La esquiva Gran Idea
Neal Gabler
The New York Times, 20 agosto 2011
LAS IDEAS SIMPLEMENTE no son lo que solían ser. Érase una vez que podían encender los fuegos de debate, estimular otros pensamientos, incitar revoluciones y fundamentalmente cambiar las maneras en que vemos al mundo y pensamos respecto a éste.
Podían penetrar la cultura general y convertir a los pensadores en celebridades –sobre todo a Albert Einstein, pero también a Reinhold Niebuhr, Daniel Bell, Betty Friedan, Carl Sagan y Stephen Jay Gould, por mencionar a unos cuantos. Las ideas en sí hasta podían hacerse famosas, por ejemplo: "el fin de la ideología", "el medio es el mensaje", "la mística femenina", "la teoría del Big Bang", "el fin de la historia". Una gran idea podía acaparar la portada de la revista Time -" ¿Acaso Dios está muerto?"– e intelectuales estadounidenses como Norman Mailer, William F. Buckley Jr. y Gore Vidal a veces hasta eran invitados a los sofás de los programas televisivos de entrevistas. Cuánto tiempo hace de eso.
Si nuestras ideas ahora parecen más pequeñas, no es porque seamos más tontos que nuestros antepasados, sino porque sencillamente no nos importan tanto las ideas como a ellos. Hoy, las ideas que no se pueden convertir instantáneamente en dinero tienen tan poco valor intrínseco que menos personas las generan y menos medios las difunden.
No es ningún secreto, particularmente en Estados Unidos, que vivimos en una era post-Ilustración en la que la racionalidad, la ciencia, el argumento lógico y el debate han perdido la batalla en muchos sectores ante la superstición, la fe, la opinión y la ortodoxia. Hemos retrocedido intelectualmente de los modos avanzados del pensamiento a los modos antiguos de la creencia.
Se da el eclipse del intelectual público a manos del experto que sustituye la reflexión por la barbaridad, y el declive del ensayo en las revistas de interés general. Y está el surgimiento de una cultura cada vez más visual, particularmente entre los jóvenes –una forma en la que las ideas son más difíciles de expresar.
Sin embargo, la verdadera causa de un mundo post-idea podría ser la información en sí. En una época en que sabemos más de lo que jamás hemos sabido, pensamos menos en ello.
Cortesía de la internet, parecemos tener acceso inmediato a cualquier cosa que cualquiera pudiera querer saber jamás. Sin embargo, en el pasado, recabábamos información no simplemente para saber cosas. También lo hacíamos para convertirla en algo mayor que hechos y, a final de cuentas, más útil: en ideas que le daban sentido a la información. Buscábamos no sólo aprender el mundo, sino comprenderlo, lo cual es la función principal de las ideas. Las grandes ideas nos explican el mundo y el uno al otro.
Sin embargo, si la información otrora fue material para las ideas, durante la década pasada se ha convertido en competencia. Estamos inundados con tanta información que no tendríamos tiempo para procesarla aún si quisiéramos, y la mayoría de nosotros no quiere.
En efecto, estamos viviendo dentro del nimbo de una ley de Gresham informativa en la que la información trivial expulsa a la información importante, pero también es una ley de Gresham conceptual en la que la información, trivial o no, destierra a las ideas.
Preferimos saber por encima de pensar porque saber tiene más valor inmediato. Nos mantiene informados, nos mantiene conectados. Definitivamente no es un accidente que el mundo post-idea haya surgido al lado del mundo de las redes sociales. Aún cuando hay sitios y blogs dedicados a las ideas, Twitter, Facebook, MySpace, Flickr, etcétera, son básicamente casas de intercambio de información, diseñadas para alimentar el hambre de información, aunque difícilmente esta sea la clase de información que genera ideas. Es en gran parte inútil salvo en la medida en que hace que el poseedor de la información se sienta, pues, informado. Y estos sitios están sustituyendo a la palabra impresa, que es donde típicamente se han gestado las ideas.
Son formas de distracción o antipensamiento.
Las implicaciones de una sociedad que ya no piensa en grande son enormes. Las ideas no son sólo juguetes intelectuales. Tienen efectos prácticos.
Un amigo mío se preguntaba, por ejemplo, dónde estaban los John Rawls y Robert Nozick, filósofos que pudieron enaltecer nuestra política.
Uno podría ciertamente plantear el mismo argumento respecto a la economía, donde John Maynard Keynes sigue siendo el centro del debate casi 80 años después de proponer su teoría del estímulo gubernamental. Esto no quiere decir que los sucesores de Rawls y Keynes no existen, pero tienen pocas probabilidades de tener arrastre en una cultura que tiene tan poco uso para las ideas. Todos los pensadores son víctimas del exceso de información.
Sin duda habrá aquellos que digan que las grandes ideas han emigrado al mercado, pero hay una enorme diferencia entre los inventos que generan ganancias y las ideas intelectualmente retadoras. A algunos emprendedores, como Steven P. Jobs de Apple, se les han ocurrido algunas ideas brillantes en el sentido de "invención" de la palabra.
Aún así, estas ideas podrían cambiar la manera en que vivimos, pero no la manera en que pensamos. Son materiales, no conceptuales. Son los pensadores los que están escasos.
Lo que augura el futuro es más y más información –montañas de ella. No habrá nada que no sepamos. Sin embargo, no habrá nadie que piense al respecto.
Piense en ello.
Neal Gabler es el autor de "Walt Disney: The Triumph of the American Imagination".