Actualización del concepto Hahnemanniano de “Fuerza Vital”.
Post Scriptum a:
“La Homeopatía, las enzimas y la Información”.
Dr. Gabriel Hernán Gebauer.
Médico-Cirujano.
Magíster Artium Fil. Ciencia.
Santiago. Chile
INDICE
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Introducción.
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El concepto informacional de genoma.
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Si la enfermedad es desorden, la salud es orden.
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El origen del orden.
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La naturaleza como orden.
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La relación del orden con el desorden.
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La salud, la enfermedad y la cantidad de información.
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La evolución del estado de enfermedad.
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El orden precede a la disposición ordenada de las partes.
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El tiempo en la naturaleza versus el tiempo matemático.
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El orden al interior de la duración del presente especioso.
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El genoma y la coordinación de las enzimas.
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La Información explica la catálisis enzimática.
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La Información, la resonancia y la semejanza.
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Las características de la “fuerza vital” las explica la Información.
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La llamada “influencia dinámica” de Hahnemann es Información activa.
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El genoma y el proteoma.
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El genoma es más que el ADN.
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Conclusión.
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Post Scriptum 1: La importancia de la apoptosis.
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Post Scriptum 2: Las enfermedades crónicas.
Introducción.
Según Hahnemann, quien gobierna con perfecta armonía al organismo en el estado de salud es la “fuerza vital”:
“En el estado de salud del hombre la fuerza vital autocrática que dinámicamente anima el organismo material, gobierna con poder ilimitado. Conserva todas las partes del cuerpo en admirable y armoniosa operación vital, tanto respecto a las sensaciones como a las funciones. (…) Sin embargo, la fuerza vital que reside en nuestro organismo, es ininteligente e instintiva y rige la vida en armonioso movimiento sólo mientras está en salud, pero es incapaz de curarse a sí misma en caso de enfermedad. Pues si estuviera dotada de semejante habilidad, nunca permitiría que el organismo se enfermara.” (Artículo 9 del Organon.)
Nuestro propósito en el presente trabajo de investigación es reinterpretar el concepto hahnemanniano de “fuerza vital” en términos actuales.
En el “Post scriptum” a nuestro trabajo “Una nueva teoría acerca de las ‘diluciones homeopáticas’ ”, sosteníamos la necesidad de suponer “la existencia en todo organismo vivo de una entidad integradora única constituida por el conjunto de todas las Informaciones que lo controlan.”
Y decíamos que esta entidad era el genoma, pero entendida no como el genoma de cada célula ni el mero conjunto de todos ellos sino como la Información compartida por todos los genomas individuales; y que el genoma así entendido corresponde a la “fuerza vital” de Hahnemann.
El concepto informacional de genoma.
Continuábamos diciendo en el texto citado:
“En un sistema total auténticamente no mecánico (como sería este), el sistema total no es equivalente a la suma de sus partes. Lo que se observa es que el todo está en cada parte.
¿Qué queremos decir con que el todo está en cada parte por pequeña que sea? Pues que la Información genética no está, propiamente hablando, distribuida autónomamente en cada núcleo celular sino que la Información genética total se expresa a través de cada núcleo –y, por tanto, de cada célula, tejido, órgano, etc.– aunque de distinta manera según las circunstancias ambientales, tanto internas como externas al organismo.”
Debemos aclarar que el concepto de Información que usamos –de ahí que empleemos mayúsculas- tiene para nosotros un significado muy determinado y especial que requiere ser explicado, lo que haremos en la medida que avancemos.
El genoma, entendido en este estricto sentido informacional, rige el equilibrio de cada parte del organismo y cuando esa capacidad organizadora está, por diversas razones, interrumpida global o localmente, se manifiesta la enfermedad.
En palabras de Hahnemann:
“Cuando una persona cae enferma es originalmente sólo la fuerza vital inmaterial, activa por sí misma y presente en todas partes del organismo, que sufre la desviación determinada por la influencia dinámica del agente morboso hostil a la vida.” (Artículo 11 del Organon; la negrita es nuestra.)
El sentido de la expresión: “la influencia dinámica del agente morboso hostil a la vida”, no debe ser entendida como si fuera referida a cuadros infecciosos sino que a toda circunstancia que sea capaz de alterar el orden orgánico –y dentro de las cuales están también, por supuesto, los diversos tipos de gérmenes-.
Dos aclaraciones más: el calificativo de “inmaterial” que emplea Hahnemann para referirse a la “fuerza vital”, es concordante con nuestro concepto de Información. La Información no es “material” en el sentido común de este término, es decir, no está constituida por átomos, iones o moléculas.
Además, la otra expresión predilecta de Hahnemann, “influencia dinámica”, la entendemos como un efecto desorganizador; vale decir, como un efecto que conduce a que una cierta cantidad de información –aquí “información” va con “i” minúscula pues corresponde al concepto bien establecido de cantidad de información- se pierda para el organismo. Más adelante tendremos la oportunidad de profundizar en el recto sentido con el cual habría que entender “influencia dinámica”; pero, lo que está implicado en lo dicho se relaciona con la intuición, ampliamente aceptada en la Homeopatía, y que es que la enfermedad es desorden.
Si la enfermedad es desorden, la salud es orden.
¿Por qué el organismo se enferma? Porque es más probable para cualquier organismo estar enfermo que estar sano. La tendencia a enfermar –que en la intuición de Hahnemann es la “Psora”- corresponde a la tendencia a perder orden que, a través de toda la naturaleza, se expresa en la segunda ley de la Termodinámica. Lo único que se opone al desorden es la Información (que es orden). Así, el organismo, cualquiera que sea, nace con orden y ese orden estaría destinado a perderse rápidamente, a menos que lo impida la existencia en su seno de un fundamento de orden capaz de oponerse a la entropía.
Conceptualmente hablando, si existe la entropía –vale decir, el desorden- es porque existe también aquello que está cuando la entropía no predomina. Y eso que la entropía puede anular, esa no-entropía (o sea, esa neguentropía), debe existir por sí misma. En otras palabras, debe existir positivamente y no como la mera ausencia de otra cosa. Ahora bien, es solamente ese núcleo de neguentropía (o de orden) alrededor del cual se organiza todo organismo el que se opone al avance de la entropía; y su mecanismo de acción consiste en que se auto genera y, como consecuencia de ello, impide el aumento de la cantidad de entropía. Es evidente que sólo el orden puede generar orden.
El origen del orden.
El orden no debería ser considerado como una consecuencia del trabajo de ordenar, aunque efectivamente ese tipo de orden también existe. Pero, para que exista tal tipo de orden, es necesario que el trabajo de ordenar –además de demandar un consumo de energía- posea previamente un fin en vista, un objetivo que es ya, en sí mismo, orden. Sin el plan de lo que se desea lograr mediante el trabajo de ordenar, no sería posible realizar dicho trabajo; y ese orden implicado por cualquier plan o es el resultado de un trabajo de ordenar anterior, lo que nos lleva a una regresión infinita, o es en sí mismo orden. Tendremos que aceptar que, en algún momento en esta cadena, tiene que existir un orden incausado, un orden que no sea la consecuencia de un esfuerzo de ordenar que, a su vez, requiera de un orden anterior.
El orden que maneja el ser humano es generalmente un orden heredado de otros –en último término de la sociedad-, que, a través del pensamiento, sigue una secuencia que no parece tener término. En el resto de la naturaleza, en cambio, el orden no es consecuencia de ningún plan sino que es, simplemente, orden capaz de organizarse a sí mismo una y otra vez en la línea del tiempo y de una forma específica.
La naturaleza como orden.
Ese ser propio de cada cosa que existe en la naturaleza, que recibe precisamente la denominación de “naturaleza”, es el orden particular que cada cosa posee pero que está lejos de ser particular. Siendo particular a cada cosa considerada por sí misma, es sin embargo universal, convirtiendo de esa manera lo particular en parte de algo mucho mayor. Por ejemplo: un trozo de cobre en cierto locus espaciotemporal y otro trozo de cobre en un locus espaciotemporal distinto –como podría ser otra galaxia- comparten en común su “naturaleza” que consiste justamente en el ser cobre.
Ciertamente si pensamos en un tipo especial de célula se da el mismo fenómeno, todas las células del mismo tipo comparten una organización en común, pues a nivel biológico –tanto como a nivel físico y químico- la “naturaleza” de cada cosa se funda en un orden universal que comprende a cada una de sus manifestaciones particulares.
La relación del orden con el desorden.
La organización de cada ente particular es la forma concreta como el orden universal –que preferimos llamar “Información” para conectarlo conceptualmente con la entropía- ejecuta su orden específico. La organización misma es solo un efecto, es el efecto de un proceso ordenador que nace de un orden capaz de subsistir por sí mismo.
Es sólo porque existe el orden que existe el desorden. Y el desorden no es más que la pérdida del orden. El orden mismo nunca puede dejar de ser orden, pero puede expresarse más o puede expresarse menos. Es, entonces, la expresión del orden –que es el grado de organización que una cosa o ser posee y que puede cuantificarse (le llamamos “cantidad de información”)-, la que disminuye, aunque puede también aumentar, y al hacerlo permite que predomine la entropía.
La salud, la enfermedad y la cantidad de información.
Mientras un organismo funcione correctamente, lo cual quiere decir que su organización mantiene un elevado nivel de orden, no hay enfermedad sino salud. Pero no se pasa directamente de un estado de perfecta salud a un estado único de enfermedad. Conceptualmente se puede considerar a la salud como un estado único, pero no es lo mismo para el concepto de enfermedad que estamos describiendo.
En la misma medida en que hay grados casi infinitos de pérdida en el nivel de organización, existen múltiples grados de enfermedad. Por supuesto no nos estamos refiriendo a tipos de enfermedad, no se trata de un asunto de clasificación de patologías sino de cuantificación de grados de orden. Existen tantos grados de enfermedad como puedan ser medidos mediante la cantidad de información que se haya perdido.
En un estado teórico de salud perfecto no solamente existe la cantidad de información necesaria para el cabal funcionamiento orgánico sino que hay redundancia de cantidad de información. En el otro extremo del espectro, cuando la cantidad de información es insuficiente el organismo simplemente no puede funcionar. Una cierta cantidad de información es requerida para el funcionamiento de cada célula, otra para el funcionamiento de los tejidos, órganos, aparatos y sistemas, vale decir, para el funcionamiento pluricelular.
