El ayer marca el presente de lo que será el mañana de América Latina, y México, ¿dónde queda?
Rubén de Jesús Solís Mecalco
Ecología humana. Poblaciones actuales. Facultad de Biología.
Universidad Autónoma de Madrid
Nota del autor. "Nací en 1989 en Mérida, Yucatán, México, soy estudiante de la licenciatura de biología marina en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), siempre he tenido un interés por el medio social que me rodea, razón por la cual conseguí una beca para realizar actualmente estudios de ecología humana entre otras asignaturas en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), y es gracias a los conocimientos obtenidos en esta asignatura junto con los que ya había obtenido involucrándome en pequeños proyectos en las comunidades rurales del estado de Yucatán, México, que ahora uno de mis planes es realizar un posgrado en sociología y enfocarlo a comunidades costeras de la Península de Yucatán, México."
Con el fin de la Guerra Fría y del mundo bipolar, se multiplicaron en diferentes partes del mundo conflictos religiosos, lingüísticos o raciales (1). Su agudización y generalización ha llevado a que algunos pronostiquen que el conflicto central en el siglo XXI será el “choque de las civilizaciones” (2). Por otro lado, hoy se ha vuelto común constatar la crisis de los Estados Nacionales, asediados desde arriba por las exigencias de la globalización y desde abajo por reivindicaciones regionales, étnicas, lingüísticas o religiosas, que expresan el fortalecimiento de identidades locales, muchas veces excluyentes, en desmedro de las identidades ciudadanas y/o nacionales. Con frecuencia, los movimientos étnicos han sido considerados como la punta de lanza de ese asedio desde abajo (1).
Las relaciones de dominación a las que han estado sujetos los pueblos indios y la política paternalista implementada por los Estados Nacionales, han coartado la posibilidad de que éste se incorpore al desarrollo nacional a partir de su visión cultural y de sus propias necesidades (3).
Por cierto que detrás del paradigma de la 'integración nacional', que era el correlato de la tesis del mestizaje, subyacía un claro proyecto de dominación: la aculturación de los pueblos indígenas que, burdamente, podría ser formulada así: te doy derechos si te vuelves como yo (1); sin embargo, la presencia de más de cuatrocientos pueblos indios que hablan su propia lengua y constituyen la mitad de la población en países como Bolivia, Perú, Ecuador y Guatemala, o que persisten a través de 61 grupos que hablan idiomas indígenas (4) como en México, de los cuáles, 56 son considerados etnias; expresan su presencia y su continuidad cultural (3) en países como México o Bolivia, en donde el populismo significó para los pueblos indígenas conquistas importantes como el voto universal, tierra obtenida a través de reformas agrarias, derecho a la sindicalización y escolarización masiva, para mencionar sólo algunas (1). Es importante resaltar que los pueblos indios contemporáneos, están lejos de desaparecer y el número total de sus integrantes, se ha estabilizado desde hace años (5). La comprobación por negación de estas afirmaciones sería el caso guatemalteco. Allí, como se sabe, el proyecto nacionalista abortó en 1954. Al quedar embalsadas por décadas medidas como la reforma agraria, la alternativa fue un conflicto que alcanzó hacia 1980 ribetes genocidas contra los pueblos mayas y que ha sido sin duda el más violento del continente en la segunda mitad del siglo XX (1).
Otro aspecto importante a tomar en cuenta, para comprender las bases de estos movimientos, es la emergencia del imperialismo como fenómeno específico del desarrollo del capitalismo en el siglo XIX, que determinó en América Latina la articulación de las formas de explotación y dominio de sus recursos naturales y su estructura de clases, las dominantes y, desde luego, las clases populares, dominadas y explotadas al mismo tiempo. La formación de las clases sociales en América Latina responde a este doble vínculo, cuyo resultado fue la original vía oligárquica de desarrollo del capitalismo para el conjunto del subcontinente (6).
