece una suma mucho mayor, ante la cual Juan Honrado pregunta a quién tendrán que… liquidar. El siniestro responde que esta vez se trata de otro negocio: colecciona niños estúpidos, de esos que no les gusta ir a la escuela. Algo les dice en secreto y termina anunciando que suele conducirlos a La isla del placer. Cuando los malandrines escuchan este nombre se sorprenden y muestran temor a la ley; pero el magnate los tranquiliza, diciéndoles que no hay ningún peligro de ser descubiertos, ya que los chicos nunca regresan… como niños. Les pide que le lleven muchos, ya que esa misma noche saldrá un coche hacia allá, y les advierte que no tolerará traiciones.
Por su parte, Pinocho está decidido a ser bueno. Haciendo uso de su libertad y su incipiente voluntad recién nacida a partir de su tan mala experiencia, se dirige de nuevo a la escuela, prometiéndose que nunca más será malo. Pero he aquí que Juan Honrado y Gedeón, presas de la avaricia acechan a los niños en el camino a la escuela y -¡qué “casualidad”! se encuentran de nuevo al renovado y feliz Pinocho, con sus libros bajo el brazo. Lo interceptan, le hablan de lo maravillosa que es para todos los niños La isla del placer, y con engaños lo seducen, ya que él todavía no ha aprendido a resistir la tentación. No tiene aún voluntad. “Logro resistirlo todo, salvo la tentación” dice Oscar Wilde, con filosófica ironía respecto a ese impulso irresistible por hacer algo muy atrayente aun sabiendo que nos dañará. Y Collodi conoce muy bien la publicidad mentirosa y los portavoces de que se valen los codiciosos comerciantes para anunciar a los niños, que aún no han conformado su conciencia, ni voluntad que atienda esa conciencia, lo que devino en juguetes bélicos, videojuegos de violencia, películas de acción y crimen, música insulsa, culto a los falsos héroes, golosinas y múltiples banalidades.
Por la noche, aquel siniestro personaje conduce un carretón tirado por burros y repleto de niños. Entre ellos va Pinocho junto con un tal Polilla, un chico mayor que él y bastante holgazán, que fuma y parece ir encantado a un lugar donde solo se juega, se disfruta y se consume. Por supuesto que Pepe Grillo también va ahí, pero en el estribo del coche e incapaz de hacer algo, ya que su amo ha elegido dirigirse a ese paradisiaco lugar donde la libertad sin conciencia se enseñorea. El siniestro cochero arrea a los jumentos en dirección del navío que los llevará finalmente a La isla del placer, a donde los niños entran felices ante el frotarse las manos del elegante magnate.
La Isla del placer es un lugar poblado por niños y jóvenes que desprecian el conocimiento, detestan el estudio y han elegido permanecer en una ignorancia en la que solo buscan la auto-satisfacción inmediata, el placer, la diversión, la comida insustancial y saturada de toxinas y aditamentos adictivos, convirtiéndose así en presa fácil de negociantes que sólo quieren esclavizar masas consumidoras.
En el imaginario del cineasta se perfila con claridad su Disneyland, pues la Isla del placer de Collodi, es en la película un parque de diversiones y amaestramiento, donde grandes estatuas rocambolescas a la entrada de cada atracción les arrojan cigarrillos, puros, caramelos, chocolates y otras golosinas. “¡Aquí, niños, aquí! Helados, pasteles y dulces. Coman lo que quieran hasta hartarse. Todo gratis!”. Se anuncia por el magnavoz.
Algo muy vaticinador de cuando, en sincronía con la Generación Beat, en la época de los 60s y bajo la bandera de la contracultura, los jóvenes afiliados al movimiento Hippie consumían enfebrecidos los paraísos de la marihuana y el LSD, negándose a participar en el mundo y sus avatares.
