Se ha identificado un virus que normalmente infecta algas, el chlorovirus ATCV-1, en el viroma humano de la faringe.
El hallazgo, publicado la semana pasada en la revista científica PNAS, es sorprendente por dos razones. Por un lado, se conocen muy pocos ejemplos de virus que salten de un reino a otro, en particular de uno de los seres vivos más simples a uno de los más complejos. Por otro lado, los investigadores, encabezados por James Van Etten, director del Centro de Virología de Nebraska, demostraron que este virus causa una disminución de varias funciones cognitivas en ratones y seres humanos.
ATCV-1 (Acanthocystis turfacea chlorella virus 1) fue encontrado por casualidad en el viroma humano. Como parte rutinaria de un examen cognitivo, se obtuvieron muestras de la boca y la faringe de 92 personas; resultó que 40 de ellas poseían el ATCV-1. Se trata de la primera vez que un chlorovirus, que es común en las algas de aguas de lagos y otros cuerpos de agua dulce, es hallado en el viroma humano. Una de sus características lo había escondido de pruebas anteriores: es uno de los virus más grandes, posee más de 400 genes, hasta 40 veces más que virus humanos comunes como la influenza o el VIH. “Hasta ahora se habían buscado virus convencionales en las muestras de la garganta”, aclara Van Etten, “se suelen eliminar las partículas más grandes así que se filtraban componentes como los chloroviruses”. Después de una serie de pruebas cognitivas, los investigadores se percataron de que los portadores del ATCV-1 se desempeñaron peor en las pruebas de procesamiento visual y orientación espacial que los no portadores.
Para aclarar los problemas de causalidad, los investigadores realizaron un segundo estudio de laboratorio, esta vez en ratones. Inocularon ratones con el virus y los sometieron a una nueva serie de pruebas cognitivas, con un grupo de control. Al evaluar el efecto del virus en los ratones notaron reducciones similares a las del grupo de personas antes estudiado. En particular, los roedores exhibieron deficiencias de memoria de reconocimiento y atención al buscar la solución de laberintos. El estudio reveló que ATCV-1 había alterado la expresión de ciertos genes en el hipocampo de los ratones, un área asociada con la memoria y la navegación espacial.
Nuestra piel, nuestras mucosas y nuestro tracto gastrointestinal albergan una multitud de microorganismos, desde virus hasta bacterias y hongos. El efecto biológico de la mayoría de ellos aún se desconoce. En algunos casos se trata de comensalismo, pero también hay muchos ejemplos de coevolución. La interrelación es muy compleja y, como se ha visto, tienen un efecto mucho más profundo en nuestra fisiología y comportamiento de lo que jamás se había pensado. Algunos microorganismos son capaces de enviar mensajes al sistema nervioso, se sabe que el tracto gastrointestinal cuenta con muchos receptores. También pueden influirnos a través de los compuestos orgánicos e inorgánicos que producen al alimentarse y reproducirse dentro de nosotros. Es más, también pueden modificar la forma en que se expresan nuestros genes. Parte de las diferencias fisiológicas entre una persona y otra están codificadas en los genes que recibe de sus padres pero otras, una buena parte, se derivan de los diferentes microorganismos que hospedamos y de la manera en que interactúan con nuestros genes. A veces para bien, como el desdoblamiento de lactosa por los lactobacilos, y a veces para mal, como en la toxoplasmosis o el estudio sobre los efectos del ATCV-1. La ciencia apenas empieza a sondear los laberintos de interdependencia biológica del ser humano con su viroma y su microbioma.
Sólo queda determinar si es la acción directa del virus en el viroma humano la que produjo esos cambios. No es improbable que, al ser inoculados con el virus a través de algas infectadas, se hayan producido compuestos que provoquen los mismos efectos, como en el caso de los ácidos grasos de cadena corta y algunas enterobacterias.
Autor: IIEH
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