Sin embargo, en este mismo sentido América Latina partícipe de occidente lo redefine, reorienta y trasforma, proponiendo nuevas opciones o integrándose originalmente a las ya existentes. El desarrollo del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) responde a esta descripción y dinámica. Por un lado, reivindica su lucha por el trabajo, la tierra, el techo, la alimentación, la salud, la educación, la independencia, la libertad, la democracia, la justicia y la paz en el interior de una batalla por la dignidad y el reconocimiento de los derechos históricos, sociales, políticos, culturales de los pueblos indígenas de México. Pero por otro, está comprometido con una crítica profunda al proceso de deshumanización generado por el neoliberalismo y la explotación mundial propia del actual proceso de internacionalización de los mercados, la producción, el trabajo y el consumo (6). En otras palabras aportan su visión maya de la interculturalidad, transmitiéndonos toda su riqueza cultural y al mismo tiempo redimensionan nuestros conceptos a partir de su propia cosmovisión. El concepto de democracia es repensado a partir de con su visión política y ha sido sustituido por el ya famoso "mandar obedeciendo" que ha sido incorporado al discurso de intelectuales, indígenas y organizaciones sociales en un verdadero diálogo intercultural que muestra la influencia del movimiento zapatista y la confluencia de utopías (3).
El primer documento que difundió las demandas indígenas fue la Declaración de Barbados, elaborada por antropólogos latinoamericanos, que como otros posteriores elaborados por los propios líderes indios, tienen como rasgos distintivos la enunciación de una serie de demandas comunes, la conciencia de pertenecer a culturas en resistencia contra la colonización y el enfrentamiento con la cultura occidental. Se observa en esos discursos de los setentas una postura contestataria y hacia adentro, que tiene como interés principal reconocerse a sí mismos como indios, defenderse de los embates de Occidente y revalorar la cultura y la historia de los pueblos indios (3).
La década de los ochentas marcó la historia de América Latina en varios sentidos, ya que se ve inmersa en la marea de la contrarrevolución. Un lenguaje ad-hoc allana la transición de un capitalismo keynesiano a una economía de mercado. Conceptos como gobernabilidad, flexibilidad laboral, racionalidad y eficiencia, corrupción pública, recursos humanos, liberalización, privatización, descentralización, fondos privados de pensiones, falsa sustitución de importaciones, reconversión industrial, desregulación, crisis del Estado, de la izquierda, de las ideologías, de la historia, del comunismo o del socialismo se tornan comunes en el vocabulario de los políticos y los medios de comunicación. Un conjunto de categorías y planteamientos teóricos emergen a medida que el poder los necesita para cubrir su agenda. La nueva derecha se apropia de la realidad en un contexto donde la lucha anti-imperialista y la revolución disminuye sus adeptos tras años de propaganda anti-comunista y la caída del muro de Berlín. Poco queda de la visión romántica de los años sesenta de la izquierda revolucionaria, el Che Guevara, la guerrilla, crear un, dos, tres Vietman y el mayo francés (7).
Esta década es clave para entender el nacimiento de formas de protesta social que acompañan una redefinición estratégica de la izquierda latinoamericana. Por una parte el discurso neoliberal se afianza y proyecta una imagen sobre la cual se solicitan esfuerzos comunes. La mayoría de los países son gobernados por coaliciones o por partidos políticos cuyos fundamentos no difieren en sus líneas estratégicas. Desde México hasta Chile, existe un denominador común: la economía de mercado, la reconversión industrial, la privatización e inserción al llamado proceso de globalización. Acuerdos y tratados de libre comercio, apertura comercial y financiera, fin de los aranceles y flexibilidad en el mercado laboral, acompañan la reforma del Estado (7).
Sin embargo, la resistencia en los años setenta y ochenta a las reformas neoliberales dan como resultado la emergencia de movimientos sociales con nuevas señas de identidad. Son la contrapartida a una izquierda expulsada de los espacios públicos, declarada ilegal y muy mermada. Durante este período cobran un protagonismo nunca visto en América latina. Los movimientos pro-derechos humanos, las madres de la plaza de Mayo, de género, culturales, étnicos y ecológicos (7).