No deja de ser asombroso que en este capítulo Collodi profetice con casi siglo y medio de antelación, una actividad que hoy día es una de las diversiones favoritas de los niños: la violencia en el juego. “La casa de la riña” es la primera atracción a la que entran el holgazán Polilla y el tontuelo Pinocho cargado de pastelillos y helados de colores. Ahí, la diversión es pelear y pelear todo el día. Se les ofrece “una casa nueva, lista para destruirse”. Todo por diversión… a la que Pinocho decide entregarse, asumiendo fanfarronamente una actitud de perdonavidas. Y así es fácil para su amigo Polilla, que se siente un tipo sabelotodo y experimentado, incitarlo a beber cerveza, fumar puro y jugar billar haciendo lucidas suertes y escupir al suelo después de cada tiro; y solo por placer romper vitrales y rayar obras de arte, colocadas ahí ex profeso. En tanto, el magnate, evidentemente un hombre de poder, da la orden a sus siervos - extraños seres lúgubres y aterradores-, de cerrar con llave todas las puertas y bajar a preparar las jaulas. “Más libertad se les da, más se portan como asnos”, piensa satisfecho al ver las torpes actitudes de los niños. Collodi nos da claramente el mensaje de que la libertad sin responsabilidad es lo que hace a las capas en formación de la sociedad, transformarse en ignorantes y mansas, y así, fácilmente manipulables.
Como conciencia indisoluble de su amo, Pepe Grillo, que llegó solitario e incógnito en el mismo navío, está buscando desesperadamente a Pinocho por toda la isla, y lo viene a encontrar en el billar con los pies sobre la mesa. Cuando Polilla descubre al grillo pregunta a Pinocho quién es ese bicho, éste le cuenta que es su conciencia, quien le dice lo que es bueno y es malo, y Polilla le responde que es increíble que le llegue a hacer caso a un bicho. Y de un buen tiro y con un “Al diablo la conciencia”, manda al insecto a la tronera. Así de sinsentido -según Collodi- les resulta el concepto de conciencia a los malvados. Pepe Grillo sale de la buchaca furioso y deseando darle su merecido a Polilla, pero Pinocho lo detiene, explicándole que se trata de su mejor amigo. El autor aquí pone de manifiesto una de tantas veces en que nos encontramos en dificultades entre nuestra conciencia y nuestro mayor apego.
Pepe Grillo se indigna sobremanera de escuchar que Pinocho llama “su mejor amigo” a un muchacho vago y no a él; y muy enojado se retira del billar. Así caminando y quejándose consigo mismo de la ingratitud de Pinocho, se encuentra de pronto en un sórdido lugar donde se cargan, descargan y embarcan burros. El poderoso y siniestro personaje recibe de sus esclavos las jaulas individuales con los niños convertidos -o a medio convertir- en asnos. Todos vienen aún con su ropa original de niños. El hombre los alza por los tirantes del pantaloncillo y les pregunta zalamero cómo se llaman. A aquel que al responder rebuzna, de un jalón le saca la ropa y lo avienta a su respectiva jaula, según el letrero que esta ostenta: “Vendido al circo”, “Vendido a las minas de sal”. Pero a los que aun saben hablar y responden diciendo su nombre, los regresa a sus jaulas, obviamente con el plan de darles un poco más de dosis de embrutecimiento. Collodi sabe muy bien que para que un humano se embrutezca lo suficiente para su sometimiento y esclavización, es necesario que previamente pierda el lenguaje. No en vano y con la misma lucidez, pero de manera más directa, nos da el mensaje Octavio Paz en Posdata: “Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje”. Y, como otra profecía de Collodi, se cumple hoy que en numerosos conglomerados sociales los niños, a medida que crecen, van empobreciendo su lenguaje. Cuando los medio-asnos que aun hablan se lamentan y piden compasión, como buen delincuente de cuello blanco, el magnate les descubre su realidad: “Ya se divirtieron ¿verdad? ¡Ahora, paguen!
En tanto, en el billar del parque de diversiones, Polilla continúa haciendo magistrales tiros y enseñando a Pinocho a ser patán, mientras se le alargan las orejas y le surge un rabo. Comienza a transformarse en burro, al igual que Pinocho, pero sólo se da cuenta de ello cuando, mirando las grandes orejas de su compañerito de juerga trata de reírse de él y lo que profiere es un estentóreo rebuzno. Ambos han rebuznado, pero Polilla, al escuchar su rebuzno, se toca la cara y con las manos palpa su transformación. Corre a verse al espejo, y presa de pánico comienza a pedir auxilio, pero sus manos implorantes se van transformando en pezuñas. Después, en una escena llena de dramatismo, llama a mamá, desesperadamente pide auxilio y, fuera de sí, lanza coces que destrozan espejos y muebles. Esta impactante escena de la película termina con que a Pinocho, después de haberle crecido las orejas, también le brota un rabo. La idea es que los chicos se vuelvan ignorantes e irrespetuosos, porque así se irán convirtiendo en burros, cuyo único futuro será ser vendidos por el magnate y acabar sus días esclavizados en trabajar para el enriquecimiento de algunos. En esta moraleja del cuento, Collodi hace una clara alusión a El asno de oro de Apuleyo. Y quizá sin querer, a la moderna educación, que prepara siervos cuya fuerza de trabajo sostenga las grandes y multimillonarias empresas.