Pero esto no es todo, pues habría que distinguir entre la cantidad de información para fines funcionales de la cantidad de información requerida para mantener la estructura celular y pluricelular.
Esto no quiere decir que sean diferentes clases de Información sino que la misma Información se expresa tanto funcional como estructuralmente. Recordemos que la cantidad de información mide el efecto de la Información, que es el grado de organización y la organización se refiere al funcionamiento y a la estructura a la vez.
Las enfermedades orgánico-funcionales dependen exclusivamente de la cantidad de información responsable del funcionamiento que se pierde. Por su parte, las enfermedades orgánico-lesionales (como el cáncer, por ejemplo), dependen tanto de la pérdida en cantidad de información utilizada en la conservación de la estructura orgánica, como de la de tipo funcional cuya previa pérdida hace posible la lesión.
La evolución del estado de enfermedad.
La cantidad de información no se pierde de manera continua sino por saltos, o sea, discontinuamente. Cuando se ha perdido una cierta cantidad de información, un cierto quantum, el organismo pasa de un estado de equilibrio a otro diferente. Ambos, el que se ha perdido y el que se acaba de alcanzar, son estados de equilibrio; sin embargo, el último estado de equilibrio es un estado de peor salud.
Cuando la pérdida en cantidad de información todavía no ha alcanzado el quantum de cantidad de información como para descender a un estado de equilibrio peor, el organismo puede con su propio esfuerzo recuperar su equilibrio. Pero, cuando la pérdida en cantidad de información ha sido mayor, el retorno al anterior estado de equilibrio por parte del organismo ya no lo puede alcanzar con su propio esfuerzo. Es a lo que se refería Hahnemann en el Organon cuando sostenía que la “fuerza vital" era incapaz de curarse a sí misma. Así, de estado en estado la salud se va empeorando.
Solamente con el aporte de la Información adecuada será posible inducir en tal organismo una reacción curativa capaz de hacerlo retornar al equilibrio perdido. La Información adecuada es por supuesto el simillimum. Éste aporta la cantidad de información que el organismo requiere para volver al estado de equilibrio previo.
El retorno al estado de salud óptimo no tiene porqué darse de una sola vez: es perfectamente posible, y de seguro constituye la situación más corriente, que ese retorno se haga por etapas intermedias. Mientras mayor sea la semejanza entre el medicamento y el estado particular de enfermedad, menores serán las etapas intermedias requeridas en la recuperación de la salud. Pero habrá que considerar también cuánto ha sido el grado de deterioro que el organismo ha llegado a alcanzar, pues lógicamente mientras mayor éste haya sido mayor será también el número de etapas de retorno que cumplir.
El orden precede a la disposición ordenada de las partes.
Veamos ahora la relación que tiene el genoma informacional –entendido como la “fuerza vital” de Hahnemann- con lo dicho hasta aquí acerca del orden y el desorden.
Cuando examinamos un conjunto de elementos que mantienen entre sí algún tipo de orden, es decir, si esos elementos o partes se disponen de acuerdo a un esquema ordenador, tenemos la posibilidad de hacerlo o bien a partir de una perspectiva total (u holística), o bien hacerlo particularmente a partir de cualquiera de sus elementos y tratar de entender cómo se relaciona con cada uno de los demás de manera de generar una disposición ordenada. Esta última forma de examen, que podríamos denominar “anatómico” –en el sentido etimológico del término-, encuentra al orden como un resultado y por tanto como un orden incapaz de generarse a sí mismo. Es lo que podríamos simplemente llamar un “orden-efecto”, un orden que requiere de un agente exterior a él como causa para existir (habitualmente la acción de un ser humano).
Si, por el contrario, nuestra perspectiva abarca la totalidad, encontraremos en primer lugar al orden mismo, un “orden causa de sí mismo”, capaz de generar la disposición ordenada. El orden, entonces, precede a la disposición ordenada de las partes. ¿Qué queremos decir con el verbo “preceder”? ¿Se trata de una anterioridad temporal o de algún otro tipo? Que no se trata de una anterioridad temporal, quedará claro un poco más adelante. Que el orden es anterior a la disposición ordenada de las partes de un todo, significa que el orden existe por sí mismo y no es meramente un resultado de la acción de algún agente externo al propio orden. En otras palabras, el orden precede en un sentido ontológico al orden-efecto, al orden considerado escuetamente como la disposición ordenada que cierto conjunto de elementos ha llegado a tener. Pues mientras el orden en sí es intemporal, el orden-efecto posee una historia.
El tiempo en la naturaleza versus el tiempo matemático.
Cuando consideramos un conjunto ordenado de elementos y ese conjunto ordenado es un sistema vivo, el tiempo que nos interesa no es el tiempo matemático, mera abstracción, sino el tiempo que dura, el tiempo que posee duración. Aquello que sucede (o funciona) en un sistema vivo, ya sea en términos biológicos, ya sea en términos sicológicos, lo hace no en un instante que tiende a cero sino en una duración.
Tomándola prestada del filósofo William James, usaremos la expresión “presente especioso”, para referirnos al momento presente no como un mero instante sino como una duración que, a su vez, puede ser medida por el tiempo matemático. El presente especioso es aquella duración dentro de la cual suceden cosas, una enzima cataliza la ruptura de una macromolécula o se produce el evento de una percepción, por mencionar sólo dos ejemplos. En el ejemplo del vaso de agua azucarada usado por Bergson, éste se preguntaba: “¿por qué debo esperar a que el azúcar se disuelva?”
El tiempo que nos interesa, por tanto, es aquel que está constituido por la sucesión de presentes especiosos que se encadenan unos a otros en el continuo temporal abstracto que nos proporciona las Matemáticas.
El orden al interior de la duración del presente especioso.
El orden persiste al interior de cada presente especioso, vale decir, posee duración. Por eso hemos dicho que el orden no precede cronológicamente a la disposición ordenada de las partes, pues el orden mismo y lo ordenado coexisten sincrónicamente. No es que esté primero –en el tiempo- el orden y luego se genere el ordenamiento sino que el orden se expresa en el ordenamiento. Para utilizar una imagen expresiva, se podría decir que el ordenamiento es al orden como la ola es al mar.
Desde la más simple hasta la más compleja organización del ser vivo, la disposición ordenada de los elementos del conjunto que la caracterizan está fundada en lo que es, en esencia, la misma clase de orden. Es el orden que se mantiene a sí mismo en la duración de un presente especioso.
De esa manera, lo que desde una perspectiva exclusivamente espacial podría considerarse extremadamente difícil, y quizás imposible, como es la coordinación de un sinnúmero de elementos separados entre sí, y todos a la vez, cual sería el caso de cualquier organismo vivo; resulta ser factible desde la perspectiva temporal de la duración del presente especioso, en el cual el orden es uno y mismo para cada elemento.
Pensemos en una célula cualquiera de un organismo vivo pluricelular. En un instante dado, se están realizando diversas reacciones bioquímicas. Al mismo tiempo, en cada una de las restantes células de dicho organismo está ocurriendo otro tanto.
¿Cómo, de qué manera las reacciones bioquímicas de la célula considerada en primer lugar se coordinan con las reacciones bioquímicas de cada una de las restantes células del mismo organismo y éstas a su vez entre ellas?
Volviendo un poco en nuestros pasos, un examen “anatómico” nos conduce a considerar el orden de la totalidad, sin el cual ciertamente ningún organismo podría sobrevivir, sencillamente como un milagro. Las posibilidades de que las casi infinitas coordinaciones entre un número tan inmenso de elementos falle, son tan altas que deberíamos suponer como prácticamente imposible la existencia de tal hecho y, todavía más, su persistencia en el tiempo.
Sin embargo, un examen holístico nos permite entender la coordinación entre elementos múltiples, muchos de ellos en estados muy diversos entre sí, como la expresión de un único orden que campea en la duración de cada presente especioso. No se trata de un número casi infinito de órdenes particulares, el de cada elemento con cada uno de los demás elementos, sino de un solo orden general que existe en la duración de un presente especioso y que es capaz de persistir para el presente especioso siguiente.
Es porque el orden está en la totalidad que está a la vez en cada parte y al estar en cada parte permite que la totalidad predomine. Ahora, si el todo predomina sobre la parte, entonces el orden tiene necesariamente que ser total, y si es total no puede sino ser uno solo.
Por lo demás, cuando preguntábamos cómo era posible, desde una perspectiva “anatómica”, coordinar la función de una determinada célula con todas las demás, inadvertidamente colocábamos a la célula considerada en primer término no solamente aparte en el espacio sino que en el tiempo, en otro presente especioso. He ahí el error, pues todas las células comparten el mismo presente especioso; luego, no hay separación temporal así como no la hay espacial.
El genoma y la coordinación de las enzimas.
La coordinación simultánea de diferentes reacciones bioquímicas en un organismo vivo, que están sucediendo en un cierto presente especioso, implica la coordinación de un número inmenso de enzimas. Si cada enzima puede ser considerada como un elemento y el conjunto de todas ellas como un sistema ordenado, entonces surge el problema de cómo se relacionan tan armoniosamente entre sí.
Ahora bien, tanto el número como la calidad de las enzimas requeridas en cada proceso de cada una de las células del organismo dependen, por una parte, de lo que esté ocurriendo en el medio en el cual ese organismo vive; pero, por otra parte, y esto es lo que importa señalar, dependen también, y decisivamente, del genoma.
El genoma representa el conjunto de todas las Informaciones que cada organismo necesita para sobrevivir. Mas es imprescindible considerar a la Información no como un mero dato pasivo sino como una energía capaz de producir efectos organizativos en la estructura molecular del organismo. Es a lo que hemos denominado la capacidad ejecutiva de la Información.
El genoma, con esta capacidad ejecutiva ya citada, mantiene la disposición ordenada de cada una de las partes de la totalidad, es decir, su organización, porque es el orden que se expresa en cada parte sin pertenecer a ninguna de ellas en particular.
De la misma manera que un rasgo particular en un dibujo conviene al dibujo en general porque es parte de un todo ordenado, la conveniencia de cierta reacción catalizada por una enzima en una cierta célula y en un instante dado estará determinada por su importancia en relación con la totalidad orgánica. Por tanto, cada una de las reacciones catalizadas por enzimas en cada una de las células del cuerpo y en cada instante que se le considere, debe estar coordinada con todas las demás.
