Con la creciente escasez de recursos naturales y las perspectivas de un consumo aún mayor en varios países durante las próximas décadas, ¿cómo vamos a alimentar a los 9 mil millones de seres humanos que se supone habitarán la Tierra en el año 2045? En lo que va de este siglo, destacan dos corrientes de pensamiento al respecto:
- Avances tecnológicos de la agricultura corporativa. La búsqueda incesante de las mega-corporaciones (como Del Monte o Monsanto) para producir el máximo de calorías alimentarias a cambio del menor gasto de energía, agua y labor.
- La propagación de los diferentes tipos de agricultura orgánica y el movimiento masivo de mano de obra hacia el campo. Existen varios sistemas de sostenibilidad agrícola en práctica en varios países del mundo, desde el método Fukuoka, o agricultura natural, hasta la permacultura y la agroecología.
Tras los cambios en la agricultura de los últimos 50 años, hemos sacrificado la frescura y el carácter local de nuestros alimentos por la seguridad de tener comida en la mesa todos los días. La revolución verde salvó muchas vidas, suprimiendo hambrunas en varios países y propiciando crecimientos de población; a cambio, trajo los monocultivos, el uso de grandes cantidades de agua, hormonas, colorantes, aditivos, fertilizantes y pesticidas. Las plantas transgénicas, modificadas para ser más resistentes a las plagas, ahorran mucho tiempo en comparación con los métodos tradicionales de cruzamiento y simplifican el trabajo del granjero. Se prevé que en el futuro algunos cultivos básicos (tomates, arroz, maíz, etc.) también puedan ser modificados para producir vitaminas e incluso suministrar vacunaciones, además de requerir menos agua. Otras tecnologías practicables aparte de la ingeniería genética, son la nivelación de terreno por láser, maquinaria guiada por satélite para una precisión milimétrica y la irrigación por goteo para proteger los depósitos de agua. Así se alcanzará la máxima eficiencia caloría/costo.
Sin embargo, se ha descubierto que el uso de fertilizantes, herbicidas, hormonas y otros aditivos trae consigo un buen número de problemas, algunos poco explorados, otros visibles desde el espacio, como el fenómeno de las zonas muertas, extensiones enormes del océano que han perdido gran parte de su oxígeno debido a la superabundancia de nitrógeno y fósforo en el agua de cultivo. Cuando esta agua llega al mar, en los cauces de los ríos, ciertos tipos de fitoplancton se reproducen con demasiada rapidez, consumen demasiado oxígeno y reducen su nivel a un punto que destruye la vida marina. El efecto del consumo frecuente y a largo plazo de los cultivos transgénicos, o de una generación a otra de personas, todavía no se ha comprobado pero algunos lo consideran riesgoso, además de no contribuir a la biodiversidad y poner en peligro especies no modificadas.
Por otro lado, la agricultura sostenible desecha el uso de fertilizantes y herbicidas en favor de alternativas biológicas, como la sinergia entre diferentes especies; evita arar la tierra y, en algunos casos, incluso recomienda no podar ni desyerbar. Se habla de selvas de comida o bosques alimentarios (food forests): lo opuesto del monocultivo, o sea la asociación de cultivos llevada al extremo, espacios cuidadosamente diseñados, con varios niveles verticales de producción alimentaria; árboles, arbustos, plantas de guía, tubérculos, hierbas comestibles. Tanta biodiversidad que no hay lugar para plagas o malas hierbas. La permacultura, por ejemplo, pretende colaborar con la naturaleza, no atacarla ni domarla. Sus fundamentos son la observación de la región local, el diseño de microsistemas con microclimas propios, el empleo mínimo de recursos y la sostenibilidad en todos los planos. La tierra no se cansa y los alimentos son más sabrosos, más vivos, por decirlo de algún modo.
La agricultura biológica le devolvería las semillas (ese primer eslabón de la cadena en la agricultura) a los granjeros, semillas que perdieron en la segunda mitad del siglo XX debido a las patentes de compañías como Monsanto, DuPong y Syngenta, pero también por aceptar la simplificación de su labor. Porque la agricultura biológica, más que de grandes inversiones, requiere de mucha preparación, trabajo y tiempo para alcanzar el punto de sostenibilidad. Su rendimiento es menor que el de la agroindustria durante sus primeros ciclos aunque algunos métodos biológicos, como el de Fukuoka, han logrado mayor producción por área con el transcurso del tiempo.
En la actualidad, la vasta producción de la agricultura corporativa alimenta al mundo y tiene de sobra para también cebar a buena parte de las poblaciones en algunos países desarrollados, aunque algunos dudan que se puedan satisfacer sus inmensos requerimientos energéticos en unas cuantas décadas. La agricultura biológica o ecológica se ha popularizado en este siglo, métodos como la permacultura, la agricultura biodinámica o la agricultura natural se han convertido en nuevos estilos de vida para muchos jóvenes, aunque algunos dudan que puedan alimentar al mundo. Como se ve, no podía haber dos propuestas más dispares. ¿Cuál será la vencedora? ¿O pueden coexistir?
Autor: IIEH