Posteriormente en la década de los ochenta el diálogo intercultural que buscan los movimientos indígenas y sus líderes se expresa de manera clara en los comunicados elaborados por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI), donde se puede observar la necesidad de buscar una mayor y mejor interacción de los pueblos indios con la sociedad civil nacional e internacional (3). Rigoberta Menchú refleja este tipo de pensamiento de la siguiente forma:
“Los pueblos indígenas, en buena medida, guardamos el sagrado derecho de la colectividad, el sagrado derecho de la comunidad como fuente de equilibrio. Es necesario observar el equilibrio de los derechos individuales y los derechos colectivos, y también el equilibrio de las obligaciones individuales y las obligaciones colectivas.” (8)
Menchú, al igual que otros líderes indígenas, busca reconstruir la memoria histórica de sus pueblos, para desde el pasado construir en el presente nuevas historias nacionales incluyentes que los tomen en cuenta como parte vital de la totalidad nacional (3). Para ella “la verdadera democracia se logrará tomando en cuenta la diversidad cultural de los pueblos y sus experiencias de lucha y organización.” (9)
La idea de la construcción de una nueva realidad basada en los orígenes de los indígenas latinoamericanos, también se observa en el documento titulado “Declaración de los líderes espirituales de Abya Yala”, en cuya primera parte, titulada “Nuestra Historia”, señalan:
“En el proceso histórico, nosotros, habitantes originarios de Abya Yala desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, desarrollamos un sistema de vida y concepción del mundo en donde se mantenía el equilibrio en la relación hombre-sociedad-naturaleza, caracterizado por la reciprocidad y la redistribución.
Nuestra concepción se traducía en una convivencia armónica y en un profundo respeto a las diferencias. El padre sol, la luna y los astros eran parte de una misma totalidad donde el orden y el equilibrio imperaban.”(10)
El despertar de los movimientos étnicos en Latinoamérica, expresado en la Declaración de la Selva Lacandona (1994), también contradice el tópico tan común de una voz irrecuperable del indígena, del indio “bueno” pero muerto (5):
“Somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos, somos millones y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado como el único camino para no morir de hambre” (11).
Los movimientos indigenistas, combinados con el surgimiento de una izquierda política que busca su lugar con nuevos actores y sujetos sociales, se refleja en países como Bolivia y el MAS o las reivindicaciones de autonomía de los pueblos indios que son parte de esta configuración. Con sus diferencias y sus peculiaridades la izquierda latinoamericana se recompone en los extramuros. Aparece como anti-sistémica (12). Sus referentes son las grandes mayorías excluidas y explotadas. Los marginados del campo y la ciudad. Sus luchas y reivindicaciones se articulan al interior de sociedades fuertemente excluyentes y represivas. Sus actuaciones se muestran en todos los espacios macro y micro estructurales y responden a la defensa de lo nacional popular y lo nacional- estatal. Por ello se oponen a la desnacionalización y la venta de las riquezas básicas a manos de empresas extranjeras. Hoy la izquierda latinoamericana recupera su identidad sobre un anti-imperialismo nacionalista afincado en la lucha por la liberación nacional, el socialismo y la democracia (13).
Es por ello que los acontecimientos que ponen hoy a países como Bolivia, Ecuador y Venezuela en el ojo del mundo, son el resultado de su propia historia, e independientemente de lo que pueda resultar, es importante resaltar que estos países están tomando decisiones basadas en lo que realmente son y en sus verdaderas necesidades como nación, como naciones con una gran riqueza cultural, y no de modelos económicos y de desarrollo social, que se han aplicado en otros países y que tratan de implantar en los suyos. Ya que es un movimiento que tiene sus raíces en el cansancio de la gente indígena, debido a que las posibles soluciones a los problemas de una sociedad no se pueden buscar en modelos creados para otras sociedades y menos en el caso de las sociedades latinoamericanas, tan únicas y diferentes de las del resto del mundo y entre ellas mismas.