En términos prácticos, lo anterior significa que lo que una determinada enzima está haciendo en un cierto lugar del organismo está coordinado con lo que otra enzima está realizando en un lugar diferente, y quizás muy distante, del mismo organismo; porque ambas expresan un orden compartido que es el orden impuesto por el genoma. Por supuesto, en la realidad se trata no de una sola coordinación como la señalada sino de todas las innumerables coordinaciones sin las cuales el orden total se destruiría.
Todavía más, las coordinaciones se van transformando en el tiempo. Mientras en un cierto presente especioso algunas enzimas activan algunas reacciones bioquímicas, otras están inactivas; y al presente especioso siguiente la situación habrá cambiado: serán otras enzimas las activas y otras las inactivas, en una verdadera sinfonía orgánica.
Es fácil suponer que sin una Información compartida, que es la Información del genoma, la estructura y función del organismo se destruiría; cada célula funcionaría por su parte y se perdería la armonía pluricelular. Es lo que en efecto ocurre, aunque parcialmente, en el Cáncer. El estado canceroso es un estado orgánico en el cual se ha perdido una buena parte de la armonía pluricelular.
La Información explica la catálisis enzimática.
Todas las complejas y numerosas reacciones bioquímicas que tienen lugar en nuestro organismo son reguladas por enzimas, a través de la capacidad catalizadora específica que ellas poseen. Esto quiere decir que aceleran las reacciones químicas sin ser consumidas en el proceso.
En presencia de enzimas, una reacción química en el seno de nuestros tejidos requiere de una energía de activación mucho menor que en su ausencia y de esa manera se incrementan de una forma decisiva las probabilidades de que se realice.
La explicación es la siguiente: en el medio acuoso celular, las diversas moléculas presentes en él son lo bastante estables como para que el evento de reaccionar y formar productos sea más bien un hecho ocasional. Se le denomina “energía de activación” a esta especie de barrera energética a la reacción de las moléculas, o sea, a esta energía necesaria para hacer que se produzca la reacción.
Ahora bien, salvo que se aportara energía extra desde afuera, la única otra forma de superar el problema de vencer esta barrera es mediante la capacidad que tienen las enzimas de formar un compuesto intermediario inestable, que corresponde al estado de transición de la reacción química, llamado “complejo enzima-sustrato”.
Siendo termodinámicamente inestable, este complejo rápidamente se rompe para dar lugar a productos estables y a la enzima, la cual no ha sufrido ningún cambio en el proceso y que puede volver así a cumplir su rol de catalizador innumerables veces más.
Estos son los hechos, pero ¿cuál es la razón profunda de esta capacidad catalizadora de la enzima? La macromolécula proteica en que consiste la enzima, de un peso molecular que oscila entre varios miles y varios millones –mientras su sustrato no tiene usualmente más que varios cientos-, posee una estructura muy compleja, la cual implica que posee también una gran cantidad de información. La causa de esta gran cantidad de información está en la compleja Información genética que transporta y que explica sus propiedades.
Es la Información enzimática –cuyo origen es genético- la que determina que se produzca el complejo enzima-sustrato y, como resultado de este hecho, que la energía de activación se reduzca a un mínimo. La enzima posee la Información estrictamente apropiada para unirse a su sustrato, y solamente a él, lo que se conoce como especificidad enzimática; pues el genoma posee en potencia las Informaciones para cada uno de los sustratos que el organismo requiere en sus reacciones bioquímicas.
Si Ud. ya ha ordenado su pieza, no necesita hacerlo de nuevo. Lo que queremos decir es que si la enzima ya posee el código que permite que el sustrato se le una, no se requiere gastar energía en propiciar su encuentro con él, gasto que constituiría parte importante de la energía de activación necesaria en reacciones sin presencia de enzimas.
La formación del complejo enzima-sustrato no consume energía porque el trabajo de adaptar el sitio activo de la enzima a su sustrato correspondiente, ya ha sido realizado. La existencia de la Información genética asegura que ese sea el caso.
Por su parte, el complejo enzima-sustrato representa un estado muy inestable por su alto nivel de complejidad, complejidad debida a la enzima (y muy poco al sustrato). Esta inestabilidad da lugar rápidamente al equilibrio con sus productos de la reacción y la enzima nuevamente disponible para otra reacción. Como se puede ver, aunque el proceso catalizador se da completamente en el interior de un presente especioso, presenta dos etapas que son: la formación del complejo enzima-sustrato, que constituye un proceso termodinámicamente reversible, o sea, sin variación de la entropía (sin degradación de energía, entonces); y la vuelta al equilibrio inmediatamente después, con consumo de la energía interna del sistema celular y variación positiva de la entropía.
Las enzimas permiten un uso más eficiente de la propia energía interna del sistema celular –energía constituida fundamentalmente por las colisiones al azar de sus moléculas-, al inmovilizar a su sustrato permitiendo así que estos choques sobre él se conviertan en energía libre; vale decir, en energía capaz de hacer posible la superación de la barrera energética que la reacción química necesita consumar para completarse.
En conclusión: la catálisis enzimática no representa un gasto energético extra para el organismo. Si pensamos que las enzimas conforman las piezas decisivas de la disposición ordenada de las partes del sistema orgánico, entonces deduciremos que el orden en sí mismo no consume energía. Sólo consume energía la actividad orgánica.
La Información, la resonancia y la semejanza.
Para que se produzca una enfermedad, es necesario que una Información exterior al organismo –como la de un germen, un cierto alimento, una condición climática, alguna sustancia química, etc.- provoque, por resonancia, el desequilibrio del genoma. La Información exterior debe ser semejante a una parte de la Información del genoma, para de esa manera crear una división funcional entre esa parte y el resto del genoma.
Como ya hemos dicho, el estado de salud existe solamente cuando el genoma funciona como una totalidad única. Cualquier división dentro de ella significa la pérdida de la armonía orgánica a causa de la pérdida de cantidad de información útil.
Mediante las patogenesias, Hahnemann comprobó que era posible desequilibrar directamente un organismo utilizando exclusivamente la Información, que la naturaleza aportaba a través de plantas, minerales y otras sustancias. Que se trata exclusivamente de Información, es fácil de demostrar pues muchas patogenesias fueron realizadas con la dilución D30; es decir, usando diluciones que han sobrepasado con creces el límite de dilución de átomos, iones y moléculas (Número de Avogadro).
Las Informaciones semejantes tienen la propiedad de resonar entre sí. De esa forma, cualquier Información que sea semejante a una parte del conjunto de las Informaciones del genoma –conjunto de Informaciones que, dicho sea de paso, funcionan como una sola Información en el estado de salud-, desencadenará un estado de desequilibrio global al producirse un conflicto entre la parte desequilibrada y el resto. Precisamente la parte desequilibrada es la responsable de los síntomas patogenésicos así como de la sintomatología de los estados patológicos, según sea el caso, aunque sobre un fondo sintomático generado por el desequilibrio total del genoma.
Hahnemann lo intuía así: “Siendo nuestra fuerza vital un poder dinámico, no puede ser atacada y afectada más que de un modo inmaterial (dinámico) por las influencias nocivas que desde afuera perturban el armonioso funcionamiento de la vida.” (Artículo 16 del Organon.)
Siendo nuestro genoma informacional (nuestra “fuerza vital”) sólo Información no puede ser afectada más que por la Información –o sea, de modo “dinámico”, como diría Hahnemann-, que sería en este caso la Información patógena.
El Artículo 16, sigue así:
“De ninguna manera el médico puede remover todos los desórdenes morbosos (la enfermedad) sino por el poder alterante inmaterial (dinámico) que tienen los remedios apropiados sobre nuestra fuerza vital dinámica y que es percibido por la sensibilidad omnipresente de los nervios en nuestro organismo.”
El medicamento homeopático puede actuar sobre la “fuerza vital” porque ambas son Informaciones; Información activa el primero, pasiva la última. Permítasenos acá una digresión. Las diferentes sustancias químicas –tóxicos, toxinas, fármacos, etc.-, también poseen Información, aunque en estado latente (o Información pasiva); pero, a diferencia de los medicamentos homeopáticos, sólo actúan indirectamente sobre el genoma y como consecuencia de afectar ciertos tejidos orgánicos (en último término, la organización de estos). Sólo la Información activa, por resonancia –por “infección”, diría Hahnemann (véase más abajo)-, puede actuar directamente sobre el genoma.
Las características de la “fuerza vital” las explica la Información.
“La fuerza vital, invisible por sí misma y sólo reconocible por sus efectos en el organismo, da a conocer sus perturbaciones morbosas únicamente por manifestaciones anormales de las sensaciones y funciones y no las puede dar a conocer de otra manera.” (Artículo 11 del Organon; las negritas son nuestras.)
Desde el punto de vista de la Biología molecular, es muy difícil –por no decir imposible-, la aceptación de una entidad biológica que participe del carácter de invisibilidad a todo método directo de investigación como el que atribuye Hahnemann a la “fuerza vital”. Sin embargo, la Información también se conoce sólo por sus efectos.
Hahnemann concluye su Artículo 11, de esta manera: “Sólo estos síntomas de enfermedad constituyen el lado accesible a los sentidos del observador y del médico.”
Los efectos en el organismo en forma de síntomas–de los cuales nos habla Hahnemann-, corresponden a las modificaciones en el funcionamiento orgánico que no son otra cosa que algún grado menor de organización funcional (y estructural a veces), en comparación con el estado de salud. Lo que se pierde, parcialmente, es la expresión del orden en el organismo por la presencia de Informaciones patológicas.
Señalemos que, a diferencia de las patogenesias, que son enfermedades que desaparecen completamente una vez cesado el efecto de la Información; los estados patológicos no sólo subsisten mientras persista la acción de la Información patológica sobre el genoma sino que pueden hacerlo aun cuando esta Información ya no esté.
Una sustancia tóxica o un germen en plena virulencia, son ejemplos de una clase de Información persistente sobre el genoma que, en el corto plazo, desencadena un cuadro agudo; pero que se puede transformar en un desequilibrio permanente –en una enfermedad crónica-, si la resistencia orgánica decae más allá de cierto límite.