Horrorizado ante lo que ha visto, Pepe Grillo corre a buscar a Pinocho al billar para advertirle del peligro que está corriendo. Espera llegar a tiempo para prevenirlo, pero al encontrarlo se da cuenta de que este ya está siendo víctima de sus actos y está cayendo en el maleficio de metamorfosearse. Rápidamente le indica la dirección por la cual escapar de la isla, y corriendo a todo correr llegan a un alto risco, donde Pepe Grillo le ordena lanzarse al mar, y ambos se arrojan a la bravura del oleaje. Una vez a salvo, corren a casa a buscar a Geppetto, pero se nota que hace tiempo que dejó su hogar, junto con Fígaro y Cleo. Había decidido lanzarse a otras tierras en busca de Pinocho. Hay quienes perciben en esta imagen una alusión simbólica a un conocimiento gnóstico que nos enseña que, cuando nosotros buscamos la sabiduría, ella nos también nos está buscando.
Pinocho está muy triste; sufre profundamente ante la pérdida de su padre, lamentando que esta pueda ser para siempre, y por primera vez hace conciencia de cuánto lo hizo sufrir. En ese instante, una paloma pasa y deja caer de su pico una carta que, misteriosamente, dice a dónde deben buscar al buen Geppetto.
La paloma es un signo de gran relevancia en el relato bíblico. En la narración del “Diluvio Universal”, asentada en el Génesis, después de cuarenta días de lluvia enviada por la ira de Dios ante la maldad humana, Noé soltó una paloma desde el arca para saber si las aguas habían descendido, y esta regresó al atardecer del séptimo día con una rama de olivo en el pico, lo que significaba que la lluvia había cesado y Dios estaba de nuevo en paz con el hombre. Como símbolo evangélico, la paloma se hace presente en el bautismo de Jesús en el Río Jordán. Citado el episodio en Mateo 3:16, Marcos 1:10, Lucas 3:21-22 y Juan 1:32, la paloma, como representación del Espíritu Santo presente en la investidura crística, queda plasmada en el imaginario religioso, artístico y popular. Sin embargo, parece que Collodi va más allá en el uso de este símbolo, pues a partir de la aparición de la paloma en el cuento, Pinocho experimenta una dramática transformación. En un encadenamiento de simbologías, el autor parece aludir a la teología agustiniana en cuanto a que el Espíritu Santo es “el don reconciliador de Dios”.
La carta informa que Geppetto está en el fondo del mar; y, decidido a encontrar a su padre, Pinocho se arroja a las aguas, habiéndose atado grandísima piedra a uno de sus pies.
En efecto, cuando buscaba a Pinocho en los mares, Geppetto fue tragado por la ballena Monstruo. En la película de Disney, él con sus mascotas y el barco en que navegaba se encuentran en una especie de cámara hueca, abovedada por el costillar del gigantesco mamífero. Dentro de esa bóveda, Geppetto cada día espera que Monstruo abra las fauces para pescar desde la borda su alimento entre los miles de peces que con el agua entran. Simbólico resulta que esa cámara cetácea es el lugar del corazón y los pulmones del animal, justo los órganos cuya misión es purificar la sangre, y con ella todos los órganos del cuerpo. En la masonería existe la “Cámara de reflexión”, que en grado de aprendiz reza: “Condúceme de la oscuridad a la luz”.
Muchos estudiosos encuentran en esta vivencia de Geppetto una referencia a Jonás (Yōnā cuyo significado es “paloma”), profeta que, enviado por Jahveh a ir a predicar a los ninivitas, ya por cobardía, ya por recelo, desobedece y huye de sus responsabilidades desviando su rumbo más de tres mil kilómetros. Pagó su falta habiendo sido arrojado al mar, tragado por una ballena y posteriormente vomitado en tierra seca. Y como una matrushka de narrativas insertas una en otra, este libro del Antiguo Testamento es citado por el evangelista Mateo en el capítulo 12, versículo 40: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”.
