Sobreviven en mundo post Chernobyl
Por George Johnson
The New York Times, Reforma, México, 12 diciembre 2015
Entre las casas vacías en Zalesye, lo último que uno hubiera esperado ver era un habitante. Sin embargo, repentinamente, allí estaba. Saliendo de su casita calzando botas pesadas, Rosalia presumió su parcela de papa.
Ella, la única habitante de la aldea, es una de alrededor de 100 personas mayores, principalmente mujeres, que aún viven en la zona de exclusión de Chernobyl -2 mil 600 kilómetros cuadrados de Ucrania que fueron evacuados en 1986 tras un accidente catastrófico en una planta de energía nuclear.
En otro pueblo durante un recorrido el verano pasado, estaba Maria, a punto de cumplir 86 años. "Vengan a visitarme el 16", dijo con una sonrisa desdentada. "Vamos a tener un baile".
Este mes, en Estocolmo, el Premio Nobel de Literatura fue otorgado a Svetlana Alexéievich, mejor conocida por "Voces de Chernobyl", una historia oral de las miles de familias desplazadas por el desastre.
Pero un nuevo documental, "Las Babushkas de Chernobyl", dirigido por Holly Morris y Anne Bogart, cuenta una historia diferente -de las mujeres aguerridas que insistieron en regresar.
Comen vegetales cultivados en sus jardines, y bayas y champiñones recolectados en el campo.
"Lo que me asusta es la hambruna, no la radiación", dice a la cámara Hanna Zavorotnya, de 83 años. Al igual que muchas babushkas, era una bebé durante la hambruna de Stalin y una escolar durante la marcha nazi a través de Ucrania. La mayoría han sobrevivido a sus esposos y, en algunos casos, sufrido de cáncer de la tiroides.
"La zona de exclusión no es una prisión", dice en la película Valentyna Ivanivna, de 75 años mientras pesca en el Río Prípiat, que fluye junto a la vieja planta nuclear. Ella es una experta en las hierbas medicinales que su abuela la enseñó a recolectar en el bosque. En su opinión, la vida aquí es más sana que en la ciudad.
"En Kiev ya habría muerto hace mucho, definitivamente", dice. "Cada auto libera toda la tabla periódica al aire y uno respira eso en los pulmones".
Más tarde, se sienta en la silla de un espectrómetro de radiación en un centro médico para verificar su nivel de cesio.
"Estás perfecta", le asegura el técnico de laboratorio. Él le recuerda lo que ella ya sabe –que la radiación es peligrosa. Los hongos, que canalizan radioisótopos de la tierra, son particularmente de cuidado. Sin embargo, hay otras consideraciones –"factores sociopsicológicos" los llama el técnico– que afectan la salud humana.
Él cita un estudio que encontró que quienes regresaron al lugar viven más tiempo que los evacuados. "La gente simplemente muere de angustia", dijo.
Igual de resistente que las babushkas es la fauna de la región. Un estudio publicado en octubre en la revista Current Biology encontró que los alces, venados, jabalíes y lobos prosperan.
"Independientemente de los potenciales efectos de la radiación en animales individuales, la zona de exclusión de Chernobyl soporta una abundante comunidad de mamíferos tras casi tres décadas de exposición crónica a radiación", concluyeron los investigadores.
Como han sugerido otras investigaciones, los efectos colaterales han sido más que compensados por la partida de decenas de miles de agricultores y cazadores que antes competían por los recursos de la tierra.
"Cuando se elimina a los humanos, la naturaleza florece", dijo un estudio del 2007 sobre la estela de Chernobyl.
El accidente, por supuesto, ha tenido muchos efectos dañinos. Unos 30 bomberos murieron a causa de radiación intensa y 6 mil personas expuestas cuando eran niños posteriormente recibieron tratamiento para cáncer de la tiroides. La Organización Mundial de la Salud ha predicho que la radiación podría terminar causando 4 mil muertes prematuras. Pero nadie lo sabe a ciencia cierta.