Una enfermedad crónica representa un nuevo estado de equilibrio que expresará un proceso habitual de funcionamiento orgánico pero que, al compararlo con el estado de salud, consistirá en un nivel de funcionamiento de peor calidad (el cual puede ser medido como un estado con menor cantidad de información).
El peor funcionamiento se debe a la pérdida de algunas cuantas de las múltiples coordinaciones entre procesos bioquímicos catalizados por enzimas. Piénsese en lo que significa que, en un mismo presente especioso, dos reacciones enzimáticas que deberían estar coordinadas, no lo hagan. Agreguemos que en los hechos no se trata de sólo una sino de muchísimas descoordinaciones y que, además, se reiteran en el tiempo.
La llamada “influencia dinámica” de Hahnemann es Información activa.
En una nota al Artículo 11 del Organon, Hahnemann se pregunta: “¿Qué cosa es influencia dinámica, poder dinámico?” Haciendo alusión a la acción ejercida por la gravitación –“energía invisible y oculta”-, repara en que “se verifica sin intervención aparente de influencia material o utensilio mecánico como en las obras humanas”.
La intuición de Hahnemann es que la “influencia dinámica” se refiere a una acción entre dos entes en la cual no existe ningún cuerpo intermediario, como la acción de la gravedad en el espacio sideral. De la misma forma, la “influencia dinámica” puede realizarse en ausencia no solamente de algún cuerpo intermediario sino de cualquier trozo de materia; en último término, sin la presencia de átomos, iones o moléculas. Hahnemann da el ejemplo de la atracción de un imán sobre un pedazo de hierro, pero no debemos perdernos en lo que señala –la energía magnética- sino que fijarnos en lo que está implicado por el ejemplo: en la ausencia de materia.
“Así, por ejemplo, el efecto dinámico de las influencias patológicas sobre el hombre sano, así como la energía dinámica de los medicamentos sobre el principio vital para el restablecimiento de la salud, no es más que una infección, pero de ningún modo material o mecánico.” (Las negritas son nuestras.)
Tenemos que tener cuidado con el término “infección” usado por Hahnemann. No tiene en su lenguaje el mismo significado que, a partir de Pasteur (alrededor de 1877), posee ahora para nosotros. En el lenguaje de Hahnemann, “infección” es sinónimo de “radiación” (en el sentido actual aproximadamente), de manera que un “efecto dinámico” sería como el efecto de la radiación ultravioleta sobre nuestra piel.
En lo que sí deberíamos reparar es en la expresión “de ningún modo material o mecánico”. Para Hahnemann, “dinámico” es equivalente a “inmaterial”. Sin embargo, el concepto de energía radiante no existía en su época; de manera que no le era posible descartar de su teoría ciertos tipos de energía –la del campo magnético, por ejemplo-, que ciertamente no pueden explicar la acción del medicamento homeopático. Y no lo pueden explicar porque carecen del rasgo de ser específica –que sí lo posee la energía electromagnética, en cambio-, capaz de provocar efectos cualitativamente diferentes según varíe su naturaleza. Si el medicamento homeopático fuera energía magnética, obviamente no habría diferencia en el efecto entre un medicamento y otro.
La Información, ya lo dijimos, no es material en el sentido de carecer de átomos, iones o moléculas, pero lo es en otro sentido. Lo es en el sentido de estar siempre asociada a átomos, iones o moléculas, salvo cuando lo está a radiaciones electromagnéticas (las cuales son también “materia” en sentido amplio).
Sin embargo, la Información cumple perfectamente con las condiciones exigidas por la intuición hahnemanniana. Si bien, propiamente hablando, la Información del medicamento no existe en ausencia de materia, y así el medicamento debe ingresar al interior del organismo transportado por algún vehículo material (glóbulos, gotas, etc.); es igualmente cierto que Hahnemann tiene razón al sostener que lo que el denomina “influencia dinámica” se ejerce por sí misma (por resonancia) y no por intermedio de átomos, iones o moléculas. Por el contrario, en el organismo son éstos los que sufren su acción organizadora o, según el caso, desorganizadora (patologías y patogenesias).
El genoma y el proteoma.
Debemos considerar ahora un nuevo concepto biológico, que goza de gran interés actual y que está estrechamente relacionado con el concepto de genoma. Nos referimos al concepto de proteoma.
El proteoma es el conjunto de todas las proteínas que intervienen en los procesos biológicos de una especie –así se habla, por ejemplo, del “proteoma humano”-, lo que incluye a las enzimas como una parte destacada suya. Las enzimas expresan la fase activa de la Información genética, vale decir, representan la fase ejecutiva del genoma.
La Información en general puede estar en dos estados: activo y pasivo. En los sistemas vivos, la Información activa se expresa como enzima, la cual lejos de ser una simple macromolécula proteica es un vehículo de Información.
Por su parte, la Información pasiva, o latente, se encuentra encerrada como genoma. Pero su pasividad no debe ser entendida a la manera de un archivo que no ha sido abierto sino más bien como una energía potencial presta a ser usada. Nos agrada la imagen de la flecha en un arco tensado al máximo por el carácter de pasividad activa, si se nos permite la paradoja, que sugiere.
Difícilmente accesible para cualquier molécula externa, el genoma es sin embargo sensible a las Informaciones. Constituye, de hecho, el centro receptor de las Informaciones que proceden tanto desde el exterior como desde el propio organismo. El genoma es un sistema autorregulado, que responde inmediatamente a los cambios producidos tanto en el medio externo al organismo como en su propio medio interno. Cualquier cambio en algún tejido orgánico desencadena una respuesta compensatoria destinada a recuperar el equilibrio, mientras ello sea posible.
Como se aprecia, el proteoma es el brazo ejecutivo del genoma. Concretamente, la Información pasiva de un gen se expresa como Información activa a través de una enzima. En un cierto momento cualquiera y para un cierto tejido orgánico, la presencia o ausencia de determinada enzima, o su mayor o menor cantidad cuando está presente, dependen de las Informaciones que el genoma esté recibiendo en ese mismo momento.
Una aclaración se impone aquí: el proteoma completo de un organismo ha sido considerado como el equivalente proteínico de su genoma, pero esto no es exactamente así.
La equivalencia aproximadamente válida es entre la estructura del ADN celular y la estructura del proteoma celular (la totalidad de sus proteínas), vale decir, entre dos estructuras que son dos tipos de organizaciones. Recordemos, sin embargo, que las organizaciones son un resultado de la capacidad organizadora de la Información. El genoma en tanto Información es el organizador tanto del ADN celular como del proteoma celular.
El genoma (tal cual lo entendemos aquí, o sea, en términos informacionales), no es el ADN, no es ni siquiera una estructura, sino que la Información asociada a la estructura, pues la Información solamente puede expresarse por medio de estructuras moleculares –o, en menor medida, asociada a energía radiante-.
Es muy importante destacar las diferencias conceptuales envueltas aquí. La supuesta equivalencia entre el genoma (en cuanto estructura, o sea, en cuanto ADN) y el proteoma completo de un organismo, surge a partir de un examen “anatómico” del funcionamiento orgánico. Es el resultado de comparar ciertas organizaciones estructurales tomadas aparte, pero desconociendo que toda organización requiere de un poder organizador. Se desconoce que lo que convierte tanto al ADN como al proteoma en sistemas complejos altamente organizados es precisamente la Información genética.
En una parte del Artículo 15 del Organon, Hahnemann dice:
“El organismo es ciertamente el instrumento material de la vida, pero no puede concebirse sin la fuerza vital que lo anima y que obra y siente instintivamente; del mismo modo la fuerza vital no puede concebirse sin el organismo. Por consiguiente, las dos constituyen una unidad aunque nuestra mente separe esta unidad en dos concepciones distintas a fin de que se comprenda más fácilmente.”
No es posible separar el orden de lo ordenado, lo que quiere decir que no es posible separar la Información de la organización, que es su resultado. Por tanto, no es posible separar al genoma ni del ADN celular ni de su proteoma, pero siempre y cuando el genoma sea entendido como Información (y no se le confunda entonces con el ADN). Retomando las palabras de Hahnemann, podemos decir que “fuerza vital” y organismo constituyen una unidad indisoluble porque sin la Información del genoma el organismo dejaría de ser tal.
“El organismo material sin la fuerza vital es incapaz de sentir, de obrar y de conservarse a sí mismo; está muerto y cuando está sujeto únicamente al poder del mundo físico externo, se descompone y se desintegra en sus elementos químicos.” (Artículo 10 del Organon.)
El genoma es más que el ADN.
En el estudio de la secuencia del genoma humano o, más propiamente, del ADN humano, y según lo publicado por la revista científica “Science”, éste contendría entre 26.383 y 39.114 genes, según la codificación realizada con un 99,96 por ciento de fiabilidad por los científicos de la empresa privada “Celera Genomics”.
Además del número de genes, el estudio de la secuencia ha revelado que una cuarta parte del genoma es una región casi desierta, es decir, con muy pocos genes que codifiquen proteínas o incluso ninguno. Esto significa que la cuarta parte del genoma contiene genes que no tienen ninguna función conocida.
Este es el primer hecho que quisiéramos señalar.
Cada persona comparte un 99,99 por ciento de su mapa genético con el resto de la humanidad. El 0,01 por ciento restantes marcan las diferencias entre unos y otros. Ahora, al comparar los ADN del ser humano y del chimpancé, se observa un hecho sorprendente: coinciden en un 98,7 %. Vale decir, la diferencia entre un ser humano y un chimpancé es de sólo un 1,3 %.
El genoma como estructura, como ADN, es extremadamente semejante en las distintas especies. Por ejemplo: el ser humano comparte más de la mitad de los genes de la gallina y un 80 % de los del ratón.
Gerald Rubin, de la Universidad de California, director del proyecto “Genoma de Drosophila”, y una vez completada la secuencia genómica de este insecto, nos dice:
“Una levadura es un hongo simple, una única célula, pero las moscas sólo necesitan el doble de los genes para hacer un animal que puede volar sin estrellarse contra las paredes, que tiene tejidos, nervios, músculos, memoria y otras clases de comportamientos complicados como ritmos circadianos. El mensaje que nos deja es que la complejidad más alta en animales como moscas y seres humanos surge sin necesitad de agregar muchas nuevas piezas." (Las negritas son nuestras.)
En realidad, el ADN es muy parecido, o a lo menos muy poco diferente, tanto entre especies distintas como entre el ser humano y otras especies. Sea levadura, sea mosca o sea ser humano, las diferencias no son desmesuradas ni mucho menos.
