Ingeniería Genética
Más peligros que ventajas
Miguel A. Altieri y Meter Rosset
Excelsior, 12 de julio 2000
LAS compañías biotecnológicas afirman que los organismos modificados genéticamente (OMG) son descubrimientos indispensables para alimentar al mundo, proteger el ambiente y reducir la pobreza en los países en desarrollo, pero esta opinión se apoya en dos suposiciones que cuestionamos: que el hambre se debe a una brecha entre la producción de alimentos y la densidad de población y que la ingeniería genética (IG) es la mejor forma de incrementar la producción agrícola y, por ende, de afrontar las necesidades futuras.
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PERO no hay relación entre el hambre en un país y su población, pues ahí están Bangladesh y Haití o Brasil e Indonesia y, como el mundo produce más alimento que nunca, se podría suministrar casi 2 kilos de comida por persona cada día, pero las verdaderas causas del hambre son pobreza, desigualdad y falta de acceso, pues muchos no pueden comprar el alimento y otros muchos no pueden producirlo. De la segunda suposición, la mayoría de las- innovaciones de la IG se han hecho para aumentar ganancias de las compañías y no la productividad, pues, por ejemplo, para ganar una mayor participación en el mercado, están los cultivos resistentes a los herbicidas, como los frijoles de soya Roundup Ready, de Monsanto, y semillas tolerantes al herbicida Roundup, también de Monsanto y, para vender las semillas, aunque se dañe un producto clave contra plagas, los cultivos Bt (bacillus thuringiensis) son transformados por la IG para producir su propio insecticida y venderlo.
Estas tecnologías buscan mayor dependencia de los agricultores de las semillas cubiertas por el "derecho de propiedad intelectual", induciéndolos a compradas, algo opuesto al derecho tradicional de los granjeros de reproducir o almacenar semillas. Pero integrar la industria química y la de semillas incrementa los gastos y disminuye utilidades, pues, por ejemplo, en Illinois, cultivar fríjol de soya resistente a herbicidas cuesta entre 40 y 60 dólares por acre y esto equivale a entre 35 y 40% de los costos variables y, hace tres años, el promedio era 26 dólares por acre, con 23% de los costos variables. Además, según experimentos recientes, del Departamento de Agricultura de EU, las semillas transformadas por IG no aumentan el rendimiento de los cultivos. Y aunque muchos científicos explican que ingerir OMG no es dañino, sí hay riesgos: las nuevas proteínas pueden actuar como alergenos o toxinas y alterar el metabolismo de la planta o el animal productores de alimento o reducir la calidad o el valor nutricional de éste, por ejemplo, una soya con menos isoflavones, que protegen a las mujeres de algunos tipos de cáncer. Aparte, las especies de plagas se adaptan rápidamente y desarrollan resistencia al insecticida incluido en la planta por la IG. También, la tendencia a sembrar una zona extensa con una sola variedad la hace muy vulnerable a cepas de agentes patógenos o a plagas de insectos y queda el problema de la "erosión genética " y el de que se debiliten paulatinamente las posibilidades de diversificar cultivos y se reduzca así la agrobiodiversidad.
Hay grandes incógnitas acerca del impacto de los OMG. Muchos ecologistas requieren una regulación apropiada que medie entre la experimentación y la autorización de los cultivos transgénicos, para asegurar una mejor evaluación' de sus consecuencias ambientales. Esto es crucial, pues muchos indicios sugieren que en el desarrollo de "cultivos resistentes" no sólo se deben comprobar los efectos directos en el insecto que es el objetivo, o en la maleza, sino también los efectos indirectos en la planta (por ejemplo, crecimiento nutritivo, cambios metabólicos), en el suelo y en los organismos que no son el objetivo. Y, aunque puede haber algunas aplicaciones útiles de la IG (como las variedades resistentes a la sequía o cultivos que eliminan la competencia de malezas), estas innovaciones tomarán no menos de 10 años para ser utilizadas, y si los granjeros pueden afrontar sus costos, esas variedades pueden incrementar la productividad entre 20 y 35%. El resto de los aumentos del rendimiento debe provenir del manejo agrícola (IPS)
* Miguel A. Altieri, profesor asociado de la Universidad de California en Berkeley; Peter Rosset, director del Institute for Food and Development Policy.