Después de más de un año de aislarnos y de usar tapabocas, ¿corremos el riesgo de que nuestro sistema inmune se deteriore?
La pandemia de coronavirus ha traído consigo un sinnúmero de problemas, pero también ha resguardado a la gente de ciertas enfermedades. En los últimos 12 meses se ha visto, gracias al empleo de cubrebocas y al ejercicio de una mejor higiene, la casi absoluta desaparición de la influenza, por ejemplo. No es ilógico pensar, entonces, que nuestro sistema inmune se “deteriorará” o que “va a perder la práctica” por dejar de estar expuesto a patógenos durante tanto tiempo.
La respuesta corta es que no, no vamos a sufrir este problema potencial. La respuesta larga: Nuestros sistemas inmunes (SI) no funcionan a la manera de músculos que precisan de entrenamiento continuo para crecer o fortalecerse. Cuando nuestro cuerpo alcanza la madurez durante el inicio de la edad adulta, ya hemos sido (en casos normales) expuestos a tantos microbios, alergenos, parásitos, esporas, etc., que gozamos de respuestas inmunes muy robustas. Incluso, sin lugar a dudas, a organismos con los que aún no nos hemos encontrado.
Esto no sucede necesariamente porque poseemos anticuerpos contra todas los patógenos a los que hemos estado expuestos; no tenemos esos anticuerpos listos en la sangre o en otro lado esperando combatir enfermedades. Mejor dicho, nuestro sistema inmune almacena los “planes” de esos anticuerpos por si llegamos a reinfectarnos o si, en un momento dado, nos topamos con uno similar a otro anteriormente encontrado. Entonces, el sistema inmune producirá los anticuerpos precisos con rapidez y eficiencia.
Al entrar en contacto con un patógeno, se desencadena en nuestro sistema una respuesta inmune lo conozcamos o no (por eso el covid-19, un patógeno nuevo, no provocó muchas más muertes), pero el proceso no fortalece al SI. No lo fortalece, lo diversifica. Como resultado, la baja exposición a patógenos que experimentó tanta gente en el 2020, no atrofió nuestras defensas. Tan sólo dejamos de obtener los beneficios de un año de diversificación.
Lo anterior no quiere decir que el aislamiento social y el uso generalizado de mascarillas que cubren la cara no tengan un efecto sobre nosotros. Hay estudios que demuestran que las respuestas inmunes disminuyen en individuos que atraviesan etapas de estrés, soledad, ansiedad y otros estímulos psicológicos negativos. Un metanálisis de 148 estudios descubrió que las personas con más conexiones sociales tienden a vivir más, más sanos. No es la causa directa pero está relacionado.
En el caso particular de la influenza, aflicción que provoca muchas muertes en todo el mundo, las interacciones son complejas. Como casi no se ha visto en el último año, el próximo invierno puede traer sorpresas. Por un lado, va a ser muy difícil elaborar una vacuna efectiva, sin datos precursores; por el otro, la influenza suele saltar de poblaciones animales a poblaciones humanas, volviéndonos más vulnerables.
Paráfrasis: IIEH
Fuentes: Ask Science