Este es un segundo hecho que señalar.
Barbara Jasny, redactora de “Science”, acota:
"Tenemos que dejar de pensar en términos de genes como unidad. Ahora hay que intentar comprender el funcionamiento de un sistema múltiple complejo".
La conducta y características del ser humano no pueden explicarse de forma suficiente por el funcionamiento de un solo gen, sino por la interrelación de múltiples genes, lo que se denomina “Localizaciones de Características Cuantitativas” (“QTLs” en sus siglas en inglés). Por otra parte, las “QTLs” no se encuentran perfectamente localizadas, pues los genomas son sistemas muy fluidos.
Este es el tercer hecho que desearíamos señalar.
El primer hecho lo interpretamos como la expresión del carácter de Información latente, o sea, de pura potencialidad que el genoma posee. Ese 25 % de ADN del cual se desconoce toda función es parte de un sistema mayor –el genoma informacional-, que tiene la capacidad potencial de expresarse fenotípicamente de manera novedosa si las circunstancias así lo determinan, permitiendo, por ejemplo, la aparición de nuevos genes.
Lo cual se relaciona con el tercer hecho, el de ser “un sistema múltiple complejo”, vale decir, un sistema que no se agota en su organización lineal concreta (nos referimos al ADN y su secuencia). El isomorfismo entre cierta secuencia de ADN y alguna característica determinada solamente puede ser parcial e incompleto. El ADN es sólo la punta del témpano de hielo, únicamente la parte estructurada del genoma.
Además, el genoma como estructura de ADN es un sistema fluyente, variable, con genes que se forman por unión de fragmentos diversos y que dan lugar a proteínas de funciones nuevas, en pocas palabras: un “caos” organizado. La razón de que se comporte de esta manera está en ser una organización que sufre repetidamente la acción más bien desorganizadora del ambiente, y que el genoma informacional responda a esa acción reorganizándolo constantemente.
Lo que queremos decir es que el resultado de la interacción organismo-ambiente lo determina finalmente el genoma como centro receptor de Informaciones y, a la vez, centro organizador de sí y de su ambiente; y que el ADN es meramente una estación intermediaria. Sin duda, el genoma informacional es mucho más que el mero ADN.
El segundo hecho mencionado, nos conduce a pensar que los genomas son mucho más semejantes entre especies diferentes de lo que lo son sus proteomas. Si, por un lado, las secuencias del ADN (genoma en sentido restringido) son bastante semejantes en todas las especies, no acontece exactamente lo mismo con sus proteomas. La razón podría estar en que el tipo de proteínas, y en especial de enzimas, que cada especie necesita dependen en gran medida del ambiente en el cual viven, y al cual están adaptados. Ambientes y adaptaciones diferentes deben reflejarse en proteomas un tanto diferentes.
Sin embargo, sus ADNs son extrañamente semejantes. Es sorprendente el hecho de compartir el ser humano una parte de los mismos genes con otras especies animales, incluso con especies muy primitivas –y, todavía más, con especies vegetales-.
Del conjunto de los datos anteriores, podríamos extraer una última deducción que es la siguiente:
Todo induce a pensar que el genoma humano encierra en estado potencial a la totalidad de las Informaciones que existen en la naturaleza.
Tal vez el ser humano no haya perdido del todo la capacidad de volar como un pájaro y sólo por el hecho de haber seguido un camino evolutivo diferente esa capacidad se quedó en un estado de latencia, y asimismo pudo haber sucedido con muchas otras capacidades que otras especies poseen. Nada está definitivamente cerrado ni para la evolución del ser humano ni para la evolución de cualquier especie. La naturaleza es potencialidad pura.
Conclusión:
El concepto de “fuerza vital” tal cual fue formulado por Hahnemann, inmerso en una filosofía vitalista ya obsoleta, puede ser rescatado para la Ciencia. Esa es nuestra convicción, la cual hemos intentado fundamentar en las páginas anteriores. Pensamos que ha llegado el momento de su actualización para el progreso de la Homeopatía.
Hahnemann carecía de los instrumentos conceptuales idóneos para llevar a cabo la tarea de establecer el concepto de “fuerza vital” como un concepto científico, lo cual es comprensible si nos situamos en la época de surgimiento del mismo.
El objetivo del presente trabajo ha sido reformular el concepto de “fuerza vital” en términos de genoma informacional, es decir, del genoma visto como la totalidad de la Información orgánica. Esta Información genética se expresa a través de cada núcleo de cada una de las células del organismo, cumpliendo con dos condiciones:
-
que se mantenga la armonía del todo, y
-
que haya una incesante adaptación a las variaciones impuestas por el ambiente particular de cada célula (y de cada tejido, cada órgano, etc.).
En síntesis: ningún cambio adaptativo local puede hacerse en contra de la armonía del organismo como un todo. Esto implica que el todo jamás se adapta a las modificaciones de las partes sino que procura adaptarlas a su propio orden.
Esta es la razón por la cual una modificación local persistente desequilibra al organismo considerado como un todo, determinando de esa manera un estado patológico que la “fuerza vital” es incapaz de revertir, como sostenía Hahnemann. Un ejemplo clásico es el efecto de irritación del tabaco sobre los pulmones que termina en un cáncer pulmonar.
Desgraciadamente las cosas no pueden ser de otra forma. Pues si, por el contrario, fuera el orden total el que se adaptara a las modificaciones de las partes, se ocasionaría en corto tiempo tal desorden que haría la vida inviable.
Ahora bien, la Información genética se hace ejecutiva por medio del proteoma, es decir, mediante la acción organizadora de las enzimas. Cada enzima cumple el programa genético con la eficiencia y oportunidad requeridas por el orden total.
La secuencia operativa es la siguiente:
Información genética → genoma → proteoma → organismo.
De esta manera se conserva, según creemos, la intuición de Hahnemann –como lo prueban las anteriores citas del Organon- y, a la vez, se le transforma en un concepto genuinamente científico por estar basado en el concepto de Información.
El concepto de Información permite explicar, esperamos que satisfactoriamente, la naturaleza física del medicamento homeopático y, a la vez, la forma como éste puede modificar el estado de un sistema biológico, ya sea para enfermarlo, ya sea para inducir su curación. Este poder para modificar un sistema biológico sería imposible si la Información careciera de una capacidad ejecutiva, o sea, de una capacidad para organizar, pero también para desorganizar cuando se trata “de un agente morboso hostil a la vida”. Pues la Información modifica a su receptor en el acto mismo de recepción.
Es precisamente en este punto donde la Información del genoma –la “fuerza vital” de Hahnemann- cumple un papel decisivo. La Información genética mantiene el orden orgánico en el estado de salud mediante su capacidad ejecutiva, hasta que alguna Información externa pudiera llegar a afectarlo más allá de cierto punto de retorno.
La existencia de un centro organizador encargado del perfecto funcionamiento de cada parte del organismo como asimismo del organismo entero, corresponde a la intuición que, en lenguaje de la época, Hahnemann denominó “fuerza vital”. Creemos que lo realmente importante es hacerla comprensible en términos científicos actuales, propósito que ha guiado la elaboración del presente trabajo de investigación.
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Nota bibliográfica: las citas del Organon se extrajeron de Samuel Hahnemann, Organon de la medicina, Edición 6B, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1980.
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Post Scriptum 1: La importancia de la apoptosis.
Sabemos que el orden total del organismo tiende a permanecer sin cambiar jamás, o sea, que nunca se adapta a las modificaciones que puedan ocurrir en cualquier parte del organismo sino que, por el contrario, procura adaptarlas a su propio orden.
Cuando la “fuerza vital” (el genoma) es incapaz de adaptar rápidamente las modificaciones disruptivas de algún tejido al orden total, se produce la apoptosis, es decir, la muerte de las células funcionalmente alteradas –y, en una etapa más avanzada del desequilibrio orgánico, estructuralmente alteradas-. Y si este mecanismo no fuera suficiente, el resultado es la enfermedad.
Se ha definido a la apoptosis como una “muerte celular programada”. Esto se debe a que algunas células aparecen como programadas a morir en un cierto momento como parte de la función o desarrollo normal de los tejidos. Sin embargo, esta es una definición engañosa.
Pues si bien es cierto que la apoptosis ocurre en el desarrollo normal, en la diferenciación celular terminal, en el recambio celular normal en tejidos adultos, en la pérdida celular cíclica en tejidos maduros y en la inmunidad celular; en todos los cuales obedece a una programación, también lo hace en situaciones alejadas de cualquier programación. Tal es el caso de la apoptosis que ocurre en la fase del ciclo celular anterior al de la síntesis de ADN, cuyo objetivo es impedir que una célula dañada reproduzca sus mutaciones en su descendencia.
En el ciclo celular hay cuatro fases: mitosis, fase de control celular G1, síntesis de ADN y fase de control G2. La apoptosis puede actuar en el tercio final de G1 para impedir que una célula dañada ingrese a la fase de síntesis de manera que las mutaciones no se repliquen y en la fase G2 para impedir que las células que no hayan llegado a la madurez entren en mitosis.
Durante el ciclo celular el genoma determina cuándo la célula debe entrar en el proceso de autodestrucción o continuar el ciclo y dividirse. Se ejerce de esa manera un balance entre mitosis y apoptosis, regulando así la población celular de cada tejido, pero asimismo eliminando células potencialmente peligrosas.
Podríamos dar también los ejemplos de eliminación tanto de las células inmunológicamente autorreactivas como de las células infectadas por virus además del ejemplo de las células genéticamente dañadas, para demostrar que la apoptosis no consiste en todos los casos en ser una muerte celular programada. Estos ejemplos muestran más bien a la apoptosis como un recurso heroico por parte del genoma para impedir la enfermedad.
Si sólo alrededor de la mitad de las neuronas del cerebro del recién nacido pueden establecer conexiones útiles con otras neuronas, mientras las restantes neuronas se autodestruyen, podría ser considerado un caso de desarrollo normal del cerebro.
Pero también cabe la posibilidad de que se trate de la eliminación de células genéticamente dañadas. O bien, de una mezcla de ambas situaciones.