Y aunque existe cierto eje que los pretende presentar como un ámbito específicamente reducido a lo que es no la reforma de la constitución, sino proyectos de redefinición del estado y de las naciones, como puede ser el caso en primer lugar de Venezuela, posteriormente Ecuador y Bolivia. Es importante resaltar también que cuando se está hablando fundamentalmente tanto en Ecuador como en Bolivia de lo que significa el buen vivir, que es entendida como la concepción de la felicidad en términos de una vida plena, y que es una parte específica de los procesos constituyentes que aparecen en el nuevo ciclo tras el fin de la Guerra Fría, pero no hay que olvidar que hubieron unos procesos constituyentes que en algunos casos significaron reformas del estado con el mantenimiento del marco constitucional, como fueron básicamente los casos de México, Argentina , Perú, Uruguay, Brasil, así como el caso de Chile fundamentalmente con la constitución de 1980 de Pinochet (19).
Esto significa, por tanto, en palabras de Marcos Roitman, dos elementos distintos: uno, las reformas constitucionales dentro del neoliberalismo cuyo objetivo fue fundamentalmente adecuar el marco básicamente a un nuevo tipo de gestión pública que eran los procesos de desregulación, los procesos de privatización, los procesos de descentralización como los procesos de flexibilidad del mercado laboral, en el marco de las gestiones públicas. Después, el segundo elemento es la reforma del régimen político, es decir, las relaciones en el ámbito de lo político y lo civil, con toda la reformulación de la pérdida de la ciudadanía política y la transformación del ciudadano en consumidor, que fue un factor de pérdida de derechos republicanos y por último, el llamado entre comillas reforma constitucional con un nuevo marco normativo de la relación política, si bien eso se hizo durante el neoliberalismo y el objetivo, por tanto, era encubrir unos mecanismos de gobernabilidad fundamentalmente ligados a la pérdida de la ciudadanía política. Por lo que en el caso de Ecuador o en el de la “vida plena” en Bolivia estamos hablando de otra concepción, de otra redefinición, no solamente de la constitución sino del concepto mismo de vida, que son cuestiones completamente distintas (19).
Otro aspecto importante a tomar en cuenta, es que en caso de estos países (Ecuador, Bolivia, Venezuela e incluso Cuba) no se apoya a personas, sino que la gente apoya proyectos, como es el caso de la revolución cubana que es más que Fidel Castro, la revolución de la República Bolivariana en Venezuela es más que Hugo Chávez, Ecuador es más que Rafael Correa y Bolivia es más que Evo Morales, en el sentido de que implica una proyección de proyecto, de movilización social, de movilización política y de organización, porque en definitiva eso es lo que le da legitimidad de un proceso, no las personas, ya que como diría Marcos Roitman: “las personas son meros elementos para lograr una dinámica política, pero hay que tomar en cuenta también que la gente se muere y si se continua esa dinámica, entonces los personalismos no llevarán a nada bueno, pero yo creo que eso obviamente lo tienen en claro los cuatro gobernantes (Fidel Castro, Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez) o por lo menos los movimientos políticos-sociales en América Latina” (19).
Esto es una lucha que implica luchar contra el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las propias clases dominantes en los países, también las propias dinámicas internas, problemas que hay que ir superando desde el punto de vista de entender idiosincrasias y articular también en la lógica de un sentido común, sin perder el sentido histórico (19).
Mientras estos primeros pasos hacia naciones más sinceras consigo mismas se están dando en algunos países de América Latina, México se encuentra dividido y con un muy largo camino por recorrer. En lo particular, México es un país multiétnico y pluricultural con procesos históricos claramente definidos. Junto a la cultura dominante de origen español, existen vestigios de cultura africana y de grupos inmigrantes recientes. Sin duda, las culturas de origen prehispánico tienen su importancia histórica, social, cultural y demográfica, a tal grado que oficialmente se reconocen 61 grupos que hablan idiomas indígenas. Sin embargo, la existencia objetiva de éstos y muchos otros grupos étnicos no reside en el uso de un idioma propio ni de su mayor o menor acercamiento a lo prehispánico, sino principalmente a su cultura -estilo de vida particular y no conocimientos librescos- y por la identidad establecida en las relaciones sociales de cada estructura comunitaria (4).
