El hecho de que en China las becas, doctorados, bonos y ascensos se otorgan en base al número de artículos publicados, en vez de atender a su calidad, ha dado lugar a una industria fraudulenta de plagio, revistas virtuales y falsificaciones en todos los campos de la ciencia.
El problema se originó por culpa del inconsistente sistema de evaluación académica que se usa en China. Aunque no hay escasez de buenos investigadores chinos, el ritmo de producción de estudios científicos en ese país se ha acelerado sobremanera en los últimos años. La prestigiosa base de datos mundial Science Citation Index (SCI o Índice de Citas de Ciencia) le atribuía a China una porción porcentual mucho menor al 1% del mundo en 2001; para el 2011, ésta ya había crecido hasta un 9.5%, atrás sólo de Estados Unidos. En los últimos 10 años se han publicado más de un millón de estudios científicos en China y la revista Nature reportó que hubo un aumento del 35% en el número de artículos publicados entre 2011 y 2012 por sus revistas afiliadas de China.
Esas cifras por sí solas, dado el crecimiento económico de China en el mismo periodo, no son causa de preocupación hasta que se incluyen los siguientes factores: Según una encuesta del mismo gobierno chino, una tercera parte de más de los 6 mil investigadores en las 6 principales instituciones del país admitió haber participado en plagio, falsificación o invención de material académico. En otro sondeo realizado entre 32 mil científicos por la Asociación China de Ciencia y Tecnología, más del 55% admitió saber de alguien relacionado con fraude académico.
Por supuesto, la academia sufre de publicaciones ilegales en todo el mundo, pero la gravedad del problema de China se encuentra, como en otros campos, en su crecimiento acelerado. La revista PNAS publicó en 2012 un estudio de retracciones por país de origen. Es decir, de cuántos artículos fueron eliminados de la base de datos por duplicación, fraude o plagio. China dominó las listas, con excepción de fraude, donde se ubicó en cuarto sitio, atrás de Estados Unidos, Alemania y Japón.
Un ejemplo. Zhang Wuben convenció a millones de personas en China que el mungo (la soya verde) posee propiedades que curan la diabetes, el lupus, la depresión y el cáncer. Hizo uso de todos los medios, televisión, DVDs y publicaciones, y aseguró descender de un linaje de doctores. Zhang se hizo millonario y sus consultas empezaron a costar una fortuna para su compatriota promedio. El precio de los mungos sufrió un aumento tan considerable que llamó la atención de algunos periódicos chinos. Poco después se reveló que Zhang no había asistido la universidad, que su padre trabajaba en un telar y que su ciencia había sido un fraude.
El sistema de evaluación mismo promueve que se proteja a quienes son descubiertos realizando prácticas fraudulentas o de plagio. A la institución no le conviene denunciar a sus miembros y perder con ello prestigio, ni a sus colegas que quizá hayan sido partícipes, directa o indirectamente de la misma actividad. Un caso famoso se dio en 2006: Chen Jin, informático teórico, aseguró haber inventado un microprocesador avanzado, presentó el microchip y recibió contribuciones del gobierno y galardones… Hasta que alguien se dio cuenta, se trataba de un simple chip de Motorola al que Jin le había limado sus identificadores. Jin nunca fue enjuiciado ni multado, tal vez para evitar más vergüenzas.
Este año, un oficial del Ministerio de Transporte fue arrestado por corrupción. Zhang Shuguang recibió sobornos por 7.8 millones de dólares y, durante su juicio el mes pasado, admitió haber usado casi la mitad en sobornos para ser electo como miembro de la Academia de Ciencias de China: compró votos y contrató equipos de escritores para escribir libros a su nombre. Perdió la elección por tan sólo un voto. En la actualidad, según la policia de China, publicar un artículo en una revista pirata de ciencia cuesta alrededor de 650 dólares; comprar un artículo falso unos 250 dólares y la industria entera genera más de 200 millones de dólares cada año. Y casi podemos asegurar que nadie los lee.
Autor: IIEH
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