La verdadera perspectiva para examinar situaciones tan diversas parece ser la siguiente: El orden total debe ser mantenido a toda costa. Por tanto, cualquier célula que por cualquier razón no se adapte a ese orden total, debe ser eliminada. Y ese orden total se impone tanto en condiciones de normalidad (por ejemplo, en el recambio celular normal en tejidos adultos) como en condiciones patológicas (por ejemplo, en la eliminación de células genéticamente dañadas).
Ambas condiciones son expresión del mismo hecho: de cómo las células –y, por tanto, los tejidos, órganos, aparatos y sistemas- se adaptan al esquema ordenador general del genoma. Semejante a hormigas que trabajan en función de su colonia, las células son obedientes del orden orgánico total.
Una célula diferente de una célula normal es eliminada precisamente por ser diferente y no por alguna otra razón. Por ejemplo, una célula inmunológicamente autorreactiva es eliminada no porque ataque células del propio organismo sino porque no obedece la Información genética que la restringe a ser inmunológicamente compatible con el resto de las células del mismo organismo.
El principio al cual obedece el genoma es que toda desviación del orden general atenta contra la estabilidad del organismo porque es potencialmente dañina.
Por tanto, la apoptosis no constituye un fenómeno aislado en algún lugar del organismo y circunscrito a un grupo local de células sino la conducta general y normal del genoma informacional en el estado de salud y en el comienzo de diversos estados patológicos.
En consecuencia, cada vez que se encuentre apoptosis en una patología es porque el genoma ha intentado restablecer el equilibrio perdido sin haberlo conseguido por completo. Pues si lo hubiera conseguido, la patología no existiría.
Pongamos un ejemplo: se ha encontrado apoptosis en los órganos diana de la hipertensión arterial. Esto quiere decir que la patología –la hipertensión arterial- no ha sido superada precisamente porque la apoptosis no fue lo suficientemente eficaz.
Otro ejemplo es el de la Enfermedad de Altzheimer, que exhibe apoptosis difusa del tejido cerebral, en especial en neuronas del hipocampo, pues la sola existencia de dicha enfermedad es demostración de que la capacidad de autorregulación del organismo –mediante la apoptosis de las neuronas dañadas inducida por el genoma- ha sido sobrepasada ampliamente.
Cuando se sostiene que parece existir una relación directa entre una activación incorrecta de la apoptosis y las enfermedades degenerativas y otra entre un exceso de inhibición de la apoptosis y las enfermedades proliferativas, se describe sólo parte de la realidad. La otra parte es que tanto la activación incorrecta como el exceso de inhibición son consecuencias del hecho de que el genoma ya ha sido superado largamente en su papel de control del orden orgánico.
La apoptosis debe ser considerada esencialmente como un mecanismo de conservación del estado de salud y, a lo más, útil sólo en los primeros estados de la enfermedad aguda. Su presencia en la enfermedad crónica es patognomónica y su aumento en el tiempo una señal de su empeoramiento.
Se supone, con razón, que la apoptosis es desencadenada por señales celulares controladas genéticamente. Se supone además que estas señales se originan localmente, a partir de la célula misma o de su interacción con otras células. En nuestra interpretación, dichas señales provocan la apoptosis como una respuesta ejecutiva del genoma informacional –que representa el orden general del organismo-, en la medida, y sólo en la medida, que comprometan el orden del organismo como un todo.
Necrosis y Apoptosis.
Dos formas de muerte celular son habituales en el organismo: la necrosis y la apoptosis. Pero es importante distinguir entre la apoptosis como un fenómeno hasta cierto punto normal del organismo y la necrosis como un fenómeno siempre patológico.
En la necrosis se observan numerosas células vecinas sometidas a este proceso, cubriendo una extensión variable con desintegración. La destrucción de la membrana celular permite el escape al exterior de elementos tóxicos que provocan un proceso inflamatorio que tendrá efecto nocivo en el organismo, mayor o menor según sea la extensión de dicho proceso.
A diferencia de la necrosis, en la apoptosis el proceso afecta a determinadas células, no necesariamente contiguas y no a todas en un área tisular. Como la membrana celular no se destruye, no hay escape al espacio extracelular de su contenido, resultando un proceso sin inflamación. De hecho es curioso que la fagocitosis de los cuerpos apoptósicos no induzca a los macrófagos para que estimulen una respuesta inflamatoria.
En la apoptosis hay retracción citoplasmática con fragmentación nuclear (cariorrexis), vale decir, las alteraciones nucleares representan los cambios más significativos e importantes de la célula muerta y los organelos permanecen inalterados incluso hasta la fase en que aparecen los cuerpos apoptósicos. (Al final de la cariorrexis, se forman los llamados “cuerpos apoptósicos”, o sea, el fenómeno por el cual la cromatina se condensa agrupándose en varios sectores a nivel nuclear.)
Entonces, contrariamente a lo que ocurre en la necrosis en general, en la apoptosis destacan las alteraciones morfológicas del núcleo frente a las del citoplasma. Se podría decir que mientras en la necrosis el núcleo hace explosión, en la apoptosis el núcleo hace implosión. Dado que en el interior del núcleo se encuentra la expresión estructurada del genoma, que es el ADN, la orden de morir viene mediante la apoptosis desde la profundidad del propio organismo (desde el genoma informacional).
Otra diferencia es que la apoptosis, a diferencia de la necrosis, consume ATP, es decir, es un proceso que gasta energía. El organismo dispone de parte de su energía para ejecutar la apoptosis de la misma manera que lo hace para realizar sus otras distintas funciones, o sea, como un recurso normal más –que lo es, al menos en un principio-.
En conclusión: mientras la necrosis representa un estado claramente patológico, la apoptosis es la forma más importante que el genoma tiene para mantener el orden general del organismo. Y cuando ese mecanismo de regulación fracasa, la apoptosis se torna inútil y hasta perniciosa y sólo queda como la cicatriz del proceso fracasado.
Post Scriptum 2: Las enfermedades crónicas.
Como lo señalaba Hahnemann en el Artículo 9 del Organon, el organismo es incapaz de curarse por sí mismo cuando el desequilibrio ha ido más allá de cierto límite. Precisamente es ese límite el que permite distinguir entre la enfermedad aguda y la enfermedad crónica.
Las situaciones patológicas de carácter reversible constituyen las enfermedades agudas. De acuerdo con la acertada caracterización realizada por Hahnemann, las enfermedades agudas “son procesos morbosos rápidos de la fuerza vital anormalmente desviada que tienden a terminar en un período reducido, siempre más o menos corto”. (Artículo 72 del Organon.)
La enfermedad aguda es el tipo de patología donde la apoptosis tiende a ejercer una función efectiva en términos de recuperar el equilibrio perdido. La eliminación de las células “equivocadas” permite a veces que el orden orgánico total se mantenga.
En cambio, en la enfermedad crónica la apoptosis, tanto si está en exceso como en falta, resulta ser un recurso insuficiente e incluso desfavorable para el organismo.
La diferencia entre enfermedad aguda y enfermedad crónica es de trascendental importancia médica. El llamado “problema de la enfermedad crónica” al cual se enfrentó Hahnemann deriva de la peculiar esencia de la enfermedad crónica, que la convierte en un problema insoluble para la “fuerza vital” (para el genoma).
La enfermedad aguda termina “en un período reducido”, término que se traduce ya sea en la recuperación por restitutio ad integrum del organismo, ya sea en su conversión en una enfermedad crónica, ya sea en la muerte del enfermo.
Muy diferente es el caso de las enfermedades crónicas que, en la definición de Hahnemann, son “enfermedades de carácter tal que –cada una a su manera peculiar- desvían dinámicamente el organismo vivo, principiando en forma insignificante y a menudo apenas perceptible. Le obligan a alejarse gradualmente del estado de salud de tal modo que la energía vital automática, llamada fuerza vital, cuyo fin es preservar la salud, solamente les opone, tanto al principio como durante su curso posterior, una resistencia imperfecta, impropia e inútil. Es incapaz por sí misma de destruir la enfermedad en sí misma y la sufre impotentemente dejándose apartar cada vez más de lo normal hasta la destrucción final del organismo”. (Artículo 72 del Organon.)
El genio de Hahnemann intuye cómo acaecen exactamente los hechos. Refiriéndose a la “fuerza vital”, dice dos cosas muy importantes. La califica de “automática”, es decir, capaz de actuar por sí misma, lo cual deberíamos entender en la actualidad no en el sentido de mecanismos con ruedas y poleas, como en los tiempos de Hahnemann, sino en el del computador con sus programas numerosos y variados.
Y dice, además, que el fin de la “fuerza vital” es “preservar la salud”. Todo sucede como si el organismo hubiera sido diseñado más bien para mantener el estado de salud, evitando la enfermedad, que para propiamente combatir la enfermedad.
La “fuerza vital”, dice Hahnemann, le opone a la enfermedad de carácter crónico “una resistencia imperfecta, impropia e inútil”. Y esta resistencia, que es inútil justamente porque es imperfecta e impropia, no varía en todo el curso de la enfermedad: “tanto al principio como durante su curso posterior”. Por eso concluye Hahnemann que la “fuerza vital” es incapaz de “destruir la enfermedad en sí misma”.
Hahnemann atribuye la causa de la enfermedad crónica a la operación de los “miasmas crónicos”. (Véase mi “Investigación acerca del concepto de ‘miasma crónico’ ”.) Y como reifica a estos “miasmas”, vale decir, los ve como cosas, no es extraño que nos hable de “oponerle resistencia a la enfermedad” en lugar de considerar a las disfunciones orgánicas como conductas patológicas únicamente en la medida que representan una menor calidad biológica (por ser menor su cantidad de información).
¿Por qué la “fuerza vital” es incapaz de curar una enfermedad crónica?
Cuando el organismo enfermo no ha sido capaz de recuperar el equilibrio perdido en un tiempo reducido, se enfrenta a un dilema: o recupera el equilibrio al precio de ser de un nivel de inferior calidad o se muere. Un organismo no puede permanecer mucho tiempo en estado de desequilibrio, por lo cual debe recuperar algún tipo de equilibrio aunque sea de inferior calidad al anterior. Y la inferioridad consiste en ser un nivel que, comparativamente, representa una pérdida en cantidad de información.