La presencia indígena en México de acuerdo con los resultados del Censo de Población y Vivienda del año 2000 reportan un total de 6 millones 044 mil 647 hablantes de lengua indígena de cinco años y más. Esta cifra es superior a los 5 millones 282 mil 347 hablantes de cinco años y más registrados en el censo de 1990. La diferencia equivale a una tasa intercensal de 1.6 % entre 1990 y el 2000; inferior a la tasa de crecimiento nacional, estimada en 2.0 % (14). Es decir, que la presencia indígena lejos de estar disminuyendo ha ido incrementando a su propio ritmo.
Pero a pesar de su presencia como un sector importante dentro de la sociedad mexicana, existen muchas familias indígenas, las cuáles niegan el origen étnico de los hijos, con el fin de que ellos no sufran las discriminaciones y los maltratos que ellos han pasado, y también por el sentimiento de que la condición de indígena es inferior a la de un “occidental”, que ha sido implantada en la sociedad mexicana, así como en otros países de América Latina, desde la conquista. Lo cual refleja el largo camino que este país lleno de contrastes tiene que recorrer, y aunque hay zonas como el sureste mexicano (Oaxaca, Tabasco, Chiapas, Yucatán, Campeche y Quintana Roo), donde hay una fuerte identidad y apego a las raíces, lo cual se comprueba con el hecho de que en esta zona se encuentran los estados de la federación mexicana con más hablantes indígenas mayores de cinco años en más del 20% (14), también existen regiones donde la condición de indio suele ser menospreciada desde varias direcciones de la población.
Es importante resaltar que es en el sureste mexicano donde los movimientos indigenistas actuales tienen mayor fuerza, y están basados, en palabras de los propios indígenas de Chiapas, en que “la república mexicana se ha construido en los últimos 200 años a partir de la ficción de ser una ‘nación mestiza’, negando la existencia de nuestros pueblos y construyendo un Estado mestizocrático ficticio” (15).
Y aunque el gobierno mexicano ha tenido “buenas intenciones” al intentar mejorar las condiciones de sus pueblos indígenas, uno de los problemas que perduran es la falta de continuidad en los proyectos destinados al desarrollo de las comunidades rurales e indígenas por el cambio de gobierno de un sexenio al otro, esto sumado al hecho de que la gran corrupción muy presente en el país desvía estos recursos, y que muchos de los programas de “desarrollo” son implantados a estas comunidades sin siquiera saber cuáles son las necesidades de la comunidad ni su problemática real, por lo que todos estos proyectos están destinados a su fracaso desde su implementación, ya que lo que estas poblaciones piden son soluciones basadas en sus necesidades reales y que no solo las tomen en cuenta, sino que además, las hagan partícipes en la toma de decisiones que implican su futuro o en palabras de Rigoberta Menchú:
"Los indígenas tienen derecho a tener voz propia y peso cultural y político para escoger su propio destino." (16)
Pero para que esto ocurra deben de estar en posición de elegir; hasta ahora no lo están y nunca lo han estado. Una inversión de largo plazo transexenal en infraestructura, alimentación, salud, vivienda y educación no tendría los beneficios políticos inmediatos de la reparación simbólica. Sus resultados se verían, probablemente, en la próxima generación. Sería costoso y requeriría de un esfuerzo continuado. Ciertamente, demandaría más esfuerzo que la promulgación de una ley indígena (17), la cual debido a la alta corrupción presente en este país hace más complicada su implementación, o peor aún, que muchos de los grupos indígenas no estén enterados de sus derechos debido al alto índice de analfabetismo que presentan (41% aproximadamente INEGI, 2001) y a la insuficiente difusión de la información, ya que no toman en cuenta que muchos de los medios masivos de comunicación no son accesibles para estas comunidades.