En la cosmogonía de varias culturas, las ballenas tienen una importancia muy significativa: son las encargadas de mantener el equilibrio de las aguas en todo el planeta, y las vibraciones de sus cantos son tan poderosas que pueden restablecer el orden y el equilibrio ante el caos que los humanos generamos en la Tierra. Siendo, también, los seres designados a custodiar las profundidades del espíritu, nos pueden guiar a lo más recóndito de nuestra memoria, donde se guarda la información que podemos usar para liberarnos y curarnos del sufrimiento. En el estudio hermético, la ballena simboliza la originalidad de la inspiración creativa, y sobre todo las emociones profundas, que se sumergen en lo más hondo de nuestro ser, y cuando surgen, son como monstruos con quienes tenemos que entablar una confrontación a fin de evitar que nos devoren. Por eso la ballena significa claridad emocional y sabia navegación en el mar de la vida. Para algunas culturas indias americanas simboliza el renacimiento espiritual. En este punto de su narración Collodi nos invita a sumergirnos en nuestras profundidades para encontrar discernimiento.
Pero he aquí que Pinocho y Pepe Grillo han sido tragados por la misma ballena; así que cuando se encuentran los cinco personajes, las muestras de amor y dicha son profundas. Pero ahora, ¿como salir de la ballena? A Pinocho se le ocurre algo ingenioso: quemar toda la madera del barco y crear una gran humareda, tan grande, que haga toser a la ballena. Con la expulsión de agua causada por la tos, ella abrirá la boca y ellos escaparán. Así sucede, pero Monstruo se enfurece y comienza a perseguirlos, creando tremendas marejadas, corrientes y aguas turbulentas.
Con visos junguianos, el mar viene a ser un símbolo del inconsciente. Y en este punto el agua vuelve a ser otro símbolo masónico y cristiano: Puede leerse en Juan 3:5: “De cierto te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.
Casi no existen rituales místicos sin agua, y todos ellos simbolizan la limpieza, y de algún modo, el renacimiento espiritual. En el bautismo cristiano, hay purificación y remisión del pecado original. En el rito musulmán, hay que lavarse con agua antes de la oración y de tocar el Corán, y con agua se hacen las abluciones; los judíos observan el Mikveh, y usan el agua para recobrar el estado de pureza; para el hinduismo, el agua es el medio de lograr la purificación espiritual. El budismo, el zoroastrismo, el sintoísmo, le dan al agua un poder sagrado. Y así ha sido desde que los sumerios y civilizaciones más arcaicas consideraron al mar un principio divino.
Cuando Pinocho y sus compañeros son expulsados del interior de la ballena al mar, el agua actúa en él como elemento purificador. Después de una desesperante lucha por sobrevivir, en la que Pinocho salva a Geppetto de perecer ahogado, éste y las mascotas son arrojados por las marejadas a la playa. Cuando el viejo carpintero se recupera del impacto ante la ira del Monstruo y la extenuante lucha contra las aguas revueltas, abre los ojos y ve en la arena el pequeño cuerpo de Pinocho balanceándose inerte en las aguas bajas del oleaje. Y es que habiendo encontrado y salvado a su padre, Pinocho sucumbe ante la fuerza de las violentas aguas. Geppetto recoge el pequeño cuerpo, lo lleva a casa, lo tiende en la cama y se arrodilla a llorar inconsolablemente su muerte.
Para el títere, el haberse vuelto consciente de que actuó mal al evadir las responsabilidades de su condición de niño, al haber mentido al hada que le dio vida y haber sido ingrato con su padre, por un lado; y por el otro, el haberse arrepentido y el haber entregado su vida para salvarlo, mostrando más que generosidad, heroísmo, le permiten nacer de nuevo. Otra vez nos encontramos una alusión literaria y simbólica al evangelio de Juan: “Respondió Jesús y le dijo: de cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (…) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprenda que te diga: os es necesario nacer de nuevo.” Aquí Collodi nos da el mensaje de que Pinocho ha sufrido una muerte mística, y con ella, una liberación: murió a su vida de títere. Y aquí una nueva referencia a Juan, quien en 15:13 de su evangelio declara: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama”. Así que Pinocho, una vez redimido por efectos del amor, vuelve a la vida, pero no ya como muñeco exquisitamente construido, con el pulido cuerpo de madera unido por finos remaches, sino con su mórbido e inconsútil manto de piel humana. Un niño de verdad, como tanto lo deseó su padre.