Tomemos el ejemplo de la diferencia entre dos programas de computación que poseen cantidades desiguales de información; esa diferencia está en que el programa más complejo permite, hablando en términos sencillos, hacer más cosas con él en relación al otro programa. De la misma manera, dos niveles diferentes de equilibrio orgánico, uno con mayor y otro con menor cantidad de información, se expresa en la diferente calidad del funcionamiento orgánico, superior el uno con respecto al otro.
El organismo crónicamente enfermo se caracteriza por no tener la suficiente cantidad de información como para, en el lenguaje de Hahnemann, “oponer una resistencia” que sea adecuada. Sin embargo, de lo que se trata no es de resistencia sino de corregir lo que está funcionando mal, para lo cual se requiere mayor cantidad de información. Pues es la carencia de cierta cantidad importante de información la que se traduce en disfunción orgánica y, finalmente, en lesión tisular.
Propiamente hablando, el problema reside en la impotencia que el organismo demuestra –o, más correctamente, el genoma- para reordenar el funcionamiento alterado; y no porque no lo haya intentado sino porque fracasó en su intento.
La enfermedad crónica representa un estado de equilibrio, al igual como lo es el estado de salud, pero de inferior calidad biológica y con grados siempre descendentes de calidad de funcionamiento a medida que se empeora. Hahnemann lo dice así: “el organismo vivo (…) sufre impotentemente [la enfermedad crónica] dejándose apartar cada vez más de lo normal hasta la destrucción final”.
De grado en grado la enfermedad crónica empeora y a cada grado que se desciende, la cantidad de información es menor. Es decir, en lugar de descender por un plano muy inclinado, el funcionamiento orgánico desciende por una pendiente suave constituida por niveles sucesivos paulatinamente decrecientes. Lo que podría tomar muy poco tiempo, pasa de este modo a dilatarse en el tiempo. Haciendo así justicia a la denominación de “crónica” (de “khrónos” = tiempo) que tiene este tipo de enfermedad.
Dado que el estado de equilibrio representado por cada uno de los estados patológicos crónicos es realmente un estado de equilibrio, esto implica dos cosas a la vez: Es un estado que impide el empeoramiento acelerado del funcionamiento orgánico –como sería el caso de una enfermedad aguda que lleva finalmente a la muerte-; pero es, al mismo tiempo, un estado que presenta una inercia a cambiar a un estado superior.
Vale decir, la enfermedad crónica representa un estado de compromiso que detiene el curso precipitado de la enfermedad al precio de perder la viabilidad de retornar a un estado de verdadera salud.
Por las razones mencionadas, saltar desde un estado de equilibrio patológico crónico al estado de salud, simplemente el organismo no lo puede hacer. Sin embargo, sí puede hacerlo muchas veces en la enfermedad aguda. Aquí está, entonces, en esta imposibilidad de mejoría real, la esencia de lo que caracteriza a la enfermedad crónica.
Observemos una analogía, que envuelve una identidad de fondo, entre esta situación y la catálisis enzimática. Las diversas moléculas presentes en el interior de la célula son muy estables y para obligarlas a participar en alguna reacción química se requiere la acción incitadora de la enzima. La enzima aporta la Información apropiada a cada sustrato (a cada una de esas moléculas estables), determinando así la formación del complejo enzima-sustrato que facilita la culminación de la reacción química, dando lugar a productos de la reacción y a la liberación de la enzima involucrada.
De la misma forma, el paso de un nivel de funcionamiento orgánico a otro superior implica un cambio que exigiría una ayuda externa que lo hiciera posible: como un aporte extraordinario de energía, por ejemplo. Pero ni esa energía está disponible ni existe la posibilidad de ser usada de la manera apropiada aunque lo estuviera porque no es sólo ni principalmente energía lo que se pierde al caer el organismo a un nivel de funcionamiento inferior sino que cantidad de información. Por eso, aportar energía sin la cantidad de información apropiada sería simplemente desperdiciarla.
Ahora bien, la utilización del medicamento homeopático adecuado al enfermo crónico –el simillimun-, al igual que sucede con la enzima en el caso de las reacciones bioquímicas, proporciona la cantidad de información de la Información apropiada que el organismo necesita para saltar al estado superior, haciéndolo así posible.
Estamos hablando, entonces, desde una visión holística que considera a la enfermedad crónica como una manera de funcionar que, aunque de menor calidad biológica en comparación con el estado de salud, siempre involucra a la totalidad del organismo.
Cuando se analiza “anatómicamente” la enfermedad crónica, se la tiende a ver como un defecto en un organismo por otra parte sano. Entonces puede sostenerse, por ejemplo del cáncer, que la falla del factor antineoplásico considerado el más importante, la proteína 53 (sintetizada por el gen humano p53), sería causa de su aparición. Pero no hay una explicación para la falla misma, como si fuera un mero accidente y no el resultado tardío de un compromiso patológico anterior de todo el organismo.
Se supone que el rol de esta proteína sería frenar el ciclo destruyendo células, mediante la apoptosis, antes de llegar a la etapa de síntesis a fin de impedir que se repliquen mutaciones carcinogenéticas, que producirían nuevas cepas tumorales cada vez más agresivas.
Esta manera de interpretar la realidad que carece de la dimensión temporal, o sea, prescindiendo del hecho que al estado de enfermedad crónica se llega en el tiempo y siempre afectando al organismo entero, percibe la participación de esta proteína como si no dependiera en ningún caso del momento en el cual se considera su acción.
Pensamos por el contrario que su verdadera importancia estriba en evitar la formación de la neoplasia, lo cual implica un organismo sano. En cambio, su participación cuando el organismo ya está crónicamente enfermo y, específicamente, padeciendo un estado canceroso, es mucho menor y probablemente despreciable.
Dicho de manera muy simple: si cada vez que se produce una célula anormal, sea cancerosa o no, es eliminada por apoptosis, entonces simplemente es porque el organismo está sano. Si se produce una célula anormal y no es eliminada de inmediato, entonces sencillamente es porque el organismo ya padece una enfermedad crónica.
El tratamiento de las enfermedades crónicas.
La única manera de cambiar una situación de enfermedad crónica consiste en proporcionar a ese organismo enfermo la Información exacta, pues solamente la Información exacta puede aportar la cantidad de información que necesita para recuperar las funciones perdidas.
Las funciones orgánicas están fundadas en el acoplamiento exquisitamente ordenado de distintos sistemas enzimáticos, lo cual implica el uso de una gran cantidad de información por parte del genoma. El principio es que mientras mayor es la complejidad involucrada, mayor es el requerimiento de cantidad de información.
Debe considerarse también que mientras mayor sea la cantidad de información que el organismo posee, mayor es la cantidad de información del ambiente que es capaz de procesar, es decir, ante la cual puede responder adecuadamente. La explicación está en que a mayor cantidad de información, mayor es igualmente el grado de adaptación al ambiente, lo que equivale a decir que el organismo posee una mayor cantidad de recursos a que echar mano frente a las variaciones de su alrededor.
En el organismo enfermo crónicamente, y por el hecho de haber perdido una importante cantidad de información, la adaptación está perturbada. De la adaptación alterada surgen precisamente los síntomas de la enfermedad. Por eso, Hahnemann tenía razón cuando decía que “los fenómenos morbosos accesibles a nuestros sentidos expresan al mismo tiempo todo el cambio interior –es decir, todo el trastorno morboso del dinamismo interior-, en una palabra, revelan toda la enfermedad”. (Artículo 12 del Organon.)
Pero la cantidad de información que nos interesa es aquella de la Información que conviene, por su semejanza, al particular desorden del genoma. Luego, sólo la Información adecuada puede, mediante su resonancia con el genoma, suministrar la cantidad de información que éste necesita.
Existen, por tanto, dos aspectos que no deben confundirse:
El aspecto cuantitativo, representado por la cantidad de información. Así, si el organismo enfermo no recibe toda la cantidad de información que es menester, es imposible que se cure.
El otro aspecto es el cualitativo, representado por la semejanza. Únicamente la Información exacta puede resonar con el genoma porque es semejante al desorden relativo que éste presenta (Ley de los Semejantes). Y solamente a través de la resonancia es posible incorporar al organismo la cantidad de información requerida.
De acuerdo con la Ley de los semejantes, toda sustancia que sea capaz de enfermar tiene la capacidad de inducir la curación de aquello en que consiste la enfermedad que provocó. La explicación está en que la Información de la sustancia es la misma, con mayor o menor grado de aproximación, que la Información que produce los síntomas a través de los cuales se expresa la enfermedad.
Es decir, la semejanza se refiere al grado de aproximación, pero la Información tiene que ser la misma pues de otra manera no habría resonancia entre el medicamento y la alteración del genoma. Toda Información está constituida por un conjunto de Informaciones –y mientras mayor sea su complejidad, mayor será el número de Informaciones que la constituyen-; por eso la Información de la sustancia puede ser más o menos semejante a la Información patológica, según sea el grado de aproximación que tenga con ella. En consecuencia, habrá medicamentos –o sea, Informaciones- que se asemejen más que otros a la Información patológica porque se identifican más con ella.
En síntesis: si la esencia de la enfermedad crónica consiste en la pérdida irreversible –para todo esfuerzo espontáneo- de una cierta cantidad de información por parte del genoma, cantidad de información necesaria para el perfecto funcionamiento orgánico, entonces la única manera de curarla será aportándole al genoma enfermo la cantidad de información total que le falta.
Pero, a su vez, la única forma de que el genoma pueda recibir esa cantidad de información que le hace falta será mediante la Información exactamente correspondiente al desorden del genoma, ya que es la única que puede resonar con él y, por tanto, incorporarse al genoma mismo.
Cómo entender el concepto de “fuerza vital” de Hahnemann.
El concepto de “fuerza vital” de Hahnemann permanece misterioso en sus escritos como no podía ser de otra forma. No sabemos actualmente, ni lo sabía Hahnemann tampoco, qué es “fuerza vital” y de qué manera puede actuar como, según él, lo hace. No existe una explicación científica.
Asimilar el concepto de “fuerza vital” al concepto de genoma informacional de manera que cada propiedad que Hahnemann atribuía a la “fuerza vital” pueda ser duplicada por el concepto de genoma informacional y explicada por él, nos conduce a proporcionar una verdadera explicación científica a lo que en Hahnemann era sólo una intuición.
En primer lugar, sostenemos que sin el concepto de Información no es posible explicar de una manera científica el misterio de las “diluciones homeopáticas” ni, por tanto, cómo pueden éstas actuar sobre el organismo sano para enfermarlo o sobre el organismo enfermo para inducir su curación.
