SOBRE EL MANIFIESTO POR LA SUPERVIVENCIA
Máximo Sandín
El curso 2006-2007 terminó con el programa de la asignatura “Ecología humana: poblaciones actuales” de la Facultad de Biología de la UAM totalmente alterado. Mis alumnos y yo habíamos dedicado casi la mitad del curso a recopilar información sobre los efectos y, sobre todo, las causas del cambio climático. El resultado de la puesta en común resultó tan aterrador que decidimos elaborar un texto para difundir al máximo que nos fuera posible la gravedad del problema, especialmente, porque durante nuestra búsqueda habíamos comprobado la confusión creada en la población por la forma en que era tratado en los medios de comunicación.
Había leído hace tiempo el “Manifiesto por la supervivencia”, publicado en 1972 por E. Goldsmith y el Club de Roma, en el que se prevenía de las nefastas consecuencias de un modelo económico basado en la explotación de los recursos y las personas sin otras limitaciones que las impuestas por “el mercado”. Su efecto inicial, causado fundamentalmente por las personalidades que lo apoyaban, se diluyó pronto entre acusaciones de “alarmista” y “radical”. Me pareció adecuado retomar el título, no sólo como homenaje a su lucidez, sino porque, efectivamente, se trata de un problema que va a poner en riesgo la supervivencia de, al menos, la mayor parte de la Humanidad.
Nuestros objetivos de alcanzar a la mayor cantidad posible de población han resultado, por el momento, fallidos en parte. Hemos conseguido su publicación en alguna revista “ambientalista” o en publicaciones digitales “alternativas” cuyos lectores ya están, en mayor o menor medida, concienciados de la verdadera gravedad del problema. El envío del texto a distintos medios de comunicación de amplia difusión ha sido respondido con un silencio sepulcral. Seguramente, habrán estimado que es excesivamente alarmista.
Después de quince años dedicado a discutir y a rebatir (al parecer, con poco éxito) las falacias de las ideas de Darwin y Adam Smith que se ocultan tras “el pensamiento único” que nuestra “avanzada civilización” pretende imponer en el mundo y lo nefasto de sus aplicaciones, no puedo decir que me resulte sorprendente la “pereza intelectual” que se ha asentado en nuestra cultura. Parece claro que, aunque la realidad derribe sus dogmas, los que dirigen los destinos del mundo y controlan la información van a seguir predicando e imponiendo su doctrina, ya sea sembrando la confusión mediante la colaboración de estómagos agradecidos o descalificando a sus críticos con calificaciones de “creacionistas” para unos y “ecologistas radicales” para otros. De esta forma intentan anestesiar a la opinión pública con informaciones confusas y contradictorias que lo único que buscan es mantener intactos sus intereses. No hay nada que cambiar.
Soy consciente de que es un papel desagradable el de transmitir “malas noticias”. No hay más que ver los ataques recibidos por Al Gore “el profeta del cambio climático”, a pesar de su (supuestamente) inocente optimismo basado en su confianza en que la tecnología puede hacer frente al problema. Pero me siento obligado a hacerlo porque, en el caso de que el desastre sea inevitable (como desgraciadamente parece), siempre habrá una puerta abierta a la esperanza si hay una clara conciencia de lo que puede pasar y se han tomado medidas para hacer frente a la situación hasta donde sea posible. Por eso, creo que lo mejor es que el lector no adoctrinado evalúe por sí mismo la gravedad del problema.
Los datos son estremecedores. El casquete helado del Ártico ha sufrido un deshielo que se ha acelerado mucho más de lo previsto en los últimos 20 años. Los expertos calculan que, a este ritmo, desaparecerá por completo dentro de doce años. Carece de importancia la exactitud de la predicción. Posiblemente el proceso sea más rápido, porque es un fenómeno que se retroalimenta (cuanto menos hielo, menos capacidad para reflejar el calor del Sol, con lo que el fenómeno se acelera), y además el calentamiento está influido por otros factores ya mencionados en nuestro manifiesto. Lo que es evidente es que el proceso ya está desencadenado y no se podrá parar.
Vamos a ignorar (si es que eso se puede conseguir) la multitud de fenómenos ecológicos y climáticos implicados en esta retroalimentación, cuyas consecuencias, más o menos próximas, no pueden ser sino catastróficas para centrarnos en una catástrofe que tiene fecha suficientemente aproximada.