En el significado iniciático de los simbolismos, el evangelio de Juan parece ser el epílogo de la obra. La importancia del amor es la clave: el padre crea al hijo con amor. Después de una vida tortuosa, el hijo busca al padre con amor. Y por medio del amor, el hijo se hace hombre. Collodi es absolutamente coherente con su pensamiento, pues dos son los pilares en que reside la doctrina masónica: el cristianismo y el esoterismo.
IV
Al igual que Jules Verne, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov o William Gibson, Collodi es un escritor visionario. Como Aldous Huxley o George Orwell, se mueve en los terrenos de lo humano individual y social, y con una crítica severa y certera, se adelanta a su tiempo, describiendo con maestría detalles de un sistema que llegará a su culmen 140 años después: la desbocada ambición comercial, el constante engaño publicitario, el abuso a la inocencia de los menores, la inconsciencia del individuo, la trata de niños, el fraude, la delincuencia plutocrática, que es escandalosamente más nociva que la delincuencia común. El desprecio por los valores de orden moral, por la ética, el arte y todo lo que implique evolución o desarrollo intelectual, psicológico, espiritual o de la sensibilidad; la devaluación de la educación y de todo tipo de progreso humano que no sea redituable, que no represente nichos de mercado o derrama económica; la esclavitud psicológica de las masas y el interés por su embrutecimiento, con el fin de que sean más fácilmente manipuladas y sometidas al consumo indiscriminado. Nos dice que mayor lucro es mantener al vulgo ignorante, crearle necesidades y luego exacerbar y alimentar sus placeres. En el ámbito de la filosofía social y la responsabilidad individual y colectiva, el Pinocho de Collodi es una dura, pero acertada crítica a este sistema violento, salvaje, voraz y deshumanizante cuyos estertores aun siguen sacudiendo occidente en este ya adelantado siglo XXI. Y todo ello y más, en un cuento infantil de apariencia inocente. En efecto, quizá la razón de que sus méritos no han sido justamente valorados, es el haber hecho su crítica a través de un cuento supuestamente moralizante y dirigido exclusivamente a los niños.
Carlo Collodi falleció en Florencia el 26 de octubre de 1890. Enterrado en la Basílica de San Miniato al Monte, murió sin sospechar que su cuento llegaría a llevarse al cine por un productor magistral, y menos aun, que alcanzaría una popularidad histórica. Tal como su personaje, su cuento tomó vida propia.
En efecto, a partir de 1936, numerosas películas, series y cortometrajes se han realizado en torno al cuento de Collodi, desde las propiamente infantiles -en algunos casos insulsas-, hasta la versión japonesa Pinocchio: The Series, que nos muestra en Pinocho a un sociópata, con severos trastornos de la personalidad, como delirio de grandeza, arrogancia, imprudencia, indolencia, estupidez, irresponsabilidad, desobediencia, tozudez, mitomanía compulsiva e incapacidad de sentir remordimiento y de aprender de los propios errores; todo lo cual nos invita a leer la historia original con su carga de reflexiones sobre lo difícil que es ser niño en un mundo profuso en crueldad y peligros, y florecer en un sistema cada vez más creciente productor de sociópatas.
Sin embargo, sería interesante que alguno de los grandes cineastas que tenemos hoy día volviera su mirada a esta narración, y con la misma profunda y respetuosa interpretación que le brindó Walt Disney, realizara un filme para adultos, con esos personajes tan coloridos, sobre un tema tan siniestro: enfrentarnos a nuestros propios abismos; o tan humano, si se le ve desde el punto de vista del papel que juega la conciencia en el ejercicio del libre albedrío, es decir, como un viaje o como un puente por el que podemos transitar de ser inconscientes marionetas manipuladas, a seres humanos conscientes y co-creadores, como lo dice San Agustín y lo recuerda Etty Hillesum. O Maimónides, cuando asevera que el hombre es el ser al que se le ha otorgado ratificar su ser.
© 2016 Graciela Agudelo. México