En “Una nueva teoría acerca de las ‘diluciones homeopáticas’ ” explicamos qué es y cómo surge aquello que Hahnemann denominaba “dinamización homeopática”. Y a partir de este punto de partida se hace posible explicar también la interacción entre la “dinamización homeopática” y el organismo –o, más bien, la “fuerza vital”que lo gobierna-.
Si se puede explicar qué es “dinamización homeopática”, entonces se puede explicar igualmente qué es “fuerza vital” porque, de acuerdo con la intuición hahnemanniana, son de la misma naturaleza. La diferencia entre la primera y la segunda no es de naturaleza sino de nivel de complejidad.
La Información presente en la naturaleza “no viva” no es esencialmente diferente a la Información presente en la naturaleza “viva”, de la misma manera como la naturaleza de las moléculas que constituyen los sistemas “no vivos” no difiere de aquella de las moléculas componentes de los sistemas “vivos”.
En el volumen líquido ocupado por una “dilución homeopática” –o, si queremos llamarla así: “dinamización homeopática”- existe una y solamente una Información, aquella correspondiente al soluto de la cual se obtuvo. En el volumen ocupado por el organismo vivo, sea humano o no, existe una y solamente una Información, aunque de una complejidad inmensamente superior a la de cualquier “dilución homeopática”.
Así como la Información en todo el volumen de la “dilución homeopática” es una y misma, existiendo en cada una de las partes en que se le quiera dividir; asimismo en la totalidad del organismo existe una y sólo una Información que involucra a cada célula por igual y que es el genoma informacional (la “fuerza vital” de Hahnemann).
Además de la enorme diferencia de complejidad ya señalada entre la “dilución homeopática” y la “fuerza vital”, hay una diferencia de otro tipo que aumenta aún más dicha diferencia en el grado de complejidad. Nos referimos a lo siguiente: el organismo está “compartimentalizado”, es decir, está encerrado en espacios que encierran a otros espacios. La existencia de membranas biológicas, en especial de la membrana celular y de la membrana nuclear, determina que la Información total se divida en espacios cada vez más pequeños sin perder, no obstante, su carácter de unidad.
En otras palabras, el todo está en cada parte sin perder nunca su cualidad unitaria por más que la Información se divida y subdivida innumerables veces, tanto más cuanto mayor es su complejidad, pero siempre conservando su naturaleza integral. Si en cada porción del volumen ocupado por la “dilución homeopática” está la misma Información, igualmente en cada célula del organismo está la misma Información que es la que llamamos “genoma informacional” o, en honor a Hahnemann, “fuerza vital”.
Usando la imaginación, podemos figurarnos el genoma informacional como un campo –a la manera de un campo magnético, por ejemplo-, y a las moléculas componentes del organismo obedeciendo a ese campo y distribuyéndose ordenada y armoniosamente en su interior. Sospechamos que esa era la imagen que Hahnemann tenía en mente cuando hablaba de la “fuerza vital”.
Pero, a diferencia de un campo magnético que es homogéneo, este campo del genoma informacional es sumamente heterogéneo y, además, de una heterogeneidad que varía en el tiempo. Cada punto del campo del genoma informacional es, a su vez, un nuevo campo organizador, el cual está sufriendo cambios adaptativos todo el tiempo en función tanto de su entorno como de su necesidad de mantener el orden global.
Ahora, si cada uno de estos puntos es un ADN, luego, un núcleo, entonces corresponde a una célula. De esa manera, cualquier cambio que ocurra en el ADN del núcleo de cualquier célula del organismo se adapta al orden general impuesto por el genoma informacional, en el mismo sentido en el cual una parte del campo, por pequeño que sea, obedece al campo total.
Palabras finales:
En el Artículo 9 del Organon, Hahnemann sostiene que la “fuerza vital” es “incapaz de curarse a sí misma en caso de enfermedad”. Sin probablemente sospecharlo, al formular ese descubrimiento está Hahnemann poniendo a plena luz el porqué de la existencia de la enfermedad crónica.
Nosotros lo entendemos así: hasta un cierto momento en la vida de cada persona, momento que difícilmente puede ser precisado, el organismo ha funcionado de manera totalmente normal. Se trata, por tanto, de un organismo hasta ahora sano.
¿Qué sucede entonces? Que a partir de ese momento, y por las diversas razones que pueden conducir al desequilibrio de la “fuerza vital”, ese organismo ha dejado para siempre de ser sano. Aunque expresado de esa forma suene dramático, es exactamente así como sucede. La “fuerza vital”, que ha cuidado a ese organismo manteniéndolo sano por muchos años, en ese preciso momento pierde parte importante de su capacidad de seguir haciéndolo.
Podríamos hablar del “momento de la irreversibilidad”, del momento en el cual el organismo comienza un viaje sin retorno “principiando en forma insignificante y a menudo apenas perceptible”, al decir de Hahnemann.
¿Por qué un organismo hasta ese instante perfectamente sano dejó de serlo para el resto de su vida? Porque es el instante en el cual perdió mayor cantidad de información útil que la que le ha sido posible recuperar. Es así de simple: un asunto de balance de cantidad de información. Si, a partir de ese momento, el organismo no dispone más de la suficiente cantidad de información útil simplemente no puede volver a funcionar como antes de esa pérdida, es decir, como cuando estaba sano.
Si somos fieles en nuestra interpretación de la intuición de Hahnemann, cosa por supuesto discutible, entonces podríamos decir que, mientras la tendencia a enfermar ha estado latente todo el tiempo constituyendo la “Psora latente”, ésta se ha hecho activa justamente en el momento en que la incapacidad de la “fuerza vital” de curarse a sí misma se manifiesta. La incapacidad de curarse a sí misma que resulta de la actuación infructuosa de la “fuerza vital” es la “Psora activa”.
La posibilidad de enfermarse está todo el tiempo presente para cualquier organismo en la forma de una probable pérdida del orden orgánico, vale decir, de una pérdida de cierta cantidad de información necesaria para que funcione adecuadamente. Esta es la “Psora latente”, expresión biológica de la segunda ley de la Termodinámica. Por eso, más que preguntarnos porqué se enferma cualquier organismo deberíamos preguntarnos qué ha impedido que se enfermara hasta ahora.
Cuando en efecto se ha perdido una parte significativa de cantidad de información (o sea, de orden), la “Psora” se hace activa. Aclaremos, sin embargo, que la cantidad de información no se pierde de manera absoluta sino que más bien es una parte de la cantidad total de información que se torna inútil. Y un sistema que ya no funciona con tanta eficiencia –concretamente debido al acoplamiento imperfecto entre diversas reacciones enzimáticas-, implica que dispone de una menor cantidad de información útil que la necesaria para realizar correctamente sus funciones orgánicas.
Por tanto, no es necesario buscar en una causa externa al propio organismo el surgimiento de esta incapacidad de curarse a sí misma que expresa la “fuerza vital”. Esta incapacidad, o “Psora activa”, no es el resultado de la acción de un agente externo, cualquiera que sea, que provoca en el organismo tal condición. Esta incapacidad de la “fuerza vital” consiste simplemente en la pérdida de algo que se tenía en suficiente cantidad hasta ese momento: cantidad de información útil. Luego, es estrictamente un asunto generado al interior del organismo.
Nunca un agente externo al organismo, sea éste cual fuese, puede ser causa de la “Psora” porque implicaría que el organismo en tal caso estaría completamente sano hasta el momento mismo de sufrir la agresión del agente exógeno; por lo cual la enfermedad sería exclusivamente la consecuencia de dicha agresión.
Para que tal cosa fuera posible, solamente tendrían que existir dos estados: el estado de salud y el estado de enfermedad, sin gradación ninguna entre ambos estados. Sin embargo, el carácter evolutivo de la enfermedad crónica es una demostración incuestionable de que la pérdida en el estado de salud es siempre gradual; es decir, que hay muchos estados de enfermedad: desde el más imperceptible hasta el más evidente, en relación directamente proporcional con la pérdida progresiva de cantidad de información útil. Por su parte, el estado de salud es más un estado teórico que real y que sirve de punto de referencia para evaluar los diferentes grados de enfermedad crónica.
En otras palabras, desde el momento mismo en que se pierde la salud por primera vez hasta el momento siguiente en el cual se agrava y en cada uno de los momentos sucesivamente posteriores en los cuales continúa agravándose más y más, el fenómeno no difiere en absoluto sino que es exactamente el mismo. Independientemente de cualquiera sea el factor exterior desencadenante, el mecanismo de producción y empeoramiento de la “Psora” consiste en una desorganización invariablemente creciente del funcionamiento orgánico. Una vez perdido cierto grado de orden, solamente puede perderse todavía más; y siempre lo hará de manera gradual.
Por otra parte, si se postulara que previamente a la agresión sufrida por el organismo ya había una tendencia a enfermar, la cual se pondría de manifiesto precisamente por la acción del agente externo supuestamente causante de la “Psora”, entonces esa tendencia ya sería “Psora”; y, por tanto, no podría ser una explicación del origen de ella.
La tendencia a enfermar no es otra cosa que “Psora latente”, la cual está inscrita en la propia estructura de cada organismo porque es una ley de la naturaleza que el orden tienda a perderse y, por tanto, que toda organización tienda a desorganizarse. Pero cuando efectivamente se desorganiza –y de esa manera la “Psora” se hace activa-, dicha desorganización se revela desde el interior del organismo porque su origen está allí y no en el exterior.
Por supuesto que muchas cosas han sucedido en el ambiente alrededor de ese organismo que han llevado finalmente a esa pérdida de cantidad de información. Pero no se trata de cosas específicas ni tampoco en una cantidad determinada sino de un conjunto inespecífico de diversos acontecimientos patógenos en la vida del organismo que terminan por superarlo en su capacidad de autorregulación.
Mas sin la existencia de una alteración potencialmente evolutiva del orden en el interior del organismo –lo que Hahnemann llamaba “el trastorno morboso del dinamismo interior”- que lo torne vulnerable a la acción de los agentes exteriores, la enfermedad crónica no podría desarrollarse. En último término, podríamos decir que el desorden siempre está en el genoma. (Véase mi “Investigación acerca del concepto de ‘miasma crónico’ (o concepto de la ‘Psora’)”.)
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