Actualmente en México muchos han abrazado la diversidad cultural por default. La izquierda, afirma el teórico político Maurizio Viroli, ha permitido que la derecha monopolice el lenguaje del patriotismo (18), sin embargo, la verdadera izquierda mexicana es el EZLN, y los demás partidos políticos que se hacen denominar de izquierda son, en realidad, una mala broma que se aleja de los principios de una izquierda real.
Un concepto que ha sido sugerido por el movimiento zapatista y que debería ser comenzado a tomar más en cuenta dentro de la sociedad mexicana, es el concepto del “buen vivir”, surgido en Ecuador y Bolivia, y que en palabras de Marcos Roitman podría definirse como un concepto que implica ni más ni menos, que “el desplegar las facultades de la condición humana, para lo cual se necesitan criterios de educación, los criterios de sanidad, criterios de vivienda, culturales, elementos de participación, de mediación, de representación, en definitiva la construcción de una ciudadanía política, que hace posible que el bien común no sea entendido como el acatamiento en términos de la seguridad de la razón del Estado desde el hecho fundamentalmente jurídico de una constitución, sino que el bien común se le articula a la felicidad en términos de la virtud, virtud étnica que constituye vivir en común y vivir en sociedad, eso es lo que reconoce por ejemplo el ámbito comunitario de los pueblos originarios y el ámbito social-político que también expresa las otras condiciones o contradicciones de clase, pero lo que evidentemente hay es una desaparición del colonialismo interno, o más que una desaparición, una lucha contra el colonialismo interno, que es la explotación de las clases sociales nativas, o si uno quiere, las oligarquías nacionales, las burguesías locales o la burguesía industrializadora, unidos en el ámbito fundamentalmente de las clases populares que también construyen un estado mono-étnico que lo que está haciendo es explotar a los pueblos originarios, que son doblemente explotados en la condición tanto de campesinos o de obreros como en la condición de indios, evidentemente. Eso es lo que es el colonialismo interno, y contra eso se lucha, y es evidente que en esa lucha la pugna, muchas veces signifique rupturas, signifiquen malos entendimientos” (19).
Considero también que México debe comenzar a asumir el importante papel que tiene como un país de transición entre América del norte y América latina, y dejar de ser el país pasivo que deja que sus vecinos de arriba decidan por él. Es hora de que adquiera una verdadera identidad basada en esa gran variedad de ricas culturas prehispánicas y mezcla de razas, de ideas, de creencias, porque realmente eso es México una mezcla que aun no ha terminado de encontrar su identidad, porque siempre ha buscado en otros lugares, en vez de buscar dentro de ella misma, donde el malinchismo (preferencia por otras culturas occidentales, antes que la propia) sigue aun muy presente, y aunque existe un fuerte amor por la patria en la mayoría de los mexicanos, a ese concepto de patria aún le hace falta una mayor concepción de ese México indigenista que pide a gritos ser escuchado desde los inicios de la nación.
De acuerdo a José Antonio Aguilar, investigador de la División de Estudios Políticos del CIDE, el patriotismo cívico podría tal vez ser la respuesta, a esta crisis de identidad, cuya obligación hacia la nación mexicana es la obligación de defender la libertad común (17). Estas obligaciones, cree Viroli, pueden definirse con suficiente precisión: debemos luchar contra cualquiera que intente imponer un interés particular sobre el interés común, debemos oponernos a la discriminación y a la exclusión, pero no estamos obligados a imponer sobre otros una homogeneidad cultural, étnica o religiosa (18). De cualquier forma es claro que aunque México lleva importantes pasos en el ámbito de sus pueblos indígenas, aun le falta mucho por hacer, y dentro de ese que hacer se encuentra el permitirles convertirse en agentes más activos dentro de la nación a sus comunidades indígenas.
