El macho de una orden de peces abisales característicamente monstruosos posee un ciclo vital extremo, nunca duerme y su existencia se encuentra guiada por un solo impulso: encontrar una hembra y convertirse en su parásito.
La orden de peces llamada lofiformes tiene miembros tan vistosos como los ranisapos, los peces anzuelo o demonios marinos, varias especies de rapes y los peces murciélago, y habitan a gran profundidad en todos los mares del planeta. Su apariencia no sólo es algo fuera de este mundo, también son un caso de dimorfismo sexual muy marcado; es decir, la fisionomía de hembras y machos de la misma especie posee variaciones extraordinarias. La hembra es órdenes de magnitud más grande que el macho (hasta 1 metro y 50 kg contra unos cuantos milímetros y pocos gramos), es un depredador consumado y pueden vivir mucho tiempo. La hembra de la mayoría de las especies del orden de lofiformes está equipada de un señuelo bioluminiscente, iluminado a través de simbiosis con bacterias (que sin el pez no producen luminiscencia), caña de pescar con la que atrae a su presa en las oscuridades pelágicas. Una larga boca que se extiende alrededor de la circunferencia de su cabeza, enfilada con dientes dispares, le permite consumir presas hasta dos veces el tamaño de su cuerpo.
El macho, por otro lado, no solo es una versión atrofiada de la hembra, mide unos cuantos milímetros y carece de los órganos que le permitirían dormir y alimentarse. Sus canales alimentarios no se desarrollan y sus mandíbulas no están adaptadas para capturar presas; su función principal será adherirse al cuerpo de la hembra. Si el macho tarda demasiado en descubrir una hembra, morirá. De hecho, la ciencia tardo varias décadas en reconocer que los machos pertenecían a las mismas especies. Durante muchos años se consideró un misterio que las redes y los avistamientos sólo descubrieran especímenes hembras.
Cuando el macho alcanza la madurez (en un periodo de tiempo que aún se desconoce), emplea su único sentido hiperdesarrollado, que puede ser su olfato o su vista según la especie, para localizar una hembra. En cuanto la encuentra, la muerde en un costado on el dorso mientras sintetiza una enzima que asimila las estructuras superficiales de su boca y de la piel de la hembra. Así, quedan fusionados al nivel de los vasos sanguíneos; el macho produce esperma a pedido y la hembra le provee de nutrientes a través de su sistema circulatorio compartido. Es uno de los ejemplos más claros de reproducción parabiótica, el macho se convierte en un apéndice de la hembra, una gónada que produce esperma que puede ser obtenido a voluntad, un simple vehículo de entrega de ADN. Dependiendo de la especie, las hembras pueden llegar a ser huéspedes de entre 1 y 8 machos diferentes.
Una explicación evolutiva del parasitismo sexual se halla en la escasez del número de hembras en ambientes de agua profunda, donde las presas no son tan abundantes. La hembra conservó su tamaño y su fertilidad mientras que el macho se especializó en encontrar hembras y se atrofió para reducir el precio metabólico de vivir, y así conservar recursos. Otra ventaja del parasitismo es la disponibilidad inmediata de esperma que proveerá el macho a lo largo de la vida de la hembra, una vez que la ha encontrado. Ciertas especies de lofiformes disponen, además, de formas alternativas de reproducción sexual.
Un campo de investigación se nos ocurre: averiguar las causas por las cuales no se produce en la hembra un rechazo inmunológico al macho, o sea, explorar las posibilidades de compatibilidad inmunológica en vertebrados, que podría ser útil al ser humano.
Autor: IIEH
Fuentes: Lofiformes oceánicos