El universo mental

Diagrama de Pitagoras

A través de la historia, hemos seguido a nuestros líderes religiosos para entender el significado de nuestras vidas, la naturaleza de nuestro mundo. Esto cambió con Galileo Galilei. Al establecer que la Tierra gira alrededor del Sol, Galileo no sólo tuvo éxito en creer lo increíble, sino que además convenció a casi todos los demás de que creyeran lo mismo. Este fue un logro impresionante en la “divulgación de la física” y, con la obra posterior de Isaac Newton, la física alcanzó a la religión en su intento por explicar nuestro lugar en el universo.

La más reciente revolución de la física de los últimos 80 años todavía no ha transformado el conocimiento general del público de manera similar. Aun así, una comprensión correcta de la física era accesible incluso a Pitágoras. De acuerdo con Pitágoras, “los números son todas las cosas”; y los números son mentales, no mecánicos. De la misma manera, Newton se refirió a la luz como “partículas”, sabiendo que este concepto era una “teoría efectiva”, útil si bien no verdadero. Como reconoció el biógrafo de Newton, Richard Westfall: “La causa última de ateísmo, aseguró Newton, es ‘esta idea de que los cuerpos tienen, por decirlo así, una realidad completa, absoluta e independiente en sí mismos’”. Newton conocía el fenómeno de los anillos de Newton y no le preocupaba lo que trivialmente se conoce como “dualidad onda-partícula”.

El descubrimiento de la mecánica cuántica en 1925 resolvió el problema de la naturaleza del universo. Los brillantes físicos fueron convencidos otra vez de creer lo increíble; esta vez, de que el universo es mental. De acuerdo a James Jeans: “el caudal de conocimiento se dirige hacia una realidad no-mecánica; el universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina”. La mente ya no es semejante a un intruso accidental en el reino de la materia… más bien deberíamos recibirla como la creadora y regente del reino de la materia”. Pero los físicos aún no han seguido el ejemplo de Galileo y convencido a todos de las maravillas de la mecánica cuántica. Como lo explicó Arthur Eddington: “Es difícil para el físico realista aceptar la visión de que el sustrato de todo es de índole mental”.

En su obra de teatro Copenhague, que hace accesible la mecánica cuántica para una mayor audiencia, Michael Frayn pone estas palabras en boca de Niels Bohr: “descubrimos… que nuestro universo existe… solamente a través de la comprensión que se aloja dentro de la cabeza humana”. La esposa de Bohr replica, “este hombre al que pusiste en el centro del universo, eres tú o es Heisenberg?”. Esto es lo que sobresale en el gaznate de los físicos “realistas” de Eddington.

En su análisis de la obra de teatro, John H. Marbuger III, asesor de ciencia del presidente George W. Bush, anota que “en la interpretación de Copenhague de la naturaleza microscópica no hay ni ondas ni partículas”, pero luego formula sus comentarios en relación a “cosas subyacentes” que no existen. Señala que no es verdad que la materia “a veces se comporta como onda y a veces como partícula… La onda no es la cosa subyacente; está en el patrón espacial de clics detectores… No podemos sino pensar que los clics fueron causados por pequeñas piezas de cosas localizadas que más vale llamar partículas. Aquí es de donde proviene el lenguaje de partículas. No de lo subyacente sino de nuestra propensión psicológica para asociar fenómenos tópicos con partículas”.

En vez de “cosas subyacentes” han existido varios intentos serios de conservar un mundo material, pero no han producido una nueva física y sólo sirven para preservar una ilusión. Lamentablemente, los científicos han dejado que Frayn, que no es físico, anuncie la desnudez del Emperador: “me parece que la visión que Gell-Mann favorece, y que conlleva lo que él llama ‘historias’ o ‘narrativas’ alternativas, es precisamente tan antropocéntrico como las de Bohr, ya que ni las historias ni las narrativas son elementos independientes del universo, sino conceptos humanos, tan subjetivos y restringidos en su punto de vista como en el acto de la observación”.

Los físicos evitan la verdad porque la verdad es tan ajena a la física cotidiana. Una forma común de evitar el universo mental es invocar “decoherencia cuántica”, la noción de que “el ambiente físico” es suficiente para crear realidad, independiente de la mente humana. Sin embargo, la idea de que cualquier acto irreversible de amplificación es necesario para colapsar la función de onda está equivocada: en experimentos “tipo Renninger”, la función de onda es colapsada simplemente por tu mente humana al no ver nada. El universo es puramente mental.

En el siglo X, Alhacén puso en marcha la opinión de que la luz procede de una fuente, entra al ojo y es percibida. Este sistema es incorrecto pero es lo que, todavía, la mayoría de la gente cree, incluso la mayoría de los físicos, a menos que se les presione. Para aceptar el universo, debemos abandonar esos puntos de vista. El mundo es mecánico-cuántico: debemos aprender a percibirlo como tal.

Una ventaja de corregir la percepción de la humanidad sobre el mundo es la alegría resultante de descubrir la naturaleza mental del universo. No tenemos idea de lo que implica esta naturaleza mental pero, lo más grande, es que es verdad. Más allá de adquirir esta percepción, la física ya no puede ayudar. Puedes hundirte en el solipsismo o en el deísmo, o en algo más si lo puedes justificar, pero no le pidas ayuda a los físicos.

Hay otra ventaja de ver el mundo como mecánico cuántico: quien haya aprendido a aceptar que no existe nada sino las observaciones se encuentra mucho más adelantado que sus colegas, que trastabillan a través de la física esperando encontrar “qué son las cosas”. Si podemos “hacer un galileo” y lograr que la gente crea la verdad, descubrirán que la física es muy simple.

El universo es inmaterial, mental y espiritual. Vive y disfruta.

 Richard Conn Henry

Richard Conn Henry es profesor de Física y Astronomía en la Universidad Johns Hopkins.

Fuente:

El universo mental

Traducción: IIEH

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