Para concluir me gustaría reflejar el orgullo que como latinoamericano me da el ver como ciertos países como Ecuador y Bolivia, principalmente, se han dado cuenta de que aunque es difícil aceptar que las vías que habían estado tomando no eran las indicadas y que es necesario crear un nueva vía, aunque eso implique un volver a comenzar, lo cual en estos tiempos es aún más complicado por el contexto globalizador en el que se encuentra el mundo, pero que, sin embargo, en este caso se trata de un volver a comenzar muy diferente a los anteriores, porque en este, se toma en cuenta a la totalidad de la población, no sólo a los sectores privilegiados, y como biólogo en formación también me siento muy orgulloso, debido a que este movimiento político-social implica una retorno a los valores de antiguas culturas que tenían muy presente al amor y el respeto a la naturaleza.
Como diría Julio Cortázar: “Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo” (20)
Fecha de publicación 11 mayo 2010
Bibliografía
1.- Nieto Montesinos, Jorge (Comp).(1999), Sociedades multiculturales y democracias en América Latina, UNESCO, Unidad para la Cultura Democrática y la Gobernabilidad, DEMOS, México, pp.177-210.
2.- Huntington (1996).
3.- Caudillo Félix, Gloria Alicia (1998), Los movimientos indígenas y la democracia (un diálogo intercultural), Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos, Universidad de Guadalajara, México.
4. Sandoval Forero, Eduardo Andrés (Doctor en Sociología) (2002), Grupos Etnolingüísticos en el México del Siglo XXI, Centro de Investigación y Estudios Avanzados en Ciencias Políticas y Administración Pública, Universidad Autónoma del Estado de México.
5. Gregor Barié, Cletus (2000), Pueblos Indígenas y Derechos Constitucionales en América Latina: un Panorama, 2ª Edición, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, México, Gobierno de la República, Editorial Abya-Yala (Ecuador), pp.18-28.
6. Roitman Rosenmann, Marcos, “Pensamiento sociológico y realidad nacional en América Latina”, Edición exclusiva para Rebelión.
7. Roitman Rosenmann, Marcos, La izquierda y el poder político en América Latina, La fogata. Disponible en: http://www.elortiba.org/pensar6.html
8. Menchú, Rigoberta (1998), Rigoberta: la nieta de los mayas, México, Aguilar, p.213
9. Idem
10.-"Declaración de los líderes espirituales de los pueblos de Abya Yala", Anuario Indigenista, Vol.XXXI, Instituto Indigenista Interamericano, 1992, p.411
11.- García León, Antonio (prólogo) (1994), EZLN. Documentos y Comunicados, México, Era, 1994.
12. Véase: Roitman Rosenmann, Marcos (2003) El pensamiento sistémico. Los orígenes del socialconformismo. Siglo XXI, México.
13. Para la comprensión de la nueva alternativa y la izquierda véase la obra fundamental de GONZÁLEZ CASANOVA, Pablo (2004), Las nuevas ciencias y las humanidades. de la academia a la política. Anthropos- UNAM. Barcelona.
14.- Censo General de Población y Vivienda 2001, México: INEGI.
15.- Varios autores (1995) “Propuesta de Regiones Autónomas Pluriétnicas” en Memoria [suplemento especial], núm. 76, abril, México.
16.- Gianni Mina (1996), "Rigoberta Menchú Tum", Un Continente desaparecido, Barcelona, España, Atalaya-Península, p.177
17.- Aguilar Rivera, José Antonio (1998) Los Indígenas y la Izquierda. Revista Nexos 248, agosto de 1998. México.
18.- Viroli, Maurizio (1995), For Love of Country. An Essay on Patriotism and Nationalism. Oxford University Press, Oxford, p.9.
19.- Roitman Rosenmann, Marcos (2010), entrevista disponible en: http://vimeo.com/10134050
20.- Cortázar, Julio (1984), Rayuela, Vigésima edición (2008), Editorial Cátedra.