Los casquetes polares están implicados en la circulación de las corrientes oceánicas, que actúan como un termostato para la Tierra. Las corrientes de agua caliente, que suavizan las temperaturas a su paso, circulan por la superficie marina hasta llegar a las zonas de hielos permanentes donde se enfrían y se sumergen hasta completar un ciclo que relaciona las aguas de todo el planeta. La pérdida total del hielo Ártico romperá este ciclo con consecuencias climáticas para toda la Tierra que serán, sin duda, catastróficas en amplias áreas. Este fenómeno se verá acentuado porque las masas de hielo polares también contribuyen de una forma similar a la circulación atmosférica global.
Sólo la desestabilización de estos dos fenómenos va a tener, inevitablemente, unas graves consecuencias, cuyos inicios estamos comenzando a comprobar: acentuación de fenómenos atmosféricos extremos con incremento en número e intensidad de ciclones, graves sequías en unos puntos e inundaciones en otros...
Sin ánimo de ser alarmista, las previsiones de los expertos indican que esto conducirá a mareas migratorias incontenibles y graves problemas en los cultivos de todo el mundo, incluidos los países ricos. En una economía mundial (como todos sabemos, “cogida por alfileres”) que se ha convertido en una delirante red en la que la dependencia de alimentos de muchos países ricos hace que se importen desde el otro extremo del globo, y que está conduciendo a que cada día existan menos regiones en la Tierra que sean autosuficientes... Dejo al lector que evalúe las consecuencias.
Como es sabido, la reacción de los expertos mundiales en economía a la noticia del deshielo polar ha sido de satisfacción. Según ellos, esto dejará enormes territorios llenos de recursos naturales por explotar y abrirá rutas comerciales para los barcos más baratas que la del paso por el estrecho de Panamá. Si tenemos en cuenta que son sus ideas las que dirigen la economía mundial (las que dirigen el Mundo), no podemos hacernos muchas ilusiones de que haya una reacción medianamente racional de las autoridades económicas a esta situación. Voy a permitirme ilustrar esta afirmación con dos titulares entre los muchos de un cariz semejante que se han publicado recientemente: “El G7 insiste en la liberalización comercial para lograr el crecimiento económico. El fracaso, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), podría potenciar el proteccionismo y elevar los riesgos de inestabilidad económica”. “Las oportunidades del cambio climático. El calentamiento global es una amenaza para la economía, pero brinda también ocasiones para las empresas”. Llegados aquí, y sin pretender relacionarlo, me voy a permitir una reflexión sobre el papel que el galardonado Al Gore tiene en su (indudable) labor de concienciación mundial del problema. Su, seguramente desinteresada, promoción de las nuevas tecnologías para hacer frente al problema le hace asegurar que aún estamos a tiempo de parar el cambio global. Probablemente, su optimismo deriva de que no ha acabado de identificar la verdadera causa del problema. Al Gore culpa del desastre a “la Humanidad” en abstracto. Pero se le podría ayudar a identificar con toda nitidez qué parte de “la Humanidad” es la verdadera responsable, simplemente descontando a las personas que luchan cada día solamente para conseguir alimentarse y a las que se ganan el sustento con su trabajo. Con un poco de paciencia, se podría hacer una lista con nombres y apellidos.
Tengo perfectamente claro que este texto no se publicará jamás en un medio de amplia difusión, pero creo que es necesario que cada persona que haya adquirido conciencia de la verdadera gravedad de la crisis a que nos vamos a enfrentar haga lo posible por transmitir y desenmascarar la confusión que están intentado crear los propagandistas del “libre mercado”. Recientemente, en un medio de amplia difusión, un experto en economía que niega sistemáticamente la realidad del cambio climático (“No está científicamente demostrado. Hay opiniones discrepantes”) afirmaba que “la agricultura en España no tiene futuro” y abogaba por la expansión de los campos de golf, porque “eso sí que es una gran fuente de ingresos”. Confiemos en que su aparato digestivo esté preparado para, en un futuro no muy lejano, alimentarse de pelotas de golf o césped.
Esta brillante mentalidad es la de los que tienen en sus manos el destino de la Humanidad. No me siento autorizado ni cualificado para decir lo que hay que hacer para afrontar el problema que se avecina, pero sí para decir lo que no hay que hacer: dejarse guiar por las ideas de los mismos lo que han causado. Probablemente, ellos piensan que en caso de grave crisis su dinero les salvará. Pero, cuando llegue de verdad, no podrán comer dinero.
Fecha de publicación noviembre 2007